Martín Pureco juega al futbol profesional con un solo riñón. El otro se lo donó a su hermano, Cristian, para aliviar el sufrimiento que le hacía padecer el síndrome de Alport.

La decisión de traspasarle el vital órgano a su cosanguíneo fue a costa de la interrupción de su carrera futbolística “que iba en ascenso, pero para nada me arrepiento”.

El 29 de diciembre de 2014, Cristian, hoy de 23 años, sufrió una crisis “muy grave en los pulmones, derivado de su enfermedad” que llevó a la familia Pureco a pasar Año Nuevo en el hospital.

Momento que hizo que Martín no lo pensara y comenzara a someterse al protocolo de donación. La compatibilidad era poco probable, pero “el milagro se dio. Después de dos trasplantes, resultó que yo era 100 por ciento compatible.

“Desde pequeño, a los seis u ocho años, a Cris le detectaron la enfermedad. Ha estado batallando toda la vida en hospitales”, recuerda el donador, hoy jugador que pertenece al Zacatepec Siglo XXI de la Liga de Ascenso y que juega en el Athletic Club Morelos.

“El primer riñón que se le dio era de mi papá, pero al hacerle una biopsia, para revisar el órgano, se lo dañaron y mi hermano lo rechazó. Yo veía a mi papá y mamá sufriendo. Me empezó a pesar mucho que mi hermano sufría demasiado. Siguió en cuidado, diálisis, hemodiálisis, tratamientos que hacen las funciones del riñón. Así duró mucho tiempo. Llegó el segundo trasplante de un cadáver, mas era 50 por ciento compatible. Le duró 12 años nada más”, recuerda.

Martín, de 24 años, tuvo que dejar a un lado su trayectoria como jugador. Se encontraba en Tamaulipas con el equipo de Reynosa de la Segunda División Premier. Había alcanzado una buena jerarquía en ese conjunto —según narra—. No obstante, apoyar a Cristian se volvió su prioridad. Regresó a Guerrero, su estado natal, para estar con su familia, y a la Ciudad de México a donde tenía que trasladarse, ya que el proceso de trasplante se daría en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán.

Llegó el día de la intervención: el 13 de agosto de 2015.

“Nos ingresaron dos días antes. Yo estaba muy tranquilo y contento, porque gracias a eso mi familia iba a estar bien, porque mi hermano, después de muchos años de sufrimiento iba a estar bien. Antes ya había pasado por dos trasplantes, él estaba tenso, con miedo quizá”, recuerda el zaguero central.

“Nos pusieron en cuartos separados, pero me dieron tiempo de ir a visitarlo. Una noche antes estuvimos junto con mi papá jugando póquer, a gusto”, agrega.

La operación fue un éxito. Martín afirma que el poder darle el riñón a su hermano fue una obra divina, a la cual ayudó la práctica cotidiana del balompié.

“Venimos a la tierra por un fin común. Dios nos pone caminos que seguir. Creo que así fue: que Dios me fue encaminando a hacer algo por mi hermano. Me dio la oportunidad de jugar futbol, que me mantuviera sano. Yo salí alto, no tuve la enfermedad, porque es genética. Eso me ayudó mucho a que me fuera encaminando a dar este paso. Fue vital. Practicar el deporte lo hacía como 300 días al año”, relata.

El donador volvió a jugar futbol profesional, gracias al apoyo de su novia, quien “me convenció de regresar. Me dijo que probara, para ver si podía jugar.

“En un principio pensé que me iba a cansar, pero no. He llevado una vida muy normal. Los doctores me dijeron que podía hacer lo que quisiera y así ha sido. Ya llevo seis meses en las andadas, jugando otra vez aquí en Morelos”, expresa.

“Tengo muchos cuidados para que el riñón que me queda me dure el resto de mi vida, como no comer grasas o proteínas. Tampoco ingiero bebidas alcohólicas”, refiere.

Su hermano, Cristian, estudia botánica. Gracias a Martín tiene la oportunidad de tener una vida normal, por el riñón que recibió de su parte: “Estoy muy agradecido con la donación, antes sentía muchos dolores”, narra el receptor.

La madre de ambos, Carmen Leyva, resume esta historia: “Martín fue valiente. Se me hace un nudo en la garganta. Antes de la donación, fueron años de sufrimiento”.

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