Margarito Vázquez trabajó durante 24 años en una empresa deshidratadora de vegetales y, cuando ésta quebró, decidió probar suerte en la compra-venta de desperdicios industriales. De aquello hace siete años. Antes de dedicarse de lleno a comprar fierro, cobre, bronce, acero y aluminio, fue albañil, y también vendedor de fruta.

“Duré 24 años trabajando en esa empresa, pero aparte de ese empleo andaba de albañil. Luego ya no me gustó porque era mucho el trabajo y poco el dinero; entonces me dediqué a vender cocteles de fruta en un triciclo de tres ruedas”, relata.

Durante 10 años el hombre se mantuvo en la venta de fruta, periodo en el que la gente comenzó a ofrecerle fierro viejo y botes de aluminio. A Margarito le agradó la idea de comprar desperdicios para posteriormente reciclarlos en su casa, a la par que continuó trabajando en su vehículo de tres ruedas.

“Después de que la empresa quebró pensé en qué iba a hacer de mi vida. De frutero ya estaba también fastidiado. Era mucho trabajo. Dije que iba a calarme con un negocio de chatarra, a ver si me funcionaba”, agrega.

En la actualidad, el negocio de la chatarra le proporciona lo necesario a él y a su familia para sobrevivir de manera digna. Además, su actividad permite a otras personas hacerse de algún dinero a cambio de algo que muchos consideran basura.

Los clientes llegan al negocio de Margarito con costales, carretillas, camionetas y hasta tractores, transportando distintos tipos de desperdicio. En el lugar se recibe desde medio o un kilo, lo que pese la báscula, hasta una tonelada o 500 kilos.

“La gente trae de a poquito, como las hormiguitas. De a poquito va llegando. Al traerlo obtienen algún ingreso y la otra, la más importante, es que no haya tiradero en las calles para que no se tapen las alcantarillas”, expone el hombre.

En un día muy bueno el centro de acopio de Vázquez llega a movilizar entre 250 y 300 kilogramos de aluminio; mientras en el caso de la chatarra el lugar puede juntar una tonelada o tonelada y media, máximo.

El fuerte del negocio es el fierro viejo. En este sentido, Margarito explica que comenzaron a recibir otros materiales porque mucha gente preguntaba a dónde podía llevarlos, y ellos les indicaban que a tal o cual lado.

Luego vimos la posibilidad de reciclarlo nosotros mismos, para no dejar ir esa poquita ganancia que a lo mejor nos puede quedar”, comenta.

Al preguntarle por qué considera que este tipo de negocios prosperan comentó que por las carreteras que hay en la zona.

“La gente acude por la necesidad de hacerse de un dinero, además del trato que uno les dé, si no, no regresan. Aquí vienen porque les gusta la buena atención, y en la medida de las posibilidades buscamos pagarles bien. Yo les pago lo que más o menos considero, al fin que ni más pobre ni más rico.

Además de ofrecer un servicio que lo distinga de la competencia, Margarito ha buscado equipar el negocio de forma que la atención prestada sea lo más accesible y rápida posible. Para ello cuenta con distintas básculas, con capacidad desde 40 y 600 kilos, hasta 40 toneladas.

“La báscula de 40 toneladas hace que sea más fácil atender a las personas. Muchas veces la gente lo que quiere es que se les atienda rápido, vienen con camionetitas que ponen sobre la báscula y no tienen que estar esperando afuera”, comenta.

Contratiempo De acuerdo con Margarito, una problemática a la cual se enfrentan quienes se dedican a la compra venta de desperdicios tiene que ver con el tema de la inseguridad. A su negocio, por ejemplo, se han metido a robar en dos ocasiones.

En este sentido, el comerciante refiere que el hecho de estar ubicados sobre la Carretera Federal 45 otorga la ventaja de que las personas puedan llegar al lugar de forma más rápida, pero también los expone en mayor medida a ser víctimas de los delincuentes.

“Como estamos en el paso [de la autopista] cada día hay más trabajo, pero la delincuencia nada más está viendo cómo está la movida. Aquí todavía no se atreven porque hay mucho movimiento [alrededor de la zona], pero sí está muy difícil”, dice.

Tras sufrir dos robos Margarito optó por instalar cámaras de seguridad en su negocio, además contrató un velador para disminuir el riesgo.

Tan sólo en las cámaras invirtió alrededor de 13 mil pesos, cifra a la que se añade el sueldo del velador, que cubre de manera semanal. “Sale caro, pero vale la pena. Me siento más seguro”, considera.

El negocio de genera cuatro empleos directos, de los cuales depende igual número de familias. En el lugar se trabaja de 8 de la mañana a 6 de la tarde, de lunes a viernes, y el sábado de 8 de la mañana a 3 de la tarde.

“En una fábrica les pagan 800 pesos entrando. Yo aquí les doy mil 300 o mil 400 por un poquito de tiempo más que se quedan. Les doy de comer, les doy su refresco, su agua; sin embargo, se les hace pesado el horario. [Algunos ] se van saliendo porque no les gusta el horario de trabajo”, explica.

El hombre considera que negocios como el suyo contribuyen a que haya menos contaminación en las calles.

“Si usted va en la calle ya casi no encuentra basura de este tipo. Latas ya no encuentra, fierro tampoco, porque la gente lo recoge para traerlo a vender. A lo mejor de esta manera contribuimos a que no haya tanto tiradero”, comenta.

Dice que al principio no sabía si le iba a ir bien en su negocio, pero sigue y ya lleva siete años de trabajo.

“Afortunadamente nos ha ido bien. Como empezamos desde abajo no tenemos mucho capital. Vamos invirtiendo en nómina, en la renta, las gasolinas, y ahí vamos apenas saliendo”, asevera.

Margarito recuerda que en 2010, cuando empezó en el negocio, duró dos semanas sentado a las faldas de un mezquite que crece a las afueras de su negocio. Recuerda que en esos primeros días “no caía nada”.

A los quince días recibió 50, luego 100 kilos, de forma que su negocio se ha ido levantando poco a poco.

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