Un grupo de casi ocho niñas y niños rodeó el primer ataúd blanco que salió de la iglesia de Fuentezuelas, fueron a acompañar a su amigo que murió durante la explosión del martes en la capilla de la comunidad. No pudieron contener el llanto cuando el servicio funerario retiró la caja para subirla a la carroza, y se abrazaron muy fuerte para consolarse por su pérdida.

A unos pasos, el atrio fue ocupado por los cientos de personas que acudieron a la misa que se ofició al mediodía del miércoles. Tradicionalmente es la ceremonia de la fiesta patronal en honor a la Virgen de Guadalupe, hay alegría y celebración; pero este día fue de luto y tristeza pues la misa fue para despedir a las seis personas que murieron durante la explosión del 11 de diciembre.

Antes del mediodía, los seis ataúdes de las víctimas fueron colocados frente al altar de la virgen, también sus familiares y amigos pusieron muchas flores y veladoras. Eran tres cajas blancas y tres de color café, sobre ellas había más flores y fotografías; la iglesia estaba llena y cuando llegó el sacerdote sólo hubo un silencio adolorido.

Primero llegaron cuatro ataúdes; minutos después otros dos que fueron recibidos por el sacerdote de la comunidad quien los roció con agua bendita, hizo una oración que fue contestada por la gente que estaba alrededor y después las cajas fueron colocadas al frente. Afuera, en el atrio fueron llegando coronas de flores de familias y amigos de los fallecidos; el lugar donde tradicionalmente hay bullicio y algarabía por los festejos guadalupanos, estuvo en silencio y los únicos ruidos que se escucharon fueron sollozos.

Casi a las 12:30 del día llegó el obispo de Querétaro, Faustino Armendáriz, para encabezar la misa; pidió a las familias tener resignación y esperanza. Habló de lo ocurrido y dijo que representaba un gran dolor para las familias y para la feligresía de la diócesis; pidió elevar oraciones en lugar de pirotecnia, como tradicionalmente se acostumbra en los festejos católicos.

Antes de iniciar la misa, los retoques de las campanas del templo coincidieron con estruendos que se escucharon en la zona cerril que está detrás de la comunidad; algunos de los presentes pensaron, y comentaron, que se trataría de cohetes que eran lanzados para anunciar la misa. Algunos se indignaron, otros no dijeron nada, sin embargo, sí se trataba del material que iba a ser usado para la fiesta pero que estaba siendo destruido por personal del Ejército Mexicano.

Los familiares de las víctimas pidieron a las autoridades que no hubiera fotógrafos ni camarógrafos durante la misa; antes de iniciar todos salieron y esperaron afuera junto con los vecinos de la comunidad. Por medio de una bocina colgada a la entrada de la iglesia se pudo escuchar la celebración y entre lágrimas y sollozos la gente respondía las plegarias y los cantos.

Cuando terminó la misa y comenzaron a sacar los ataúdes, la gente se soltó a llorar y al mismo tiempo a aplaudir como una despedida a sus vecinos. La escena de los niños llorando por su amigo fue la primera que hubo alrededor de las cajas, pero conforme salieron, no hubo más que rostros tristes, adoloridos, con ojos hinchados de tanto llorar, también algunos ya sin lágrimas pero con un semblante de mucho dolor.

La multitud comenzó a disolverse para seguir a la caravana que llevó los cuerpos a un panteón de la cabecera municipal, como a 15 kilómetros de la comunidad. En camionetas subieron las coronas de flores, en las bateas de otras camionetas subieron familias completas para acompañar a las familias dolientes, y algunos otros caminaron hasta sus viviendas sin hacer ruido.

Más de 15 vehículos, entre camionetas, autos y hasta un autobús escolar conformaron el contingente que acompañó a las carrozas fúnebres que trasladaron los cuerpos que fueron enterrados en uno de los panteones municipales. Esta vez no hubo música, no hubo cohetes, pero sí hubo muchas flores y muchas lágrimas; todos fueron a acompañar a sus familiares, a sus vecinos, a sus amigos que no volverán a ver.

La comunidad quedó en silencio, no había ruido, ni gente en las calles estuvieron y sólo quedaron los banderines como testigos y vestigios de la fiesta que no ocurrió. Entre los habitantes se preguntan qué será de sus festejos patronales, pues de ahora en adelante la fecha de mayor felicidad será la remembranza de una de las tragedias más grandes que haya ocurrido en esta pequeña población de Tequisquiapan.

arq

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