Ayer se conmemoró un año más de aquella trágica noche del 2 de octubre de 1968, la Plaza de las Tres Culturas fungió como testigo silencioso de uno de los actos más cobardes, sangrientos e indignantes por parte del Estado Mexicano. El ejército y la policía fueron los verdugos de cientos de estudiantes que se dieron cita hace 52 años para exigir justicia, respeto a sus derechos y mayor acceso a la educación pública entre otros puntos que su pliego petitorio enarbolaba.

Aquel miércoles todo transitaba con la mediana normalidad que viven los manifestantes antes de una movilización o un mitin, siempre con las debidas reservas a causa del comportamiento intolerante por parte de las autoridades, sin embargo y a pesar de la presencia de miembros del Ejército Mexicano y de la extinta Dirección Federal de Seguridad, las y los participantes de aquella concentración nunca pensaron que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz con la complicidad del que un par de años después sería presidente, Luis Echeverría Álvarez, serían capaces de teñir de rojo no solamente los multifamiliares, sino la historia de un país que para desgracia del pueblo mexicano ha sido acribillada una y otra vez.

Con esta matanza inicia de manera cínica la guerra sucia que tiene su secuela más próxima en el "Halconazo" en el año 1971 cuando grupos de choque utilizaron armas de diferentes tipos para desarticular una manifestación estudiantil cobrando nuevamente vidas humanas y dándole continuidad a una lógica de gobierno basada en la tortura, desaparición y amedrentamiento que se acabó con la salida de Enrique Peña Nieto del Poder Ejecutivo Federal.

Personas como Conchita Montiel o Raúl Álvarez Garín fueron la semilla que germinó en cada una de las y los estudiantes de las generaciones siguientes que encontraron en este mítico movimiento estudiantil la inspiración necesaria para perseguir la utopía de una realidad más digna, más justa y más incluyente. Las heroínas y héroes de Tlatelolco jamás serán olvidados por un pueblo que año con año sigue recordándoles como las y los responsables de las diferentes conquistas estudiantiles que se lograron con el transcurrir del tiempo y teniendo como base la información y la lucha organizada.

Aún la justicia no alcanza a los culpables de aquel genocidio, sin embargo Ayotzinapa nos ha enseñado algo, la justicia es lenta pero implacable y mientras el recuerdo de aquel movimiento siga presente, la consigna seguirá siendo la misma, ni perdón ni olvido.

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