Dos hombres cavan una tumba en el panteón de La Cañada. Hacen espacio para un nuevo difunto. “Es un niño”, dice uno de ellos, el que está dentro del hoyo y que batalla con una raíz para dejar el espacio preparado para la llegada de los deudos y el féretro.

Hay mucho movimiento en el panteón de La Cañada. Aunque este año no abrirá sus puertas al público por la emergencia sanitaria por el virus SARS CoV-2, los empleados del municipio trabajan a marchas forzadas, para mantener en buenas condiciones el lugar.

Noé Hernández Martínez y Juan Olguín trabajan en la excavación de la tumba. “Es para un angelito”, dice Juan, mientras sigue cavando.

Los hombres explican que derivado de la pandemia también cambiaron las dinámicas para dar el último adiós a los difuntos, pues no se permiten los sepelios masivos. Se tienen que llevar a cabo con pocas personas, menos de 10.

Señalan que lo más complicado de su trabajo son las exhumaciones, donde tienen que sacar cuerpos que están en descomposición y tienen que remover para hacer espacio a otro difunto.

Noé indica que hasta hace unas semanas no se permitía el acceso a las personas al panteón. Recientemente se autorizó el acceso a los ciudadanos que van a arreglar una tumba o a limpiar, pero guardando las medidas sanitarias.

Los trabajadores dicen que al panteón de La Cañada acudían muchas personas de todo el municipio, más en Día de Muertos. Destacan que no hubo demanda de servicios por la pandemia, pues la mayoría de la gente que fallecía por Covid-19 era incinerada.

Noé dice que como en otros cementerios, la gente suele arrojar o dejar artículos que consideran mágicos. “Hemos encontrado gallinas, fotografías. Una ocasión encontramos un envoltorio grande, como un balón. Nos cayó de curiosidad, lo sacamos con la pala. Luego con una varita empezamos a desenvolverlo sin tocarlo. No encontrábamos nada. Hasta que llegamos al fondo y tenía un limón. Le echamos fuego y no se quemaba.

“Nos ha tocado encontrar gallinas negras. Las quemamos, sólo esperando que no nos pase nada, y que no se le regrese a nadie, porque es por una buena obra. Fotografías también”, comenta.

Cuentan que además no faltan los muchachos que vestidos de negro incursionan ocasionalmente en el panteón. Por lo regular hacen sus ingresos en la noche. Se hacen los reportes a la policía, pero escapan antes que las fuerzas del orden logren detenerlos.

Juan y Noé dicen no sentir temor a la muerte

Es algo natural e inherente a la vida misma. En un principio, comenta Noé, sí sentía un poco de temor, pero después, incluso, se crea cierta resistencia al sufrimiento de otras personas, aunque en ocasiones sí llegan a “sentir feo” en algunos entierros.

“A veces estamos enterrando y vemos a la gente llorando, ya no nos da ese sentimiento, lo vemos como algo normal. Respetamos a la gente porque hay quienes lloran mucho. Nos vamos y la gente se queda todavía. Hay otros casos en los que la gente llora mucho hasta que se desmaya”, indica Noé.

Juan, por su parte, recuerda que en otras ocasiones los entierros son con pocas personas. Uno, precisa, sólo contó con 10 personas que acompañaban el cortejo.

Noé agrega que a él le tocó un funeral donde sólo acudieron la hija y la nieta de la persona fallecida. Incluso, tuvo que llamar a otros dos compañeros para que le ayudarán a hacer la tumba y meter el ataúd que la funeraria había dejado en la entrada del panteón.

Juan, desde el interior de la tumba que prepara, dice que, al contrario, hay difuntos que son despedidos por muchas personas, incluso con música.

Ambos recuerdan que en el Día de Muertos muchos familiares de los difuntos se quedan a velar en el panteón, como una manera de recordarlos. Sin embargo, eso no sucedió este año.

Los dos hombres confían que para el próximo año las cosas vuelvan a la normalidad, porque es un día de celebración y fiesta en el panteón, cuando los marquesinos acuden a visitar a sus familiares, que remozan las tumbas y llenan de vida el cementerio.

Para Juan y Noé también es un día de fiesta. Esos días, agregan, ya es complicado que puedan trabajar por la cantidad de personas que acuden en estas fechas, pero junto con sus familias recuerdan también a quienes ya se fueron.

En el panteón las personas suelen dejar en las tumbas bebidas y comida que gustaban en vida a los difuntos. Cerveza, tequila, mandarinas o cacahuates, son normales observarlas encima de las tumbas. También dulces y juguetes en los lugares de los niños que están sepultados.

Los trabajadores regresan de lleno a su trabajo. Deben de terminar la tumba que preparan y que será utilizada en 24 horas. Una de las muchas que los hombres han hecho durante el tiempo que llevan trabajando al servicio de los difuntos.

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