—Deberías meterte al grupo, se llama Vamos México, está buenísimo. Te enseña qué es lo mejor para tu vida y conforme cumplas metas, vas subiendo de nivel, hasta que llegas al nivel 10 y ya puedes ayudar a otras personas también. A ti te haría bien, ¿no te interesa?
—¿Lo imparte quién?
—Un güey que se llama Francisco Platas, él es el líder del coaching y está guapísimo.
—¿Es psiquiatra o psicólogo?
—Ni idea, pero te dice lo que necesitas escuchar… ¡vamos!
—Sabes que voy a terapia Olivia, el coaching no es para mí.
—Es que para poder subir de nivel tengo que llevar a dos amigos  y así también me dan descuento porque cada nivel cuesta 10 mil pesos, ¡ándale! Si quieres ya no regresas, pero hazlo por mí.

Olivia tiene una manera peculiar de aliviar su dolor, esta vez eligió el coaching. Somos amigas desde niñas, y sé que su vida está llena de heridas sin cicatrizar. Viví con ella el abuso de uno de sus tíos, abuso que calló por años porque él la amenazaba con violar a sus hermanas menores, el rechazo de sus hermanas y su madre al revelar esta verdad porque no le creían, cómo se atrevía a levantar falsos al único hombre que les ayudaba con la carga económica cuando su papá decidió irse de la casa. Un sinfín de noviazgos tormentosos: Rolando que falsificó sus firmas cuando ella era agente de seguros y la endeudó por medio millón de pesos, Patricio que no la bajaba de gorda y que junto a él emprendió un negocio en el que él logró meter a una de sus amantes mientras le robaban dinero, Jonathan que en un arranque de ira la golpeó hasta romperle una costilla, Nicolás que un día cambió la chapa de la casa y se quedó con todas sus cosas. A raíz de cada  hecho se venía una ola de intentos de suicidio. Yo estuve en cada recuperación, llorábamos juntas y muchas veces en los  hospitales le insistían en buscar ayuda con un psiquiatra, pero no, la única vez que intentó acercarse a un profesionista fue un psicólogo y al darse cuenta que la terapia es un camino largo, desistió.

Olivia no duerme bien y tiene desórdenes alimenticios, los cuales ha tratado con: flores de Bach, constelaciones familiares, lecturas de tarot, imanes, cuencos tibetanos. Antes del coaching hizo un retiro con ayahuasca con algunos de sus amigos. Tuvieron que hacer una dieta especial: nada de chocolate, quesos, carnes rojas, pollos, pescados, huevos, frijoles, alcohol, cigarro, azúcar; no podía tener relaciones sexuales por lo menos tres días antes de la ceremonia y si cualquiera de los participantes tomaba ansiolíticos, antidepresivos o cualquier fármaco psiquiátrico, debía suspenderlo por 24 horas, así como cualquier analgésico. El objetivo era poder sanar las heridas de su pasado a través de la ingesta de esa planta, mientras un chamán guiaba las meditaciones y les indicaba qué debían sentir, ver o escuchar. Cuando regresó del retiro,  me contó que tuvo alucinaciones terribles, dolores  en todo el cuerpo, no paró de vomitar y la diarrea la terminó casi deshidratando. Algunos de sus compañeros se retorcían en el suelo, gritaban, se tiraban del cabello o  no podían moverse.

—Pero el chamán me dijo que eso era normal, que era la forma en que mi cuerpo liberaba toda la violencia que se ha ejercido sobre él. Me siento mucho mejor, uno a veces tiene que atravesar el infierno para poder sanar, deberías intentarlo, hay un retiro en un par de meses, si quieres vamos juntas.
—Te intoxicaste Olivia, eso fue lo que pasó.
—Ya sabía que me ibas a decir algo negativo, siento que siempre vibras en el pesimismo, ojalá un día te animes a sanar.

Consultando con expertos en psiquiatría sobre cómo es el proceso neurológico por el que pasa el encéfalo y todo el cuerpo al desdoblar el “Binomio ayahuasca” (Le llaman binomio porque el efecto se obtiene de la mezcla de: Banisteriopsis caapi y Psychotria viridis). Me compartieron un estudio que se hizo en  2019 por parte del Instituto de Investigación en Ciencias Farmacéuticas y Recursos Naturales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima, Perú; en el que someten a ratas a dosis que serían equivalentes a la ingesta durante el ritual en seres humanos. Al realizar un corte transversal del cerebro de rata es notorio que el efecto de la ayahuasca estimula el funcionamiento de las neuronas que componen al sistema límbico, que se encarga  de darles una interpretación a las emociones. Esto puede explicar por qué algunas personas las experimentan de forma intensa y confusa, este efecto también repercute en la médula espinal y  es la razón por la cual hay personas que no pueden moverse o se “retuercen”  porque se pierde el control del movimiento voluntario.

¿Por qué Olivia no responde de forma positiva a la terapia psicológica, pero el coaching y los ritos la motivan? Indaguemos sobre qué es el dolor para poder llegar a una respuesta. El dolor es una experiencia consciente que resulta de interpretar los estímulos que pueden ser dañinos, esto aplica para el dolor físico como emocional. El dolor  no sólo depende de la percepción neuronal, se sabe que en él influyen los recuerdos, las emociones y factores patológicos, genéticos y cognitivos; además, el umbral de dolor varía de persona a persona. Es la integración de todo esto lo que define la forma en la que es percibido. Todo esto convierte al dolor en una experiencia  subjetiva, lo que dificulta  su estudio y  tratamiento. Después de saber esto ya no resulta tan inverosímil que las creencias espirituales y el coaching puedan tener un efecto en la percepción del dolor.

El coaching, la religión, las sectas, las drogas alucinógenas, etc, son parte de algo que el cerebro interpreta como reevaluación y distracción, y que funcionan como un “placebo” que ayuda al desapego emocional o el sentir que se tiene control sobre él, quien está bajo este efecto percibe que el dolor es más controlable y menos amenazador.

Olivia casi llega al nivel 10 del coaching, donde conoció hace tres meses a Tomás, quien sigue el patrón destructivo de cada una de sus relaciones anteriores pero  ella siente que es el amor de su vida, se casaron hace poco,  dice que el coaching le ayudó a descubrir qué es lo que le siempre le ha hecho falta: un hombre.

Siempre me sentí incompleta, sabía que algo me faltaba y ese algo era Tomás. Sus trastornos alimenticios se intensifican, sigue sin conciliar el sueño, dice que las flores de Bach le ayudan a calmar los nervios, se autolesiona  y lo justifica como si fuera un liberador de estrés. Insisto en la terapia, pero ella dice que el matrimonio es la mejor de las terapias. El final de Olivia es predecible.

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