Sentado en aquel salón del centro de reclutamiento militar de Houston, Cassius Marcellus Clay Jr. (Louisville, Kentucky, 17 de enero de 1942, Phoenix, Arizona, 3 de junio de 2016) no respondió, ni se incorporó, las tres veces que escuchó ese nombre que ya no significaba algo para él. Estaba consciente de que su negativa a integrarse a las fuerzas armadas traería severas consecuencias. No le importó.

Ese era Muhammad Ali, leyenda del boxeo —considerado el púgil más brillante de lahistoria—, cuyas convicciones también le otorgaron inmortalidad.

Porque lo de él fue trascendente dentro y fuera del cuadrilátero. Hombre capaz de desafiar al gobierno estadounidense en plena Guerra de Vietnam, predecir en qué round acabaría con sus rivales, rechazar el uso de guardaespaldas, pero con pavor a los aviones y profundas creencias religiosas.

Esas que mutaron a principios de los 60, cuando estrechó su amistad con Malcolm X, orador, ministro religioso y activista afroamericano. Su ideología penetró en un chico que, por accidente, halló en el boxeo el desahogo perfecto.

Primogénito de un pintor de letreros, alcohólico y mujeriego, tuvo en su madre, Odessa Grady, su primera inspiración en la vida. Se dedicaba al servicio doméstico y muchas veces cargaba con la responsabilidad de una familia integrada por cuatro miembros (el segundo hijo de la pareja, llamado Rudolph Valentino, era dos años menor que Cassius), además de soportar innumerables episodios de violencia doméstica. Casi todos, generados por el vicio del padre.

Nunca le gustó el alcohol y se encontró al deporte que lo haría inmortal cuando quiso denunciar a un hombre que le acababa de robar su bicicleta.

Acudió a un policía de Louisville llamado Joe Martin. Tenía 12 años de edad y le pidió ayudarle a localizarlo para poder golpearlo. El oficial le sugirió el boxeo como camino. El flechazo fue inmediato.

Inició una de las más fantásticas odiseas en la historia del pugilismo. Como profesional, ganó 56 peleas (37 por nocaut) y apenas cayó en cinco; fue tres veces campeón mundial de peso completo. Antes, dentro del amateurismo, ganó la medalla de oro —en la categoría semipesada— dentro de los Juegos Olímpicos Roma 1960. Todavía era Cassius Clay y viajó a la capital italiana con un paracaídas junto a él. Sus verdaderos miedos nunca desaparecieron.

Los camufló con grandeza sobre el ring, en el que la velocidad de sus puños sólo era comparable a la de hablar para descalificar.

Previo al combate del 25 de febrero de 1964, contra Sonny Liston, ese en el que ganó el título universal por primera vez, adelantó que “flotaría como una mariposa y picaría como una abeja”. Frase que lo marcó para siempre. Cumplió y se llevó la victoria, por nocaut técnico.

Tenía lo que siempre soñó. Gritó eufórico que era “el más lindo, el más grande”, en especial a los periodistas que vaticinaban su derrota en tres o menos rounds.

Pero la mayor sorpresa llegó al día siguiente, cuando anunció que su nombre ahora sería Cassius X e hizo pública su afiliación a La Nación del Islam. Poco tiempo después, adoptó el nombre de Muhammad Ali.

Aseguró que ya no llevaría el apellido de su padre, porque “Cassius Clay es el nombre de un esclavo. No lo escogí. No lo quería. Yo soy Muhammad Ali, un hombre libre”.

Renuente a cumplir el mandato de asistir a Vietnam para combatir en un conflicto bélico: “No voy a recorrer 10 mil millas para ayudar a asesinar a un país pobre simplemente para continuar la dominación de los blancos contra los esclavos negros”.

Fue a juicio por negarse al reclutamiento. Se le declaró culpable, con sentencia de cinco años de prisión y una multa de 10 mil dólares. Salió bajo fianza, pero le confiscaron el pasaporte, además de que se le prohibió pelear y salir de Estados Unidos durante cuatro años.

Era 1968 y su carrera estaba en la cúspide. Se dedicó a dar pláticas sobre sus principios, aunque jamás recuperó los millones de dólares que no pudo ganar en ese tiempo.

También aseguró que aventó al río Ohio la presea ganada en Roma, como protesta a que su hermano y él no fueron atendidos en una cafetería de Louisville, cuya regla principal era no tener clientes afroamericanos. Varios años después, reconoció que la había perdido.

Así era Ali, el hombre que volvió y protagonizó inolvidables combates con Joe Frazier y George Foreman, el que sólo se calló cuando Ken Norton le fracturó la mandíbula en la primera de las tres peleas que sostuvieron, única que perdió ante él.

El también activista y ejemplo para los afroamericanos. Leyenda que afirmó ser “el Elvis [Presley] del boxeo, el Tarzán del boxeo, el Superman del boxeo, el Drácula del boxeo. El gran mito del boxeo”.

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