Hace un par de semanas elementos de la Secretaría de Marina intervinieron en un operativo en la delegación Tláhuac en la Ciudad de México, según se dijo, motivado por un trabajo de inteligencia o por la sorpresiva agresión a militares, pero dejó muertos al líder de una agrupación criminal y varias personas más.

Desde entonces, las noticias han tenido al menos tres vertientes de interés; la primera, conocer y reconocer a nivel nacional que en esa delegación operaba dicha estructura dedicada a delinquir de formas diversas con extrema  violencia a las víctimas y un gran poder corruptor de autoridades, entre las que destaca en la sospecha el delegado de esa demarcación.

La segunda evolución de la noticia, fue el intercambio de culpas entre autoridades de todos los niveles y filiaciones partidistas, con las consabidas lecturas de los sesudos analistas de la política, que alcanzan a ver un posible aspirante de la contienda presidencial golpeado mediáticamente. Y en este embrollo de opiniones, surgió el debate entre el jefe de Gobierno capitalino y sus detractores, acerca de si dicho agrupamiento es o no un cartel, como fue calificado por varios medios de comunicación, sobre todo en las redes sociales.

Si lo más importante fuera la nominación de esa organización, entonces el problema debería ser de la atención de los expertos de la Real Academia de la Lengua. Lamentablemente, la operación de la Marina pone en evidencia una realidad de que al menos, desde hace un decenio, se ha extendido brutalmente en distintos rincones del país: los delincuentes comunes se han armado y retan a las autoridades con inusitada violencia, han dejado de ser sumisos corruptores para tomar una posición de antagonista bélico.

La organización del Ojos  cobraba “derecho de piso” y con violencia mataban, secuestraban o violaban  a sus víctimas en la mayor impunidad por el control que tiene de la policía. En realidad, pasa a segundo lugar si se dedicaban al narcomenudeo o no, o bien si sus elementos tenían tal capacidad logística que pudieron hacer bloqueos de calles, como en otras ciudades donde impera la delincuencia organizada. Este hecho fue el centro del debate para llamarlos cartel o banda criminal.

La concepción de bandas criminales y su distinción de la delincuencia organizada es un tema que convoca y divide a los expertos del mundo, plasmada en una serie de definiciones de organismos internacionales dedicadas al tema. Ambas hacen referencia al agrupamiento de tres o más personas, estructurado solamente con fines delictivos y con permanencia temporal indefinida.

El término latino de cartel se aplica a los grupos dedicados a una misma actividad comercial que acuerdan acciones para controlar un mercado con fines de monopolio. Al tratarse de delincuencia organizada, el uso de la palabra se hace popular por Pablo Escobar en los 90 cuando funda el Cartel de Medellín,  dedicado a la producción, comercio y distribución de la droga con operación y líneas de influencia en la cadena delictiva de impacto en más de un país. La extensión y complejidad de carácter comercial es una característica ilustrada por los carteles de otros países y los de México, siempre recurriendo a la simulación de estructuras legales que permiten impunidad y blanqueo de dinero, por ello evitan históricamente la conexión con la violencia en las calles que, de darse, es selectiva, salvo en dos excepciones, cuando se trata de eliminar la competencia de sus enemigos o sí están en peligro por la fuerza del Estado.

En cambio en las bandas criminales, su poder corruptor es directo sobre la policía o funcionarios que interfieren en su actividad, pero sin mayor impacto en las esferas políticas dominantes. 
La discusión semántica generada por la defensa del jefe de Gobierno, es reflejo claro de cómo enfrentamos un problema tan grave como la inseguridad articulada desde un grupo de pandilleros que en la realidad agrede más a la comunidad donde hace su vida cotidiana el ciudadano común, porque se hacen los amos de la calle, del trabajo y del hábitat de convivencia. Si bien, no definen la economía del mundo, ni coexisten con el poder de las autoridades, sí son los más agresivos para la comunidad indefensa ante los delincuentes y las autoridades que los ignoran, en el mejor de los casos.

Ojalá el menor de los males fuera que no hay delincuencia organizada en la Ciudad de México y se trate de una banda de delincuentes; pero para quienes sufren el poder delincuencial de la banda del Ojos, sin duda, es irrelevante la aclaración.

Google News