El olor a comida recién hecha, los gritos de “pásele, qué le vamos a servir” y los comensales que poco a poco regresan dan vida al mercado Garibaldi, a un costado del de La Cruz.

Los locatarios dicen extrañar el ambiente que se vivía en el lugar antes de la emergencia sanitaria del Covid-19. Añoran las noches cuando los clientes llenaban los pasillos del mercado.

Garibaldi, para los queretanos, no está relacionado con los mariachis, sino con las enchiladas queretanas, los tacos al pastor, de cabeza, suadero, el pozole, los guajolotes, el menudo, los burritos, las tostadas de pata, las crepas y los flanes. Se vincula con un refresco bien frío, con salsas picositas y con “otros dos de pastor, señito”.

Es un lugar familiar, a donde llegaban familias enteras a disfrutar de una noche de tacos o grupos de jóvenes que, tras salir de un antro, su “after” favorito era ir por un menudo a Garibaldi.

Los tiempos cambiaron de manera abrupta con la pandemia. Para ingresar se pasan por los ya clásicos filtros sanitarios. Toman la temperatura y ofrecen gel antibacterial. Apenas se cruza el filtro, los locatarios ofrecen sus productos a los comensales que llegan.

Una de las primeras comerciantes en recibir a los clientes es María de Jesús Ochoa Balderas. Su suegra fue quien comenzó con la venta en el mercado hace 50 años, cuando estaba en otra ubicación.

En su puesto ofrece antojitos mexicanos, además de crepas a un costado del local. “Ahorita estamos en un horario de cuatro a 10 de la noche. Nos tienen muy castigados y muy restringidos.

“Ahorita como que se nos liberó un poquito, porque antes estábamos de cuatro de la tarde a ocho de la noche. Entonces, en lugar de ganar, perdíamos, se nos vinieron las ventas muy abajo. Ahorita ya nos acomodamos con este nuevo horario, pero estamos escuchando que se vuelve al Escenario C, que estamos en peligro de que nos encierren. Nos pega muy duro en la economía, tanto a nosotros que estamos aquí, laborando, como a los clientes. Nos ponen a cerrar a las ocho de la noche, cuando la gente sale de laborar, llega y se enoja con nosotros porque no le queremos vender. Les explicamos que queremos vender, pero que están aquí los de inspección”, comenta.

Garibaldi, indica, es una plaza familiar, pues sólo un negocio tiene licencia para vender alcohol, pero lo hace moderadamente.

Apunta que, por fortuna, nunca se cerró totalmente el mercado, pero que el horario limitado afectaba las ventas, siendo Garibaldi, por su horario de operación, uno de los mercados más dañados por las medidas sanitarias. “Se nos restringe, pero no se ha cerrado la plaza”, agrega.

Destaca que las ventas que tienen actualmente disminuyeron entre 70% y 80% durante esta emergencia sanitaria, siendo general para los 40 locales que forman este tradicional mercado de comida queretana.

Recuerda que una situación semejante se vivió en los noventa del siglo pasado, durante la epidemia de cólera que se presentó en México en aquel entonces, pero que nunca hubo restricciones.

María de Jesús extraña el ambiente que se vivía en Garibaldi antes de la pandemia, cuando llegaban familias enteras, se juntaban las mesas y se podían pedir una orden de tostadas y comerlas entre todos. Extraña la música de los cantantes que llegaban a entonar melodías para amenizar la cena de los clientes, así como los niños jugando. “Ahorita ya se acabó todo eso. Añoro que mi nieto venga a correr, como mis hijas cuando eran chiquitas. Ahora ya no se puede”, dice con nostalgia.

En otro puesto, Verónica Ascencio González espera clientes. En un lado de su puesto, también de antojitos mexicanos, dos clientes están en una esquina.

Los lugares se reservan, para tener sana distancia. De los lugares que se pueden utilizar, una tercera parte está disponible.

Locataria desde hace 30 años señala que ha regresado la gente, aunque 50% de sus clientes pide sus alimentos para llevar. Les hablan y acuden al mercado a recoger el pedido.

“Nuestras ventas, en realidad, estamos en este nuevo horario que nos dieron, a 50% de lo que vendíamos el año antepasado, porque el año pasado fue muy difícil. Este año también ha sido muy lento. Para volver a unas ventas normales nos falta muchísimo”, precisa.

Dice que gracias a los clientes fieles, los de muchos años, son los que han sostenido a su negocio, pues no los han abandonado, les preguntan cómo lo han pasado.

“Si no hubiera sido por ellos en los tiempos de ventas sólo para llevar este negocio, se hubiera venido para abajo. Los clientes eran los que llamaban”, subraya.

Apunta que la plaza es para hacer nuevos clientes todos los días, pero que con las restricciones que los obligaban a vender sólo para llevar eso era imposible. Fueron los clientes frecuentes quienes los salvaron de la quiebra.

Sin embargo, la pandemia pasó factura, pues tuvo que recortar personal. De seis empleados que estaban antes de la emergencia sanitaria, ahora quedaron cuatro para los fines de semana y tres para el resto de los días.

“El espacio en su puesto es para atender a 28 personas, pero actualmente, por las restricciones, sólo pueden atender a 13 comensales.

Las vacaciones están próximas y esperan que los visitantes acudan a comer al lugar, pues están haciendo lo necesario para cumplir con las medidas sanitarias, pero pide que los mismos clientes también se cuiden, porque, si no lo hacen, los casos de Covid-19 no disminuirán y la recuperación económica y social tardará en llegar.

Verónica dice que extraña ver la plaza llena, “su barra llena, con gente esperando afuera.

“El contacto de la gente. Es algo que se extraña mucho, que no te espantaba chocar con la gente. Ahora te asustas. Eso es lo que más se extraña, la comunidad unida”.

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