Desde hace varias semanas el calor en Querétaro es insoportable, como en todo el país. Cada día despertamos con la vaga esperanza de que refresque un poco, pero no nos ha dado descanso. Como sinaloense radicando en este estado, debo decir que pocas veces me había sentido tan acalorada por estos lares: más bien disfrutaba de un clima que me parecía envidiable.

Estos días sofocantes nos recuerdan constantemente la crisis climática que enfrenta nuestro planeta, una realidad que genera un estrés palpable, especialmente entre la juventud. Esta preocupación constante por el estado del planeta y su futuro ha sido documentada como ecoansiedad. Una encuesta que publicó la Universidad de Yale el año pasado (Climate Change in the American Mind: Beliefs & Attitudes) mostró que, hasta un 11% de los participantes estadounidenses sufrían ansiedad y depresión a causa de estas preocupaciones. En México también se están realizando estudios para medir de qué tamaño es la afectación.

Los parques vecinales se han convertido en refugios cruciales frente a esta crisis dual: la del calor y la del ánimo. Son espacios donde podemos encontrar un respiro del asfalto caliente y del encierro en nuestras casas. Sin embargo, la necesidad de adaptar estos espacios a las nuevas realidades climáticas se ha vuelto evidente. Un grupo de estudiantes de la ENES Juriquilla ha tomado la iniciativa de trabajar en una propuesta para generar un modelo de intervención en parques vecinales. Este modelo, al que han llamado “espacios resilientes”, busca adaptar y mitigar las consecuencias del cambio climático, tales como las olas de calor y la emisión de gases de efecto invernadero. Son sitios pensados para fortalecer la unión comunitaria, la seguridad social y la acción ciudadana.

Estos estudiantes están bien conscientes de varios problemas críticos: la deficiente gestión de residuos orgánicos, que puede generar hasta 200 litros de gas metano por cada kilo de materia orgánica; los apagones recurrentes, que en Querétaro se han incrementado hasta 2.5 veces según la CFE; y la crisis hídrica, con las principales presas del estado con niveles críticos según CONAGUA. Además, el abandono de los espacios públicos y la falta de lugares adecuados para el desarrollo de las infancias también son problemas urgentes que necesitan solución.

La propuesta de los jóvenes plantea que estas áreas no solo se preservarán en excelentes condiciones a lo largo del tiempo, sino que también promoverán una gestión eficaz de residuos orgánicos. El plan incluye un modelo de gobernanza comunitaria para instalar y operar con la comunidad un biodigestor que generan energía suficiente para abastecer las luminarias de un sector del fraccionamiento, un elemento clave para fortalecer la autonomía energética. Además, proponen jardines con plantas endémicas y riego eficiente, un foro para realizar talleres ecológicos y otras actividades que involucran a la comunidad y el estudiantado de la UNAM.

Los estudiantes han estado trabajando con los vecinos del fraccionamiento Montenegro en la gestión de su modelo y tienen la esperanza de obtener apoyo público. Es importante reconocer el esfuerzo y la dedicación de Kandy Guadalupe Flores Solis, César Gerardo Ramírez Laurel, Emmanuel Bernal Vargas e Innara Maatsa Pérez Camaño. Su trabajo es un ejemplo de cómo la acción comunitaria puede transformar nuestros espacios públicos en refugios resilientes frente al cambio climático. Además, es un claro ejemplo de cómo podemos canalizar la ecoansiedad hacia propuestas creativas e innovadoras.

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