Con pinzas que son antimagnéticas y desarmadores muy pequeñitos, don Pedro Ramírez ha trabajado casi toda su vida en arreglar la relojería y la joyería de la gente.

Tiene 62 años y en el oficio de relojero se inició a los seis años de edad, pero desde hace 40 se independizó y puso su propio negocio.

En sus inicios estuvo en la relojería “El Mago” que se ubicaba en la calle de Madero cerca de la iglesia de Santa Clara, en la ciudad de Querétaro. En ese lugar hacía el aseo y los mandados, ganaba 30 pesos al mes, o lo que es un peso por día.

Fue ahí donde don Pedro aprendió a arreglar cristales y despertadores. “En ese tiempo me costó mucho trabajo, porque hay un dicho que dice que echando a perder se enseña la gente y sí te diré que me costó mucho trabajo para poder realizarlo, como el terminado de un cristal, porque muchas veces te pasabas de calor y se ponía amarillo. Entonces que si se apagaba el soplete, si recibía frío, el cristal se rompía”.

Cuenta que al principio le costó mucho trabajo aprender el oficio, e incluso tardaba días en componer las piezas que le llevaban, pero ahora se tarda desde una hora hasta cuatro horas en hacer el terminado de una pieza que le encarguen, dependiendo lo que se haga.

Dijo que ahora si le llevaba algún anillo o alguna pieza, los deja como nuevo, que no se notan las reparaciones.

Trayectoria

En 1964 se va a la ciudad de México en donde quería desenvolverse y entró a trabajar en una joyería denominada la Princesa, a donde llegó por recomendación de un amigo que conocía. Después se salió y conoció al dueño de las joyerías Victoria.

De las 10 sucursales que tenía la Victoria, don Pedro se hizo jefe de taller de los trabajadores y es donde conoció al músico Felipe “El Indio” Jiménez, y con quien incursionó en el ámbito artístico.

Con el impulsó que le da Felipe Jiménez entra a la música y es cuando empieza a combinar este trabajo, la relojería, y la joyería. En el ambiente artístico conoció a Miguel Aceves Mejía, Amalia Mendoza y José Feliciano, entre otros.

Tiempo después regresa a Querétaro y abre un negocio en la calle de Ezequiel Montes, número 5, de ahí se cambia al lugar en donde se está su taller, que es en la calle de Madero con Francisco Marqués en la colonia Niños Héroes.

Dijo que el oficio de relojero es un trabajo en el que trata de dar lo mejor de sí, con placer al cliente y aseguró que la frase que se dice “de que al cliente lo que pida”, siempre tiene razón.

Nueva faceta

Como siempre le ha gustado ser altruista ingresó desde los 12 años a la delegación de la Cruz Roja, en donde muchos de sus compañeros no lo aceptaban por ser menor de edad, por eso dice que sufrió bastante, porque él lo único que quería era ayudar. Expresó que la Cruz Roja y el servir es lo que le apasiona.

“Fue un ambiente bonito. Es una atmósfera que si lo deseo. Me gustó, lo añoró y quisiera que regresaran esos tiempos, porque había compañerismo, humanidad y calor de hermanos”, asentó.

Tiempo después se fundó en Querétaro el área de Juventud en la Cruz Roja, lo que significó para él, en ese momento, la mejor experiencia de su vida. Es una etapa que recuerda como la mejor experiencia, ya que al darle luz verde de formar a jóvenes en algo que lo apasionaba, le entusiasmo; pero cuando vio la respuesta de la juventud, que al primer llamado acudieron 600, se entusiasmo más.

Se retiró de la Cruz Roja en 1989 por una lesión que le costó estar en cama y un sin fin de inyecciones para sanar.

Además fue presidente de la confederación canofília de Querétaro, en la que duró tres años en este puesto y duró seis años trabajando para la confederación.

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