Nació en Bogotá, en 1959. Cuando era bebé, su padre instaló a la familia en Manhattan, donde ejercía su oficio de periodista como corresponsal de la agencia Prensa Latina. Amenazas de diversa índole hicieron que la familia se mudara a la Ciudad de México, que Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha consideraron su hogar hasta la muerte de ambos, incluso en las temporadas en que vivieron en otras ciudades del mundo.

García pasó la infancia en México y en la juventud estudió Literatura Medieval en la Universidad Harvard y cine en el American Film Institute. Lleva en la sangre la impronta de la mejor literatura, el deseo de narrar vidas de seres contemporáneos, la preocupación por trasmitir un mensaje que conmueva al espectador, que le haga llorar una tragedia, que alegre su día al comprobar que el amor triunfa a pesar de todo. A lo largo de la vida, ha cultivado las pasiones de su padre, aunque ha afirmado que no llevaría al cine las novelas escritas por su padre: “No, no resultaría, porque la película en sí misma sería secundaria. Y además, porque Gabo y yo tenemos distintas obsesiones y, por tanto, distintos temas”. Sin embargo, Rodrigo García es productor ejecutivo de la serie de Netflix basada en “Cien años de soledad”, donde se desarrolla la historia de Macondo, que saldrá a la luz a fines de 2024.

Ha dirigido cine, series de televisión y de web, con temas tan diversos como la mafia (Los Soprano, 1999) o las sesiones de varios pacientes en el consultorio de un psicólogo (In Treatment, 2008), con Gabriel Byrne.

En su filmografía hay joyas como la titulada “Con sólo mirarte”, del año 2000, con Cameron Díaz, Glenn Close, Calista Flockhart, Holly Hunter y otras actrices, donde García muestra con enorme sensibilidad y calidad artística el pensamiento femenino.

“Cuatro días buenos”, de 2020, es una cinta que deja huella en el alma y la mente. Está basada en un hecho real que gira en torno a la relación entre dos mujeres: la madre, Deb (Glenn Close) y la hija, Molly (Mila Kunis). El personaje joven (31 años) es una adicta a la heroína que busca aliviar su tormento. La madre ha agotado todos sus recursos para ayudarle, se desespera y quiere mantener a la hija alejada de su casa, luego de muchos años marcados por la decepción, el dolor y la desventura que Molly ha causado a la familia.

La salud como meta, la adicción como trampa mortal, la búsqueda de un tratamiento médico efectivo, llevan a las protagonistas a perseguir, como meta, cuatro días de sobriedad. La película nos mantiene al borde del asiento, con el suspenso detenido en el aire y el deseo de ayudar a un ser humano caído en desgracia a salir de ella y respirar fuera de la oscura cueva donde vive atado a una rueda que gira en forma descendente, hacia el infierno.

Hay una escena que estremece al más duro de los espectadores: Deb penetra en una casa donde se vende droga que se consume ahí mismo. Es una visión terrible y dolorosa, un atisbo a la realidad de muchas personas. Quien vea la película con los ojos abiertos y la mente dispuesta a creer en la trama, tendrá una experiencia simbólica que le llevará a la compasión, en su significado más profundo: vivir una pasión ajena como si fuera propia.

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