En 1976 el investigador Samuel Smithyman decidió publicar un anuncio en diversos periódicos de los Ángeles como parte de su trabajo de investigación, "¿Eres violador? Llámame." Más de 200 hombres respondieron al llamado.

Han pasado casi 50 años desde el experimento de Smithyman, sin embargo siguen siendo pocos los estudios que se centran en los agresores. De acuerdo con Sherry Hamby, por cada diez artículos que se publican sobre violación 9 se enfocan en las víctimas debido a que la violación se analiza como un problema de las mujeres.

En los estudios realizados, los agresores consideran el consentimiento como un término poco claro. "Las mujeres cuando dicen no, realmente quieren decir si", "Se hacen del rogar" o "Les gusta pero les da pena decirlo", son algunas de las frases que expresan quienes han impuesto una relación sexual a otra persona en contra de su voluntad. Si a eso sumamos a policías, agentes del ministerio público y jueces que, desde una visión machista consideran que las mujeres son responsables de provocar las agresiones que sufren por la manera en la que visten, por tomar alcohol o por andar solas, tenemos una receta para el desastre.

Existen muchos mitos alrededor de la violación y los delitos sexuales que dificultan que las víctimas denuncien o busquen acompañamiento. Muchas se culpan a si mismas, piensan que nadie les creerá o tienen temor de la reacción de sus familiares y amigos o de las propias autoridades.

Entre las ideas preconcebidas sobre la violación existe la creencia de que los hombres violan a las mujeres porque no pueden controlar sus impulsos sexuales o porque necesitan satisfacción sexual. La realidad es que los violadores violan como una forma de ejercer poder, dominio y control sobre otra persona, principalmente una mujer.

Otro mito es que las violaciones son perpetradas por extraños en callejones oscuros. La realidad es que la mayoría de las violaciones de mujeres, niñas y niños son cometidas por amigos, familiares y otros hombres conocidos de la víctima. Además la mayoría de estos actos ocurren en sus casas, escuelas y sitios de trabajo, esto es, lugares que las víctimas consideraban espacios seguros.

Debido al rechazo de muchos padres y madres para permitir que sus hijos e hijas reciban una educación sexual integral, las y los jóvenes conciben el mundo desde una visión distorsionada de lo que significa ser hombre y lo que significa ser mujer. Con frecuencia las personas educadoras, los padres y madres se niegan a discutir estrategias, características y ejemplos de consentimiento porque piensan erróneamente, que las y los estudiantes pensarán que eso les da permiso para ser sexualmente activos.

Para erradicar la cultura de la violación es necesario trabajar con las infancias y adolescencias para que introyecten el consentimiento como un valor centrado en comprender y respetar tanto sus propios deseos como los de otras personas.

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