Las notas musicales del organillo se escuchan en los pasillos del mercado de La Cruz, trayendo recuerdos de otros tiempos. Para Antonio Téllez, organillero de segunda generación, la música lo es todo, pues además de ser su modo de ganarse la vida representa la herencia que recibió de su padre.

El hombre de mediana edad carga el organillo entre los angostos pasillos del mercado. Debe tener cuidado al cargar su instrumento musical, que lo acompaña desde hace 20 años, cuando tomó la estafeta dejada por su padre.

Las monedas van cayendo poco a poco en la gorra color beige, del mismo tono de su uniforme, que según cuenta la tradición, los organilleros visten de ese color recordando al héroe de la Revolución Mexicana, Francisco Villa y sus Dorados.

Su imagen es representativa de algunas ciudades y algunos barrios, por ejemplo, la Ciudad de México, donde sus notas musicales recuerdan al barrio de San Ángel y su plaza de San Jacinto, así como el Jardín Hidalgo, en el alegre centro de Coyoacán.

La gente sonríe al escuchar las notas musicales de Sobre las olas, vals de Juventino Rosas. Sacan de sus bolsillos o monederos dinero que depositan en la gorra de Antonio o en la de su compañero, David Andrade.

Antonio recuerda que su papá lo llevaba de chico a trabajar con él. Martín Téllez, era el nombre de su padre, quien le enseñó esa actividad musical, que ahora su fuente de trabajo.

Explica que en un principio este trabajo no le gustaba, pero con el tiempo le tomó cariño a las notas musicales que salen del organillo o cilindro, como también se le conoce.

Afinando el organillo

Cuando cumplió 17 años empezó de lleno el trabajo con el cilindro, el cual es rentado, pues pertenece a una persona que vive en la Ciudad de México, a la cual debe depositar el pago del préstamo de manera mensual.

Explica que su organillo es de los más chicos, pues apenas alcanza un peso de 36 kilogramos, ya que existen mucho más grandes y pesados. Antonio es originario de Veracruz, pero vive en Querétaro desde hace siete años.

Cuando se descompone el organillo lo lleva a arreglar a la Ciudad de México, pero es muy raro, pues, indica, son muy resistentes. “A lo mucho se desafina, pues cualquier cosita que se presente yo lo arreglo, pero cuando tiene algo que de plano no sé, tengo que llevarlo a arreglar”, comenta el organillero.

Explica que el instrumento funciona con aire y un rodillo, donde hay ocho canciones, que son activados por una especie de teclado de madera, que toca cada nota musical, saliendo las peculiares melodías que sirven con banda sonora de los recuerdos.

Antonio añade que hay que darle buen mantenimiento al cilindro, pues con el tiempo y el uso las notas se van desgastando, provocando que no se escuche bien la canción y se pierda la calidad de la misma.

Apunta que en el cilindro sólo hay ocho melodías. Todos los muebles tienen diferentes canciones. Gracias a ello, dice Antonio, le fue “agarrado” gusto a la música de antes, a las “viejitas”, sin que tenga una favorita en especial.

Apunta que los cilindros más antiguos contenían principalmente valses que datan del siglo XIX, mientras que otros “más modernos” ya tienen otro tipo de melodías.

La música para Antonio es algo muy tradicional, que está presente desde su infancia, con la cual creció. Precisa que le gusta traer música y canciones que se entiendan muy bien, que las personas disfruten al escucharlas, que las identifiquen al momento de comenzar y salen las primeras notas de aparato.

Busca dónde tocar

Una mujer se acerca a donde Antonio está de pie, dando vuelta al cilindro, para dejar su cooperación en la gorra. Además del dinero, sonríe a Antonio, quien responde el gesto de manera amable.

Sin embargo, indica que a diferencia de la Ciudad de México, donde los dejan trabajar en los centros de las alcaldías más tradicionales, como Xochimilco, Tlalpan, Coyoacán, Magdalena Contreras, o los barrios más típicos, como San Ángel, en la alcaldía de Álvaro Obregón, en Querétaro “andan más a las orillas”.

Precisa que no los dejan tocar en el primer cuadro de la capital, obligándolos a buscar otros lugares más a las orillas de la ciudad para invadir con sus notas musicales las calles.

“En el centro no nos dejan trabajar, no sé. Una vez me paré en un semáforo, en Universidad y me dijeron que ahí no podía trabajar, que tenía que ser hasta la orilla. No me explico, porque hasta hay una estatua de un cilindrero en Bernardo Quintana y Los Arcos. No quieren cilindreros, pero hasta estatua nos ponen”, dice Antonio mientras ríe.

Antonio vuelve al trabajo

Las notas de “Sólamente una vez” salen del cilindro. Muchos clientes y vendedores del mercado, al identificar la melodía, sonríen o la tararean. Otros, los que saben la letra la cantan.

Nada interrumpe la música. Justo en el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos. Las notas sobresalen entre todos los sonidos y gritos clásicos de un mercado. Por unos momentos, se imponen las notas musicales.

Antonio sonríe mientras gira el cilindro y avanza la canción. Una mujer mayor se acerca y deja unas monedas en la gorra. “Gracias”, dice Antonio, quien sin parar de tocar transporta a quienes lo escuchan a otros sitios lejanos y en el pasado.

bft

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