Se acuerdan de una obra llamada el Acueducto II que se vendió como la “modernidad hidráulica” que nos salvaría de la crisis del agua. Catorce años después de su puesta en operación, la realidad desenmascara una estafa mayúscula que los queretanos seguimos pagando cada mes en los recibos. Esta megaobra, que costó “2,860 millones de pesos” y consume más 300 millones anuales en gastos operativos, no sólo fracasó en resolver el problema hídrico, sino que agravó la sobreexplotación de acuíferos y perpetuó un modelo insostenible de gestión del agua.

 Cuando comenzó a operar en 2011, el gobierno prometió 30 años de vida útil para esta “joya de la ingeniería”. Sin embargo, en 2017 (NO DURÓ NI 10 AÑOS) la CEA admitía problemas en el sistema. Se suponía que las proyecciones advertían que el acuífero de Querétaro se agotaría para 2025, lo que deja en evidencia la irresponsabilidad de las autoridades. Los tres acuíferos principales del estado Valle de Querétaro, San Juan y Amazcala están sobreexplotados.

 El fracaso del Acueducto II radica en una obra que trasladó el problema sin resolverlo, en lugar de crear un sistema sustentable y sostenible desde el principio, cambió la fuente de sobreexplotación del acuífero local al sistema de El Infiernillo. Los costos operativos anuales de más 300 millones de pesos (casi todo en energía eléctrica) demuestran la ineficiencia energética de un sistema que bombea agua a distancias enormes, generando una huella de carbono desproporcionada para una supuesta solución “moderna”. Mientras los gobiernos estatales insistan en obras faraónicas que enriquecen a contratistas, ignoran sistemáticamente las soluciones tecnológicas verdaderamente inteligentes.

 Los sensores IoT para monitoreo hídrico permiten capturar datos en tiempo real sobre caudal, presión, temperatura y calidad del agua, información crucial que podría reducir costos operativos comparado con sistemas tradicionales como el Acueducto II. Los medidores inteligentes ofrecen gestión completa de averías, detección automática de fugas y control preciso de consumo, eliminando la recolección manual de datos que representa millones en costos administrativos.

 Estas tecnologías de gestión inteligente del agua, con inversiones de muy por debajo de los mil millones de pesos, podrían haber resuelto gran parte de los problemas hídricos actuales sin hipotecar las finanzas estatales por décadas. Los sistemas de telemetría avanzada permiten monitoreo remoto de infraestructura hidráulica, detectando fallas antes de que se conviertan en crisis costosas, ahorro que el Acueducto II nunca pudo ofrecer.

 La realidad es que el Acueducto II funciona como “parche” de una crisis que él mismo profundizó, por ejemplo, Jurica y Mompaní, zonas emblemáticas del crecimiento urbano descontrolado que el acueducto supuestamente atendería, sufren desabasto constante. Esto no terminará si empresas como Aqualia o ICA (Conoisa, Cicasa, Conevisa, Icaten como sus filiales) quien tiene un alto porcentaje de participación en esta obra, administren el recurso más vital para el desarrollo humano. La lección del Acueducto II es que “proyectos” hídricos son espejismos costosos que benefician a contratistas y sus filiales, pero fracasan sistemáticamente en resolver los problemas de fondo. 300 millones de pesos anuales podrían financiar tecnologías inteligentes.

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