Confieso, estimados lectores, que cuando paseo por alguna tienda y me encuentro con discos que llevan títulos ya tan comunes como “Clásicos populares”, no dejo de pensar que lo siguiente bajo esta lógica es publicar un libro que diga “Ateísmo católico” o “Los grandes artificios de la naturaleza”. La industria discográfica que básicamente lo que quiere es ganar dinero, se ha inventado un engendro intelectual que aglutina en un título su mercancia.

Si en este imaginario paseo, tengo lo que se llamaría una tarde tonta o simplemente estoy más bien ocioso, en un acto de verdadero arrojo, rebusco entre los títulos de la sección de “Música clásica” y entre las grabaciones de consagrados artistas puedes encontrar perlas como: “Clásicos de Beethoven”, “Los grandes de la lírica”, “Las más bellas arias de ópera”, “ Música clásica para gente que odia la música clásica” ( esto es sinceridad, ¡madre de dios!). Para que puedan medir mi zozobra ante tal fenómeno, queridos lectores, imaginen que en esa misma tienda, encontramos libros donde se hilaran capítulos sueltos de obras de autores consagrados. Así por ejemplo, podríamos disfrutar de nuestra novela Frankenstein, iniciando por el cuarto capítulo de Cien años de soledad, siguiendo con el primer apartado de Pedro Páramo, para continuar con algún extracto de El extranjero y como queremos vender bien nuestro libro, ponemos un par de capítulos de El señor de los anillos por en medio. Estoy seguro de que a más de uno se le han hecho cruces las conexiones sinápticas, tan sólo de imaginar tal texto.

No quiero pasar por purista, pero el grado de cosificación al que se ha llegado dentro de la industria discográfica es ya demencial. El solo epíteto de “Música clásica” es ya significativo, pues une bajo su sombra a un montón de música muy diversa, pero que tiene en común algo muy importante, pertenece a lo que mucho tiempo fue llamado como “alta cultura”, con lo que detrás de este inocente título, hay una utilización ideológica, claramente tendenciosa que ya en el siglo XX, fue aprovechado por el naciente mundo del disco, para trasformar este mundo “culto” en un nicho de mercado.

Amadeus Wendt, prestigioso crítico musical, en la ciudad de Leipzig, utilizó por primera vez el término “clásico” en 1836, en un intento por definir lo que era “Romántico”. En tanto que este último subvertía el orden establecido, ante esto, habría que definir en música lo que era “clásico en música”. La respuesta la encontraron en los maestros vieneses de la generación anterior: Haydn, Mozart, Beethoven, ellos eran el molde, estableciendo la medida de oro para el arte musical, de acuerdo con los parámetros del momento. Fuera quedaban el resto de músicas, y quedaban aparte porque, bajo la estética romántica, el artista era un profeta y el arte, la nueva religión. La llamada música popular era vista como fuente de verdad, cierto, en tanto voz de la esencia nacional, pero tenía que ser tratada, tocada por el divino arte del artista, convertido en sacerdote tocado por la divinidad, para que esta música popular fuera realmente arte, parte de la alta cultura, en resumen: fuera música clásica.

De hecho, la historia de música occidental, tal y como te la cuentan aún en muchos conservatorios, está basada en este mito fundacional. El llamado canon de la “música clásica” se generó justamente en el siglo XIX, y fue establecido de manera totalmente arbitraria en centro Europa por las naciones hegemónicas de ese momento. Si el poder económico y militar hubiera estado en otra parte del mundo, llamaríamos clásicos a otros maestros. Con esto, no quiero decir que toda nuestra fantástica tradición musical sea un engaño, éste o más bien la ilusión, reside en pensar que es la única tradición musical, o peor aún, que es la mejor música que existe. Yo amo profundamente a esta mal llamada “música clásica”, no por que sea la mejor, si no simplemente porque fui educado en esta y porque en ella y bajo sus parámetros técnicos, me encuentro bien como músico profesional, pero respeto profundamente a otros colegas que hacen otras músicas, con las que igualmente disfruto.

El fenómeno que describí en mi paseo inicial, tiene que ver con el intento de vender esa “alta cultura”, término ya trasnochado a precios módicos para gente que aun con toda su buena voluntad, se deja humillar por no ser “culto”. Esto es lo censurable, el capitalismo se lucra con nuestros complejos culturales, con lo que, querido lector, si quieres disfrutar de la “música clásica”, ve sin miedo a un concierto de nuestra orquesta, duérmete si te da sueño, no pasa nada, verás que poco a poco, esa música va a comenzar a decirte cosas y cuando eso suceda, tu vida será diferente, te lo aseguro.

arq

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