En política exterior el presidente electo llega fuertemente influenciado por el cardenismo. El cual representó la cúspide de la política exterior mexicana. No obstante, el gran legado del cardenismo no es lo que se piensa; en México, los círculos académicos y políticos han vuelto a la Doctrina Estrada, aquella que presenta el principio de no intervención en asuntos internos de otros países. La política exterior mexicana del siglo XX fue exitosa justamente porque no basó su actuar en esa famosa doctrina. México utilizó la Doctrina Estrada como una herramienta diplomática en casos Cuba o las dictaduras latinoamericanas, pero nunca dejó de asumir su responsabilidad global ni de perseguir sus intereses regionales.

El problema de la Cancillería en los últimos sexenios fue su falta de intervención en cualquier asunto exterior. Mientras que el cardenismo elevó a México a un actor global porque no tuvo miedo de asumir liderazgo en el concierto de naciones, en los últimos sexenios México ha actuado únicamente a la sombra de EU y, por ello, se ha vuelto irrelevante.

La libre determinación de cada país fue un argumento medular para que México hiciera sus históricas protestas contra las invasiones a República Checa y Etiopía en la Liga de las Naciones; pero esa misma filosofía estuvo ausente durante la intervención mexicana en la Guerra Civil española, a donde envió balas y fusiles; cuando apoyó a los rebeldes cubanos en el 59; y en los conflictos armados centroamericanos. El exilio de Trotsky, los republicanos españoles, el Shah y etcétera suponen una injerencia indirecta, pero al final injerencia, en asuntos de otros países. México logró una posición importante y un liderazgo regional justamente porque logró conjugar la Doctrina Estrada con un pragmatismo e injerencia global.

Además de la diplomacia clásica, es fundamental que se adopte y desarrolle el concepto de la diplomacia pública; aquella que permite a un país establecer vínculos con poblaciones extranjeras. Para un país como México resulta fundamental establecer su poder blando a través de este tipo de diplomacia, y permitir interacciones culturales y sociales que ayuden a proyectar la influencia externa del país, y al mismo tiempo potencializar su arte, ciencia y economía interna.

La presente administración ha hecho un trabajo loable al desarrar la marca país, pero se ha visto limitada por su propia visión que gira en torno al turismo y la economía. Es plausible volver a asumir el rol global de México que el cardenismo estableció; para lograrlo, se necesita de una participación activa en la región y el desarrollo de una política de diplomacia pública amplía y visionaria.

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