Ana María Álvarez Gutiérrez tiene un contacto muy especial con la danza prehispánica. Para ella es más que bailar un día o una fecha, pues desde su concepción ese tipo de baile es todo un modo de concebir la vida y la existencia.

La representante de la Asociación Civil Tonantzin Coatlicue explica que desde niña sintió esta comunión con las raíces prehispánicas y con la danza. Aunque vivía fuera de Querétaro, siempre regresaba los 13, 14 y 15 de septiembre para participar en la fiesta de la Santa Cruz.

Ana María, mujer de mediana edad, se acomoda en su silla, detrás del escritorio de la oficina de la asociación que encabeza. En el muro que está detrás de ella, hay varias representaciones de Cuauhtémoc, el último tlatoani, que decoran el lugar, junto con algunas fotografías de ella y su familia.

La asociación, dice, “nace cuando se estaban atendiendo algunas inquietudes y necesidades de los compañeros, pues siempre he dicho que no es suficiente con prender una veladora, tenemos que ir hacia donde está la raíz del problema y de ahí nace todo esto”.

Actualmente, la asociación tiene en funcionamiento 10 años, aunque el proyecto es mucho más antiguo. Diversos problemas evitaron su fundación antes.

Ahora ayudan en varias situaciones a quienes se acercan con ellos, pues incluso brindan acompañamiento a los que necesitan tramitar algunos papeles oficiales, como actas de nacimiento.

El general Ramón Aguilar, con quien inició la asociación, cuando aún se encontraba con vida, le ofreció dejarle uno de sus bastones de mando, a lo cual Ana María se negó, pues el mismo adquiere un valor. Lo que sí recibió fue el nombramiento de capitana general de Altos y Bajíos y de la gran Tenochtitlán, para poder hacer la danza de La Conquista.

Desde entonces, buscó difundir sus actividades, incluyendo a todas las personas interesadas en participar en la danza.

Explica que La Conquista está conformada por 25 personas, en su mayoría familiares de ella, hermanos, hermana, sobrinos, así como mujeres del grupo.

Además de jóvenes, participan la danza personas con problemas de “desorientación”.

“Aquí [en la asociación] no sólo es el esquema de danzar. Aquí se trata de que si tienes un problema, platícame, y si te puedo ayudar, si te puedo orientar, lo hago. Si no puedo, estamos coadyuvando con las autoridades competentes para poder hacerlo”, asevera.

Explica que ella siempre está preparada para la danza, pasión que nació cuando en su niñez comenzó a bailar, pues recuerda que llegaba el día de la fiesta, en septiembre, y pasando la temporada se quedaba con ganas de más.

“Le decía a mi abuelita: ‘Qué más’. Me decía que había que esperar hasta el otro año. Yo pensaba que no podía ser hasta el otro año, por lo que fui a ver al general Margarito, pues suponía que había ensayos, pero me él me dijo que había hasta el otro año.

“Esa situación me entristeció. Me decía que no podía ser hasta el otro año.

“Mis papás viajaban mucho. Fuimos a vivir a La Paz, Baja California Sur. Yo siempre me llevaba mis coyoleras, mis instrumentos.

Como vivía en un lugar de playa, me iba de paseo. Me escapaba, me llevaba mis cosas y ahí me ponía a ensayar. Se escuchaba muy bonito el sonido de los teponaztles, los caracoles”, comenta.

Dice que cuando estaba ensayando en la playa muchos turistas se le acercaban y le preguntaban de qué origen era esa tradición, pero ella no sabía mucho, por lo decidió aprender más de la danza, además de su historia.

Era tanto su amor y pasión por la danza que tenía que hacer muchas cosas para que su padres la dejaran regresar a Querétaro para la fiesta de la Santa Cruz. Apenas tenía 13 años, y quería regresar a la capital del estado para poder participar en la fiesta grande.

Para que le dieran permiso de asistir a la celebración, comenta, tenía que realizar algunos quehaceres en la casa.

Los inicios.

Ana María comenzó a danzar a los ocho años, cuando la llevaron a cumplir una manda. Narra que sus padres se separaron y en ese proceso, tanto su mamá como su papá no se ponían de acuerdo sobre con quién vivirían Ana María y sus tres hermanos.

“A mi abuelita eso como que no le gustó y quería poner un alto. Entonces me llevó al templo de la Santa Cruz, y me puso en la planta de la Cruz. Dijo: ‘Yo sufro demasiado con que se la llevan. Yo la quiero mucho, y sufro demasiado. Que no sea ni para mí ni para sus padres, ni para nadie. Es para ti’”.

El padre vio lo que estaba haciendo su abuela y les pidió que lo siguieran. El sacerdote le comentó a su abuela que le dijera a la Cruz qué iba a ser de Ana María, si sería monja o qué. La mujer contestó que quería que danzara para ella, que así sería de la Cruz, pero que sea de ella, de nadie más, detalla Ana María.

A pesar de que aún era adolescente, su estatura le ayudaba a pasar como de mayor edad. En la ilesia danzaba, apoyaba y hacía otras actividades. Posteriormente se la llevaron a La Paz. A raíz de la mudanza y para poder regresar a Querétaro cada septiembre, hacía convenios con su madre.

La tarea de Ana María no es sencilla, está acostumbrada a salir adelante, pues tuvo que enfrentar la muerte de un hijo.

bft

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