“Pensé que era una broma de los periódicos, nunca creí que fueran a dar de cenar y mucho menos que yo pudiera brindar aquí con ponche calientito para aligerar el frio”, dice Jorge, un joven que cayó en el Torito queretano horas antes de la llegada de la Navidad, por manejar un vehículo y sobrepasar los niveles de consumo de alcohol permitidos por la ley.

En el “Torito y la Vaquita” de Querétaro, como se le conoce al Centro de Infracciones Municipales por Alcoholimetría, no se acostumbra dar alimentos a las personas que ahí son arrestadas, pero en esta ocasión la autoridad capitalina hizo una excepción, al apapachar con una cena navideña a quienes pasaron la noche en este sitio.

El lugar cuenta con 15 celdas, de las cuales cinco son para mujeres, además de que se tienen espacios especiales en donde hay regaderas para el aseo personal.

A los internos les dieron de cenar pierna a la naranja, junto con una ensalada, ponche y, como postre, pay de manzana, detalla a EL UNIVERSAL Querétaro el jefe de Juzgados Cívicos del gobierno capitalino, Daniel Landeros, quien agregó que para la celebración de Año Nuevo también se tiene considerado un menú especial, que consistirá en lomo relleno, ensalada y gelatina.

“Me atienden mejor que en mi casa”. Desde las 22 horas empiezan a llegar los primeros arrestados por manejar en estado de ebriedad. Se espera lleguen más personas de lo que habitualmente se registra durante un fin de semana, debido al aumento de fiestas y brindis que se dan con motivo de la Navidad.

El frío no sólo maltrata físicamente a quienes están recluidos ahí, que tiemblan y piden una o dos cobijas ya que el termómetro llega hasta los dos grados, sino también les pega en el ánimo por lo que gastarán días después para recuperar sus vehículos encerrados en el corralón municipal.

Antes de las dos de la mañana, la juez cívico en turno Xóchitl Montoya Colín le pide a Celso, uno de los dos guardias que vigilan las celdas durante toda la madrugada, que abra las rejas para que los internos lleguen hasta donde se colocaron dos mesas y varias sillas. Es hora de cenar, todos lo hacen en voz baja, nadie comenta nada, el silencio es profundo hasta que ingresa Jorge, un joven que no se cansa de hablar, a pesar de que reiteradamente dice que se encuentra en desgracia por haber caído en el Torito.

“Me atienden mejor que en mi casa, allá ni de cenar me dan. Yo supongo que todos los días dan de comer en el Torito”, expresa en voz alta Jorge.

No, le responde Francisco Silva Briseño, un hombre al que se le calculan alrededor 60 años y que se desempeña como defensor de oficio en el Torito.

“Aquí no damos de cenar, hoy se da una excepción; por Navidad les ofrecimos una modesta y rica cena”, explica Francisco, quien en ese momento toma el paquete de vasos desechables y sirve ponche para todos los internos.

Jorge lanza una carcajada y con una voz pausada, pero con un tono fuerte, dice “no me imaginaba estar aquí, tomándome un calientito ponche. En días pasados leí en los periódicos que servirían una cena en el Torito y pensé que era una buena broma y véanme ahora ya estoy cenando muy rico”.

Cada comentario que Jorge comparte con los demás internos genera una carcajada, eso además lo motiva a contar su historia: “a mí me detuvieron por menso, ya estaba en mi casa, pero le hice caso a una amiga de salir por ella hasta Hércules, me tome dos cervezas con ella y al llevarla a su casa pase por Avenida Zaragoza y ahí me encontré el retén, donde me detuvieron y se llevaron mi coche al corralón, ni modo estaré encerrado aquí nueve horas”.

Hasta la mesa donde se disfruta la cena llega uno de los custodios, un hombre chaparrito de piel morena y pelo corto, para interrumpir la plática, entregar cobijas y pedirles a los internos que desalojen el aérea donde está la comida, para que pasen a su respectiva celda. Eso no le hace mucha gracia a Jorge, pero hace caso a la indicación sin mayor problema y minutos después se le observa durmiendo en el piso y roncando a todo pulmón.

Libre por cuatro mil pesos.

Los que ingresan al Torito después de las 3 de la mañana son llevados directamente a sus celdas, ya no se les invita a cenar, a pesar de que todavía hay ensalada, carne y postre, alimentos que se encarga de repartir Xóchitl, la Juez Cívico, entre el personal que se encuentra laborando.

A la última persona que le ofrecieron alimentos fue a Karina, una de las dos mujeres que fueron arrestadas durante la madrugada, el resto fueron hombres de un total de 25 personas que llegaron esa noche al Torito y la Vaquita.

“Únicamente quiero ponche y una cobija”, le dijo al custodio Karina, quien estuvo arrestada por espacio de dos horas, debido a que su hermano pagó la multa. Por cuatro mil pesos quedó libre, eso sin contar los gastos que tendrá que hacer por el arrastre de la grúa y el hospedaje del corralón para su auto.

De las 25 personas que fueron remitidas, tres de ellos pagaron sus respectivas multas y con eso evitaron cumplir el arresto que establece la ley. Uno de ellos, es Samuel, quien después de llegar y ser valorado medicamente, sacó su tarjeta de crédito y pago poco más de nueve mil pesos. Quedó en libertad en 15 minutos.

El operativo en las calles terminó a las 5 de la mañana y de inmediato informaron a la sede del Centro de Infracciones Municipales por Alcoholimetría que ya no llegarían más personas detenidas por manejar en estado de ebriedad.

“Hoy terminamos un día más”, comenta en voz alta el médico del Torito y la Vaquita. “De las posadas se vinieron calientitos para acá”, expresa el doctor, quien pese a la hora muestra todavía un ánimo jocoso.

arq

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