Sí: Xóchitl Gálvez está en problemas. A su creciente número de simpatizantes no les va a gustar esa conclusión, pero está en problemas. Me explico.

Especialmente en su etapa más temprana, toda campaña electoral es una lucha por fijar la percepción pública del rival, para luego establecer la narrativa definitiva de la contienda. El presidente y su partido se han preparado por años para un rival que encaje en su estrategia predilecta de contraste: un representante de la clase política (o sus beneficiados) que López Obrador ha aglutinado con éxito por años en lo que llama la “mafia del poder”.

Xóchitl Gálvez no encaja, de entrada, en esa narrativa.

Al principio, la irrupción de Gálvez perturbó al estratega electoral que, antes que nada, es López Obrador. Pero el presidente ha corregido. Ahora, López Obrador y todo el ejército de voces afines a él han comenzado la tarea de fijar la imagen pública de Gálvez en el terreno que le conviene al partido oficial y su candidata(o). Si al principio no encajaba en la narrativa, ahora la harán encajar. A como dé lugar.

Gálvez está perdiendo esa batalla. De pronto, está a la defensiva. Gracias al embate concertado –que comienza en la mañanera, donde el presidente aprovecha con cinismo el alcance que le regalan los medios– el debate público ha virado hacia los contratos de la empresa de Gálvez, antes que en sus logros como profesionista. Los jilgueros del presidente han empezado la tarea de desmontar la identidad indígena y empática de Gálvez para identificarla como una simuladora, arribista y privilegiada. El mensaje está claro: Xóchitl no es pueblo; es una explotadora más, una corrupta más, una pieza más del engranaje de la mafia del poder.

Por supuesto, nada de esto es cierto ni mucho menos justo (y, en el caso del penoso papel del presidente, es probablemente ilegal), pero no debe haber ninguna duda: es muy efectivo como estrategia electoral.

La apuesta del obradorismo es reducir los activos de percepción pública de Gálvez y enfatizar sus negativos. O fabricarlos, que para el objetivo da igual. Calumnia, que mucho queda. La historia ofrece lecciones ominosas para Gálvez y su equipo. La más evidente es la caída de John Kerry como candidato presidencial demócrata en 2004, en EU.

Kerry había sido héroe de guerra en Vietnam, con las más destacadas condecoraciones. Esto marcaba un contraste dramático con George W. Bush, que había evitado ir a la guerra gracias a la influencia de su padre. La campaña de Bush sabía que la biografía de Kerry sería un activo difícil de contrarrestar. Optaron por jugar sucio y desmontar la imagen pública de su rival desde la raíz.

Xóchitl Gálvez enfrenta un atentado parecido a su biografía e imagen pública. La lección de Kerry no podría ser más clara: o Gálvez responde a tiempo y desmonta el proceso de descalificación en su contra desde el Ejecutivo y sus acólitos, o el presidente logrará establecer, usando el peso del megáfono del poder y las herramientas del Estado, la narrativa que le conviene.

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