Capítulo 7

Voz narrativa: Elisa

¿Cómo conocimos a Juan Carlos Albarrán? Renuncié al empleo en el imperio de Juan Carlos Albarrán, entre lágrimas se lo dejé saber, todo parte de una injusticia. Me citó en un restaurante a las 10 de la mañana del siguiente día, para que le explicara qué era lo que había pasado.

Pensé “¿Qué voy a ponerme?”, debía parecer que estaba abierta a una nueva oferta de trabajo pero sin dejar parecer que mi integridad estuviera a la venta, ¿de dónde venía todo este pensamiento?, ¿de dónde el miedo?, “¿miedo? Así que así se siente”, pensé.

Él ya se encontraba en el establecimiento, al llegar pregunté si alguien ya estaba esperando por mí:

Juan Carlos Albarrán es guapo, esa mañana traía un pañuelo en el bolsillo que hacía juego con su corbata, usa colores poco convencionales para su edad y estoy haciendo una mera comparación con mi padre, el azul, amarillo y morado no estaban precisamente en su lista de colores de primer uso, pero a Juan Carlos le sentaba bien, a él le sentaba bien todo, porque era guapo, porque era él.

Yo usaba un vestido bordado color burgundy que ceñía mi cintura y tenía un corte favorecedor en el área del busto. Me importaba mucho parecer atractiva, a todos nos importa, siempre hay un propósito de aceptación con lo que usamos y aunque me repetía constantemente, antes de llegar al restaurante, que mi reunión era meramente laboral, la realidad era que necesitaba ser salvada, por vez primera, por alguien que supiera lo que hacía, alguien seguro de todo lo que podía ser y no ser, ese era Juan Carlos. Imagino que lo supo de inmediato: mi perfume delataba interés, el labial combinaba con las rojas intenciones y aun así, llevé botines en lugar de zapatos altos, por miedo a caer.

Se levantó cuando me vio llegar y me dio un abrazo, un beso en la mejilla. Ahí supe por vez primera a qué olía lo inolvidable.

“Qué bonito vestido”, dijo y agradecí sin mirarlo, me sentí tranquila de haber hecho una buena elección. Algo que no revelara la verdadera intención de existir esa mañana.

Leímos la carta, pedimos el desayuno, yo tomé un jugo de zanahoria, “como tu cabello”, él, un expresso. Le conté lo sucedido, él escuchó atento a cada palabra, veía cómo en sus pupilas se reflejaban mis labios. En ningún momento tomó mi mano.

“Creo que tienes razón, es injusto lo que pasó en la empresa, pero resolverlo haciéndote volver, solo les darán motivos para que sigan suponiendo estupideces y quiero mantenerte ajena a todo eso”.

Él tenía razón y yo no quería volver.

Resumen: Ser bonita, inteligente y talentosa es un insulto para el matriarcado.

—No quiero volver. Estoy asqueada de trabajar entre mujeres, solo quería que supieras cómo fueron realmente las cosas, no son tonterías, fue algo que puso en tela de juicio mi profesionalismo y mi dignidad.

—Yo no podría pensar mal de ti, creo firmemente en lo que expones y nada de lo que puedas decir, me parece tonto. Alma, quiero ayudarte, porque somos amigos.

Amigos, hasta el día de hoy no puedo desdoblar el concepto de amistad entre Juan Carlos Albarrán y yo. Fuimos todo, menos amigos.

Llegamos a un acuerdo que prescindiré de su descripción, solo quiero puntualizar que me ayudó a entender mejor el mundo, el dinero y el poder.

Le hablé de mi familia, mis hermanos, el Puerto en el que había crecido, mis planes a futuro en cuanto a mi carrera, la cual ha fungido como un cruel verdugo, una cruel venganza de una posible vida pasada. Juan Carlos no cree en vidas pasadas, él cree en Dios.

—¿Qué harás mañana?

—Hay una exposición de carteles en la universidad donde está el posgrado que quiero estudiar. ¿Quieres ir?, es bastante interesante.

—¿A qué hora es?

—Después de las cuatro.

—Claro, paso por ti.

Al terminar me llevó casa, me temblaban las piernas al subir a la camioneta. En el trayecto le expliqué que la exposición era sobre investigaciones de neurociencia y bioquímica cerebral.

—Cuando estudias cómo funcionamos, la vida es más sencilla.

—¿Y esa es realmente tu pasión?

No me había cuestionado aquello con anterioridad, sin embargo sabía que la ciencia no me hacía feliz, pero escribir, las letras, era el único que me traía paz.

—Me gusta escribir. Creo que soy buena. Pero, es mejor tener un posgrado y seguir sobre la línea que llevo para poder sostenerme y apoyar a mi familia.

—Debes hacer lo que amas con pasión, ahí está la verdadera felicidad, lo demás llega solo. Hay situaciones en la vida es como el futbol. La disciplina es más importante que el talento, porque un talento sin disciplina tiende a decaer. El futbol siempre te da nuevas oportunidades, como la vida, fracasas una vez y te sientes muy mal, pero como en el futbol, siempre hay oportunidad de un nuevo partido, un nuevo torneo, una nueva final. Cuando estás en la banca, esperas a que llamen por ti, a que te den una oportunidad y puede ser que esperes en la banca mucho tiempo. En la vida puede que tengas todo en contra, nadie quiere comprar tus productos, no te dan el puesto que deseas, no te recibe quien tú esperas te dé la oportunidad de mostrar tus ideas, no te hacen llamado para el casting que tanto anhelas, no te publican el libro de tu vida, en fin. Pero el día que te llaman, no vas de malas, vas con todo el amor, con toda la fuerza porque ahí está tu oportunidad. Estás en la banca pero sigues entrenando, sigues preparándote, sigues escribiendo, sigues actualizándote, siempre estarás listo para el llamado ¿Qué es lo mejor que podría pasarte?

—Escribir un libro —respondí desde una voz que no sabía que era mía, que era nuestra, porque era una voz llena de seguridad y fe.

—En el futbol, el premio más grande es ganar una Copa del Mundo; en la vida, el ascenso es infinito. Si tú te conformas, estás en un error. Sé la mejor, porque amas lo que haces. Decide hacer lo que amas.

Ahí comprendí que yo quería jugar en primera división y ascender hasta el infinito.

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