La joven mujer entra apresurada al cajero del banco ubicado en las inmediaciones del jardín Zenea. Introduce su tarjeta en el aparato y teclea el nip. De pronto, escucha una especie de quejido. Es un hombre que duerme en una esquina de la zona de cajeros. En otra esquina hay otra persona que duerme, pero al escuchar el ruido se mueve un poco. En los últimos meses, es común ver personas que duermen en la calle en la capital queretana.

La espacios en donde operan cajeros automáticos, portales de algunas construcciones, templos, cortinas de los negocios del Centro Histórico de la ciudad de Querétaro, sirven para que las personas pasen la noche.

La madrugada poco a poco da paso al día y los queretanos se dirigen a sus trabajos o a sus escuelas. Las calles aún permanecen oscuras. Las luminarias encendidas dan luz a los pasos de las personas que avanzan por las calles del primer cuadro queretano.

Quienes tienen que madrugar para cumplir con sus actividades se enfrentan a encontrarse con personas que duermen en las calles, que pasan la noche en un portal, en la entrada de una librería o en el atrio de un templo.

Muchas ocasiones, las personas generan temor entre la ciudadanía, principalmente a las mujeres.

Sobre avenida Juárez, a una cuadra de avenida Universidad, un joven de no más de 25 años hurga en una papelera. Saca un par de botellas de plástico y una lata de aluminio. Habla solo. Grita algunas cosas ininteligibles. Las personas que caminan por la acera, cuando lo ven, cruzan la calle. Prefieren eso a arriesgarse a una agresión.

Una mujer camina distraída. Cuando se da cuenta es demasiado tarde. Se cruza con el joven, quien parece no darse cuenta de la presencia de la mujer y sigue con su soliloquio. Camina de un lado a otro, hasta que recoge una bolsa negra de plástico y se retira a una calle cercana.

El encargado de una tienda de conveniencia de la zona platica que muchas ocasiones entran en grupo a su local, y mientras uno lo distrae, otros aprovechan para tomar algunas cosas y salir con ellas.

Sobre la misma Juárez, pero en la esquina con Morelos, la puerta de entrada de una librería sirve de dormitorio para dos personas. Cada una se acomoda en un costado de la puerta. Se cubre con cobijas rotas y se acuestan sobre cartones. A un lado de ellos, sus pertenencias en bolsas. A veces un recipiente de unicel con algunos alimentos. Los espacios de las ventanas también sirven de dormitorio para otras personas que buscan un lugar abrigador, o menos frío, donde las posibles lluvias no les alcancen, para pasar la noche.

Ellos pasan más desapercibidos. No se alcanzan a ver cuando se camina por la calle. Solo cuando se está frente a la puerta la gente se percata de su presencia. Permanecen ahí hasta pasadas las siete de la mañana, cuando el movimiento es más intenso en la calle y el personal de limpieza del municipio de Querétaro asea las calles. Ese es el momento de levantarse y buscar el sustento diario.

En otro punto donde la gente pernocta en la vía pública son los templos de Santo Domingo y San Agustín. Es común observar pegados a los muros de estos dos recintos religiosos a personas que colocan sus cartones para dormir. Las paredes de los templos abrigan un poco a quienes ahí deciden dormir. Cuando las actividades comienzan, es hora de marcharse.

Las ventanas de una tienda de telas, en Juárez y Madero, también es un sitio que usan aquellas personas que no tienen un lugar bajo techo para pasar la noche.

Con el inicio de actividades comerciales en la zona, quienes pasaron la noche ahí se esfuman, como si no existieran. Se pierden en las calles del centro, pero siempre están presentes.

Los portales frente a Plaza de Armas también son un buen sitio para aquellos que buscan un refugio nocturno, aunque en este caso deben despertar y moverse más rápido, pues los negocios ubicados en las inmediaciones abren desde temprana hora.

En Plaza Constitución, un lugar más abierto, con pocos sitios para pasar la noche, un hombre duerme en una banca que da a la calle Independencia. Una patrulla de la policía municipal en la cual viajan cuatro uniformados (dos hombres y dos mujeres) observa el “bulto”. El conductor de la patrulla detiene su marcha y los cuatro bajan. Una de las mujeres policías comienza a grabar con su teléfono móvil la forma en la que sus compañeros “invitan” al hombre a irse a otro lado. No puede dormir en la banca metálica.

A lo largo del día se les observa en plazas y jardines, como el Zenea o el Guerrero, donde aprovechan para descansar, o reunirse entre ellos.

En el jardín Zenea un hombre de unos 50 años busca en las papeleras del lugar latas y botellas plásticas. Encuentra un par en un depósito, pero también encuentra un vaso de agua fresca a la mitad. Nada se desaprovecha. Lo coloca a un lado de una bolsa negra. Luego de un par de minutos se retira de esa papelera para ir a otra. La gente que pasea en el Zenea “le abre paso”. El hombre camina encorvado, despacio, parece no darse cuenta que lo miran de reojo.

Para algunos ciudadanos la presencia de estas personas en situación de calle es un problema de seguridad, pues algunos de ellos padecen problemas de adicciones y otros más algunas condiciones mentales que hacen que en ciertos momentos se tornen violentos. El ejemplo es un joven que sobre la avenida Pasteur, a una cuadra de Zaragoza, amenaza a los automovilistas que lo miran. “Cuando te vea a pie te voy a agarrar a patadas hijo de…”, dice. La advertencia quizá no se cumpla, pero los automovilistas pasan segundos de vulnerabilidad en lo que esperan la luz verde del semáforo para avanzar.

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