Vendedores, limpiavidrios y todo un ecosistema se gana la vida en un minuto, entre luz roja y luz roja. Corriendo entre los coches, cuyos conductores a veces los ignoran a propósito mientras revisan sus teléfonos celulares, hombres, mujeres, adultos mayores y, en ocasiones niños, caminan entre los automóviles ganándose la vida.

Todo pasa rápido en ese tiempo; apenas cambia la luz del semáforo a rojo, los tres jóvenes se dirigen al arroyo vehicular. Dos de ellos, para limpiar vidrios; y el tercero lo hace para vender bolsas para basura.

El minuto de luz roja apenas alcanza para caminar unos cuantos metros entre los vehículos. Los dos limpiaparabrisas levantan sus botellas llenas de agua jabonosa y arrojan unas gotas sobre los cristales de los automóviles.

Pocos aceptan el servicio. Un minuto alcanza para un cliente y acaban justo a tiempo. La luz verde se enciende y los tres caminan de regreso a la orilla del arroyo y al frente, para luego volver a la rutina nuevamente.

De vez en cuando los tres intercambian comentarios o chistes y se ríen mientras caminan entre los coches. El vendedor de bolsas también tiene sus ganancias, pues vende un paquete cada dos semáforos. “De a 10 pesos las bolsas, de a 10”, dice a los automovilistas locales.

Poco después de las dos de la tarde uno de los limpiaparabrisas da por terminada la jornada laboral. Se retira a otra esquina de la intersección de Bernardo Quintana y Universidad, donde descansa unos momentos bajo la sombra de unos árboles.

En esa esquina también hay un grupo de vendedores y personas que se ganan la vida entre los semáforos.

En esta esquina hay mujeres y adultos mayores, además de algunos jóvenes que ofrecen limpiar las carrocerías de los autos con un par de mechudos.

Las mujeres ofrecen dulces, como morelianas, de 10 pesos. Otras vendedores ofertan dulces variados, así como cigarros.

Un adulto mayor muestra piezas artesanales hechas de latas de refresco, se desplaza lentamente, a diferencia de los limpiaparabrisas, cuya juventud los hace ser más rápidos. Las mujeres ya tienen sus años. Son más lentas, al igual que los adultos mayores, quienes se mueven con más calma.

Destaca entre los mayores la presencia de una joven mujer que lleva en brazos a un niño de unos dos años de edad. Camina entre los vehículos ofreciendo dulces de una marca.

Logra un par de ventas cada dos semáforos, en promedio. No en todas las luces rojas hay ganancias, es una labor de paciencia, pues no siempre se logra obtener una venta.

Los adultos mayores no mantienen el ritmo de trabajo que los jóvenes. Después de tres o cuatro semáforos se toman un descanso bajo los árboles del retorno de avenida Universidad.

El sol es intenso después del mediodía. El aire frío se disipa con las horas y deja paso al calor que se vuelve intenso y difícil de tolerar para muchos. En otra intersección del cruce, una mujer ofrece pomada de peyote con cannabis a los automovilistas, quienes ven de reojo a la comerciante, pero no se animan a comprar su producto.

Ocasionalmente la intersección se llena de música, cuando los organilleros arriban al sitio para ganarse el sustento. No siempre están los músicos, pues deben sortear a las autoridades, además que por su naturaleza son itinerantes y cambian de manera constante de locación.

En el semáforo de Epigmenio González y la prolongación de Ezequiel Montes se oye una marimba, al ponerse el semáforo en rojo es la señal para que sus dos artistas comiencen a tocar “Piel Canela” esto hace que la espera en el el lugar sea menos inquietante para los paseantes.

“Aprovechamos estos días para hacer promoción, mientras mi papá toca con mi hermano, yo entrego tarjetas. Lo hacemos así desde la pandemia, como no había trabajo y nadie nos contrataba, aquí la gente nos apoyaba con algo por la música, hoy, gracias a Dios, ya hay trabajo, aquí nos promocionamos”, explica Diana Reyes.

También, en ocasiones, algunas personas voluntarias piden dinero para la colecta de la Cruz Roja, o de alguna asociación religiosa que ofrece palabras de fe a quien quiere escucharlas.

Hasta hace unos años, era imposible encontrar este fenómeno en la calles de la capital queretana, pero en tiempos recientes las personas que se ganan la vida en las esquinas se multiplicaron.

Hay sitios en donde sólo hay jóvenes limpiaparabrisas. En otros, niños acompañados de mujeres. Otras más están ocupados por algunas personas con discapacidad y adultos mayores. Las mercancías y servicios que se ofrecen son variados, pero por lo regular en cada semáforo hay al menos una docena de personas.

El otros puntos hay artistas urbanos que realizan diferentes suertes, como malabares con machetes, picas o aros. Incluso, hay quienes ofrecen bailables típicos mexicanos.

Para muchos queretanos son una molestia. Para otros, parte del paisaje urbano, una señal de los tiempos de crisis económica, de desempleo, de falta de oportunidades de trabajo.

No falta quien cuando ve a los comerciantes de semáforo acercarse a su vehículo sube el vidrio de la ventanilla, se “distrae” con el radio o el teléfono celular.

Para muchos es más sencillo no mirar, no ver, negar su existencia... ignorar a los jóvenes con pantalones de mezclilla rotos y húmedos, o a las mujeres con vestimentas oroginarias que ofrecen dulces en una caja de mazapanes, es más cómodo para muchos.

Para ellos, para quienes se ganan la vida entre las luces rojas, el tiempo pasa rápido.

Van siempre contra reloj, caminando entre automóviles, entre camionetas de lujo, entre unidades de transporte público o de carga, agregando un elemento al paisaje urbano, dando un toque a otra realidad de la sociedad queretana.

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