SAN JOSÉ.— Ahí está Supermán, empapado, a quien le maquillan una mejilla con los tonos ticos. Surca los aires y se une a la comunidad costarricense, que aún entre la lluvia, imagina la forma de vencer a México con miras al Mundial. La fiesta está ahí, en el estadio Nacional, donde unos y otros iluminan el escenario a su manera.

Por ejemplo, los mexicanos, ausentes hasta ayer, se hacen notar con grandes sombrerotes o indumentaria tricolor, grandes banderas y muy sonrientes, pese a que los de casa les gritan de todo.

“¡Frijoleros, payasos, arrogantes!”, le expresan a uno de ellos, cuando se sube a una valla de tránsito, con tal de que le tomen la foto especial, con el estadio de fondo. Hasta ahí van todos a tomarse la placa con él, como si se tratara de un seleccionado.

No faltan los revendedores, quienes le suben y le bajan a los precios, según la conveniencia. De 80, 100, 150, 200... Así vuelan las entradas en los alrededores mismos del inmueble de la Sabana. Horas antes del comienzo del encuentro, el clima no es impedimento. Hay poco viento, mas la llovizna es persistente y entonces se produce la venta de capas de plástico. De a mil colones, las ofertan.

Una mexicana, acompañada por su marido, reparten sonrisas por doquier. Ella presume su hermosa figura y el individuo se pone la bandera de capa y descubre que es de Guadalajara. Otro sujeto, regordete, presume también un vistoso sombrero de charro que lleva pegadas las banderas de Brasil, Estados Unidos, España, Inglaterra, Alemania, entre otras, además de que lleva colgado un letrero que dice “¡Felicidades ticos!” y al darle la vuelta es una placa de automóvil con la leyenda Costa Rica MAE-506 Centroamérica.

¿Y las chicas? No, aquí ellas son las que atrapan y tranquilizan los ánimos. Adormecen nada más con la mirada a quienes las observan. Lo demás queda ahí, en la imaginación. Ahí van, con faldas, pese a que la lluvia las empapa. “Así se ven mejor”, dice alguno, mientras deposita en ellas su torva y lasciva mirada, para deleite de su alma.

Puntual, alegre y optimista, la presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, ocupa su asiento en el palco oficial. “Vengo a ver a un equipo mundialista”, dice, al referirse a que Costa Rica está clasificada, desde el 12 de septiembre anterior, a la Copa del Mundo Brasil 2014.

“Quiero verlos jugar como mundialistas”, afirma, poco antes del inicio del partido entre Costa Rica y México, trascendental para definir la eliminatoria regional en la última fecha del hexagonal de Concacaf en ruta a Brasil.

Antes del inicio, el ambiente es de locura. La lluvia no impide el entradón en el estadio Nacional. Y el único “negrito en el arroz” se observa durante la ceremonia de los himnos. Cuando se entona la emblemática melodía mexicana las trompetas y el ruido imperan, provocado por la mayoría de los presentes. Pocos, en forma cívica, son los que amablemente aplauden al término del mismo.

Destellos de un partido comprometido para México, que revolucionado se ve rebasado por una inspirada selección tica. El drama comienza, se ve entre la gente. Al filo de los asientos, los de casa ansían el adiós de México. Preparan el “Cielito Lindo” pero a la inversa... “Canta y no llores”... México se aferra a todos los santos... Así se vive ahora en la zona de la Concacaf. Al filo de la butaca...

Y dentro y fuera del estadio Nacional, el sentimiento costarricense es de victoria. El peregrinaje hacia al máximo coliseo deportivo de este país comienza en las primeras horas de la tarde, bajo una discreta vigilancia de más de un millar de policías civiles y de oficiales de tránsito, y con una permanente llovizna, decidida a acompañarnos en nuestro suplicio hasta el final...

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