La belleza es uno de los pocos atributos que se ha celebrado en las mujeres a lo largo de la historia. Mujeres como Helena de Troya han trascendido las barreras del tiempo para llegar a nuestros días exclusivamente por su belleza.

Por siglos el ideal de belleza se ha ligado con la imagen de quien ocupa el poder. En Latinoamérica, desde la conquista española, la belleza la ha marcado el ideal europeo. Esto ha dictado la línea de lo que es bello y lo que no lo es. Diversas investigaciones han encontrado que en nuestro continente con frecuencia se asocia la piel clara con cualidades positivas, riqueza y belleza y a la piel oscura con características negativas, pobreza y fealdad.

De acuerdo con la escritora Naomi Wolf, los estándares de belleza que dominan los medios de comunicación, tradicionales y digitales, son esencialmente occidentales. Además, conforme las mujeres ocupan más espacios de poder público, los estándares de belleza se vuelven más inalcanzables al centrarse en la juventud, talla y sexualidad de las mujeres y no en su capacidad como líderes o profesionistas, perpetuando así roles y estereotipos de género.

El concurso Miss Universo surgió en 1926 en Estados Unidos. Fue suspendido en 1935 debido a la Gran Depresión para volver a surgir en 1952 por el afán de empresarios de la moda y medios de comunicación de imponer estándares de belleza inalcanzables a las mujeres con fines meramente comerciales. Por casi 100 años México ha participado en dicho concurso. El domingo 16 de mayo se coronó por tercera vez a una mujer mexicana.

Los productores de estos eventos —que generan enormes riquezas para quienes viven de explotar la imagen de mujeres y niñas como objetos de utilería— justifican su existencia con argumentos como el supuesto “empoderamiento” que despierta en quienes participan, sin considerar que la exhibición desmedida de los cuerpos de mujeres en medios de comunicación perpetúa la idea de que su valor como personas se limita a su apariencia física. Peor aún, se rehúsan a comprender que la explotación puede encontrar su expresión más vil en la trata de personas, principalmente de jóvenes y niñas, con fines de esclavitud sexual.

La Cámara de Diputados y Diputadas aprobó incluir la violencia simbólica y mediática que provoca este tipo de certámenes en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. También prohíbe el uso de recursos públicos para patrocinar este tipo de concursos. La aprobación de esta reforma está detenida en el Senado.

El Estado mexicano debe combatir toda forma de discriminación y violencia contra mujeres y niñas, incluida la violencia simbólica y mediática que ocurre cuando se utilizan los cuerpos de las mujeres como mercancías o productos de consumo, pero sobre todo debe dejar de ser cómplice de su explotación eliminando, de una vez por todas, el subsidio a todos los eventos que perpetúan mitos de belleza que convierten a las mujeres en objetos.

Directora Regional de CELAPAZ e integrante de la Red Nacional de Alertistas.

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