Una de las realidades que se han impuesto a los mitos o creencias de las grandes civilizaciones y hasta la actualidad en torno a la vida después de la muerte,  es que los seres humanos llegamos solos y solos nos vamos, muy a pesar de aquellas costumbres como las de los egipcios que enterraban a sus muertos rodeados de cosas de diverso valor, en el intento de que pudieran estar preparados para su tránsito hacia el otro mundo.

Muchas culturas prehispánicas en América lo hicieron parte de su cultura. En verdad, nada traemos cuando nacemos y tampoco nada podemos llevar personalmente cuando concluye nuestro ciclo de vida. Sin embargo, muchos de los objetos antiguos que se enterraron junto con los personajes de aquel tiempo, han jugado un papel fundamental más allá de su propio tiempo.

Si caemos en cuenta, la gran mayoría de objetos artesanales antiguos y contemporáneos, fueron elaborados por las manos creativas de mujeres u hombres que produjeron finalmente obras de arte, mismas que adquirieron y representaron un cúmulo de valor a través del paso del tiempo. Lo más interesante es que algunos de ellos parecen tener un destino caprichoso y recorren de manera circunstancial caminos insospechados. Así llegan al tiempo a otras manos o lugares como museos, donde adquieren la enorme vocación de compartir su historia y narrarnos mucho sobre la gente que los creó y sobre aquellos para quienes fueron creados.

Les comento una anécdota que me compartió un buen amigo cuando tuve la oportunidad de dar una charla sobre el arte como inversión sobre lo que le sucedió con un objeto de arte.  Les decía en mi intervención que uno de los requisitos para pensar en el arte como inversión, es tener el valor de desapegarse del mismo, pues muchas obras establecen vínculos con sus propietarios y en ocasiones no se quieren vender por cualquier razón.

Este amigo mío me abordó al final de la charla y me dijo que cuando fue a vivir por razones de trabajo a otro país, en algún lugar de venta de antigüedades se topó con un mueble, supongo que era un secreter o algo parecido.

A él y su esposa les fascinó por su belleza, los detalles de su madera y sus minuciosos decorados, así que lo adquirieron de inmediato, por fortunada, a un buen precio. En su casa en aquel país, lucía hermoso y era motivo de charla con amigos y de mucha curiosidad entre ellos por saber más sobre su origen. Cuando tuvo que regresar a México, dicho mueble fue de las pocas cosas que trajeron junto con sus pertenencias.

Al llegar de nuevo a su hogar, y a pesar de intentarlo mucho, no lograban encontrar el mejor espacio para el acomodo del secreter y alguien les recomendó que lo vendieran, y que no pasaba nada si le preguntaban a alguna casa de subasta sobre el valor del mismo. Sin desearlo mucho, así lo hicieron, y para su sorpresa el mueble se vendió en un valor bastante superior al de adquisición y al que esperaban inicialmente se pudiera subastar.

El representante de la casa subastadora les explicó que algunos objetos tienen su propio camino en el tiempo y cumplen una función determinada para las personas. Para ellos, el no lograr acomodarlo adecuadamente en su casa en México, era como una señal de que el objeto debía tener otro destino. Les dijo además que el mueble les dio no sólo el gusto de tenerlo y disfrutar de su belleza y calidad, sino que les generó un beneficio inesperado para ir a parar a otras manos y así continuar su propio camino.

Concluyo que el arte es una manera de compensar, a capricho de la obra, esa condición que tenemos los seres humanos de nacer y morir sin traer o llevarnos absolutamente nada. Los objetos a veces tienen sus propios propósitos y nos permiten en vida disfrutarlos, pero ellos tienen su propio destino, también aquí, en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

@GerardoProal

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