El exministro Arturo Zaldívar inició su defensa pública que consiste en envolverse en la bandera morenista con el presidente, la candidata oficialista y su partido –a quienes ha apoyado-, y desde ahí desplegar un ataque contra la titular de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Piña, para librar –de algún modo- las acusaciones sobre conductas indebidas que pesan sobre él, y miembros de su grupo.

Independientemente de que haya posibilidades jurídicas para probar, o no, rigurosa o completamente su responsabilidad; o de que el debido proceso haya sido violado con la presunta filtración de datos (y ello termine beneficiándolo); lo cierto es que ya parece reconocerse lo evidente:

· Como confesó el jefe del Poder Ejecutivo en la mañanera del 21 de febrero de este año, intervenía en el Poder Judicial a través de Zaldívar, cuando éste era presidente de la Suprema Corte. El dicho del presidente comprueba la clara intromisión que constituye una falta grave a la división de poderes de este país.

· Amor con amor se paga, repite López Obrador, quien lo protege —junto con los morenistas— por los servicios prestados. Basta imaginar lo que pasaría si se conocieran y comprobaran todas las maniobras que le atribuyen, así como las consecuencias de las mismas. El presidente, claro, aseguró que su defendido “actuó con rectitud”.

· Es verdad que el tema Zaldívar se encuentra en medio de dos posturas, pero no las presentadas mañosamente por el tabasqueño, sino entre quienes pretenden la sumisión de los otros poderes al Ejecutivo, fortaleciendo un presidencialismo autoritario e impune, y quienes defienden el marco democrático y la saludable división de poderes, así como los necesarios pesos y contrapesos.

· Reconoció a la ministra Norma Piña como su amiga y ahora intenta convertirla en el peor demonio de los infiernos. No obstante, siguiendo las enseñanzas lopezobradoristas, ha dicho: “yo no tengo ningún ánimo de venganza ni de revancha con Piña. Yo no soy así. Mi único objetivo en este momento es ayudar a Sheinbaum”.

· La titular de la Suprema Corte sí ha demostrado luchar por la independencia judicial —lo cual resulta incuestionable—, no como Zaldívar.

Afirma que, desde que él se fue, todo se echó a perder en el poder judicial y dice tener la conciencia limpia y tranquila, aunque en estos tiempos de la llamada Cuarta T, eso de la conciencia tranquila se ha vuelto relativo, sobre todo cuando se recuerda que, por ejemplo, lo mismo ha dicho el exsubsecretario de Salud y actual asesor presidencial, Hugo López-Gatell (a pesar de que se hubieran salvado, al menos, 224 mil 244 vidas, “de haber existido un manejo diferente de la pandemia”, según la Comisión Independiente de Investigación sobre la Pandemia de Covid-19).

Más allá de los juicios políticos anunciados, lo paradójico es que Zaldívar acusa a Piña de lo que él también es denunciado: uso político y electoral de la Suprema Corte. Sólo que, en su caso, el presidente —que ahora lo defiende— lo comunicó, y también lo exhibió públicamente.

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