La defensa de la libertad de expresión a expensas del silenciamiento de otras voces introduce la agenda política de los denominados discursos antiderechos, cuya presencia ha tomado relevancia en las últimas dos décadas para impugnar conquistas sociales reconocidas institucionalmente como derechos.

Desde hace unos días, circula por diferentes medios de información la declaración de la politóloga Denise Dresser de eliminar la conferencia matutina del presidente Andrés Manuel López Obrador, mejor conocida como “La Mañanera”, con el fin de evitar la polarización y lograr la supuesta reconciliación entre la ciudadanía.

En su origen, este planteamiento entraña exclusión y estigmatización hacia quienes no comparten un punto de vista. Los intelectuales cercanos a regímenes anteriores denominan “polarización” al reclamo de una población que rechaza seguir manteniendo un régimen de injusticia.

Reconciliar a la sociedad mexicana exige revertir la radical desigualdad que la atraviesa, no retirar el foro a quienes piensan diferente. El conflicto social tiene sus raíces, en gran medida, en el desprecio que perciben los agraviados por parte de los grupos de poder, quienes los consideran superfluos para la “máquina de hacer dinero”.

Cuando los humillados se asocian para reivindicar sus demandas y se organizan en torno a acciones de resistencia a fin de alcanzar reconocimiento social, sus actos son interpretados en clave negativa de “polarización”. Pocos son los espacios públicos en los que se debate el proceso de dominación y jerarquización que comprende una estructura, un “ethos” y una cultura que se reproducen día a día en sus opresiones y silenciamientos.

Al tratarse de la élite intelectual del antiguo régimen, quien postula la idea de “eliminar” la voz que considera discordante para avanzar en la perspectiva económica y política que defiende, se pone al descubierto la histórica apuesta por imponer el monopolio de la opinión pública de una minoría que se considera a sí misma, la única “dotada del conocimiento letrado” para conducir el debate público.

Situarse como defensores de la libertad de expresión, mientras arrebatan este derecho a poblaciones que luchan por hacerse escuchar, constituye una estrategia compleja que promueve una idiosincrasia que legitima la desigualdad e impone dinámicas opresivas y de subordinación bajo el argumento de la estabilidad social.

Defender la libertad de expresión “con excepción”, no es un derecho, sino la marca de una injusticia constitutiva que ha prevalecido históricamente en México. Cuando la élite intelectual promueve la anulación de “La Mañanera”, no sólo pone en riesgo el derecho a la libertad de expresión, distorsiona el funcionamiento del espacio público para continuar manteniendo un orden social en beneficio de la oligarquía.

Una especie de resentimiento social atraviesa a los intelectuales que hoy se perciben desplazados de la posición que ocuparon durante décadas. El resentimiento, dirá Max Scheler, al provenir de un deseo de venganza, conlleva un sentimiento de impotencia, reiterado cada vez que se recuerda, que intoxica el alma.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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