En 1968 el ecologista estadounidense Garret Hardín publicó su conocido ensayo acerca de un hipotético dilema en una comunidad de pastores con derecho al uso común de un pastizal a donde, cada uno, podía llevar las ovejas que quisiera. El interés por obtener el mayor beneficio individual hizo que cada habitante llevara más animales que su vecino a pastar. La competencia finalizó hasta que el campo fue sobreexplotado y todos los pastores sufrieron la misma consecuencia, cayó su utilidad y enfrentaron el riesgo de la subsistencia personal.

Este dilema representa con claridad como las decisiones personales tomadas desde una visión individual, sin considerar a los otros en el reparto de los satisfactores comunes, aún sin mala intención e incluso con ingenuidad, tiene efectos para todos en el tiempo; la suma de decisiones individuales sobre los bienes comunes, afecta o beneficia a todos. Esa ecuación de ética social tiene casi 50 años y no ha sido aprendida en la reflexión particular, sino transferida a la responsabilidad (casi patriarcal) para los gobiernos.

En el contexto de las democracias del mundo actual, tenemos el ejemplo de la amenaza global por las decisiones del presidente Trump, que dirige al país más poderoso del mundo por las decisiones en pleno ejercicio de libertad de sus conciudadanos.

La premio Nobel de Economía 2009, Eleonor Ostrom, retomó está alegoría para controvertir a quienes desconocen el concepto de bienes comunes y parten el bienestar, en público y privado, dando prioridad al individualismo, con frecuentes conveniencias particulares.

Sus investigaciones en pequeñas poblaciones dan un pronóstico alentador: en comunas, sus integrantes asumen la prioridad del bien común, definido por el interés superior a lo público y privado, como la seguridad, justicia, democracia, la vocación económica y se organizan para cuidar el medio ambiente. Lamentablemente ese optimismo aplica en poblaciones pequeñas y condiciones económicas de baja escala de producción.

Apuesto por considerar la participación ciudadana como un bien de la comunidad y el primer ejercicio de la misma es opinar de lo que es público. Muchos que participamos en este hábitat informativo nos confundimos con los profesionales, los aprendices, imitadores, los que están enojados y hasta algún pillo que frecuentemente transita el contexto de los medios en cualquiera de sus espacios.

Usamos nuestro derecho personal a expresarnos (como usted da cuenta, si me ha concedido el favor de leerme). Si pudiera(mos) ser más consciente(s) de los bienes comunes que inspiran un ideal de país: tranquilidad, progreso y paz social, sería también más fácil el ejercicio de ética de los tres filtros atribuido a Sócrates: Si lo que vas a decir de los demás no es verdadero, ni bueno, ni necesario, lo mejor es olvidarlo y no causar daño. Pero, en redes sociales es frecuente encontrar información con noticias falsas, tendenciosas o simplemente hablar mal de los demás por el derecho sagrado a opinar y con frecuencia a esto se le llama “participación” ciudadana. El mal uso del derecho a expresarse, terminará agotando la necesidad de escuchar.

Los gobiernos deberían estudiar a Ostrom, autora de La tragedia de los comunes, para entender que la salvaguarda de los bienes comunes y el derecho a acceder a ellos está en hacer conciencia de la utilidad de ponerse de acuerdo con el ciudadano porque él, es el mejor gestor de los problemas que sufre; de reconocer las propias necesidades que estos tienen y alejarse de la corrupción. Refiriendo a Aristóteles, solamente se requiere de gobiernos prácticos, no perfectos.

El cumplimiento responsable del gobierno federal para que en semana y media en todo el país las instituciones persigan a los corruptos con el Sistema Nacional Anticorrupción, presenta un franco panorama de decepción. Tal vez no se cumplirá la última esperanza de los mexicanos por contar con buenos gobiernos. El mal uso de invitar a los ciudadanos a participar en políticas públicas, que después son incumplidas, hará que la decepción abandone a las autoridades.

La tragedia de los mexicanos no es la violencia, pobreza o desigualdad, sino nuestras decisiones individuales, que en las últimas décadas cada día hemos tomado hasta hacerlas hábito, sin importarnos los otros, pero a todos nos han afectado. Por supuesto que en especial destaca la decisión del día de las elecciones, que se convierte en un juego de volados que decide qué persona cuidará de los bienes comunes que todos apreciamos individualmente.

Esa es la tragedia de los comunes, cuando somos mexicanos; por lo pronto, hablemos bien de la Selección Mexicana que ficticiamente, de cada en cuando, se convierte en un bien común.

Google News