“La realidad ha sido mal representada y mal narrada”, dice el Señor Click vía telefónica, días antes de arribar a Querétaro, donde presentó una compilación de reflexiones o “flashes sueltos” en el libro Mirando al pajarito, en compañía de los fotógrafos Demian Chávez y Yunuen Avilés.

Se trata de la segunda publicación autogestiva de la Casa Click, que desde hace cinco años busca ser un espacio para la mirada, donde los grupos más vulnerables de la sociedad pueden ejercer su derecho a la libertad de expresión, involucrándose activamente en la narración de la historia a través de la lente y otras formas expresivas.

Con la venta del libro se recabarán recursos para la construcción de una nueva sede en la comunidad serrana de Tepanzol, del municipio de Tlatlauquitepec, Puebla, pues “la gentrificación nos orilló a irnos a la montaña, es por eso que vamos a empezar una nueva etapa en la sierra”, declara el fotógrafo, quien en la antigua casa ubicada en Cholula, trabajó hombro con hombro junto a los demás integrantes, además de colaboradores nacionales y de otros países, para dar lugar a talleres y conferencias de diversos temas.

Mirando al pajarito

El Sr. Click recuerda que fue en 2008 cuando abrió su cuenta en Twitter, donde sin buscarlo, plasmó sus reflexiones diarias como fotoperiodista de la nota roja, además de “tuits fotográficos cachondos, desmadrosos, moridores, sin pelos propios en la lengua, encuerados y callejeros”.

Al respecto, Demian Chávez asegura que se trata de neopoemas o poemínimos al estilo de Efraín Huerta, pese a que el Sr. Click, más que sentirse poeta, afirma ser “peatón” y versador de las calles.

“A veces pareciera que es más fácil morir por una foto que vivir de la foto… click”, se lee en la página 133 del libro, en el que ha sido catalogada su mordacidad e irreverencia creativa bajo 17 capítulos como “Santísimo Flash”, “enviciARTE la mirada”, “Fotógrafo de bodas”, “Nota roja” y la “Pinche Flaca”, en la que se podrá leer “la parte más vulgar y lujuriosa del Sr. Click”, dice el autor entre risas.

El enmascarado

“Desde niño fui vagabundo de la mirada”, cuenta con un tono profundo, mientras se recuerda siendo un muchacho de 12 años dejando atrás a su natal Puebla, motivado por la rebeldía y el deseo de encontrar un destino diferente al de otros jóvenes de su barrio, quienes si no terminaban en las filas del ejército, los esperaba la cárcel, el vicio o la muerte.

Así fue que, con poco dinero y un equipaje ligero, llegó a los 14 años a la ciudad de Querétaro, donde vivió y trabajó realizando mandados y malabares en los cruces peatonales, así como limpiando parabrisas en las avenidas principales que circundan al actual Centro Educativo y Cultural “Manuel Gómez Morín”.

“Empecé a contar historias desde chamaquillo”, recuerda, y prosigue su narración en tercera persona luego de hacer una breve pausa. “El niño ese que anduvo allá, a los 12 años, sus ojitos ya habían visto cómo los soldados violaban a una indígena en los campos militares, y cómo mataban a un obrero frente a la ventana de la casa. Esa forma de criminalizar al barrio y al pueblo te va encabronando, y entonces tú quieres contar las cosas de otras formas”, expresa el fotógrafo, quien dentro de poco cumplirá 30 años detrás de la lente, y como profesional de la nota roja.

La catástrofe social, la injusticia y el desinterés de las editoriales por tratar la calamidad más allá de las cifras y el amarillismo, lo empujó a buscar otras plataformas y a impulsar acciones que les hicieran frente.

“Las primeras planas van a ser siempre para el centro político y empresarial, la cúpula del poder. Para el pueblo sólo tenemos la nota roja. Por eso, actualmente la sociedad está creando sus propios medios para comunicarse. De ahí la actual crisis del periodismo. Hasta hace poco comenzaron a darse cuenta de que nunca miraron al lector, sino a los convenios, al gobernador… La llegada de la cámara a mi vida tuvo que ver con eso, con la inquietud de hablar de los otros, de las historias de las putas y los teporochos; de la banda, de los sonideros, de las viejas vecindades, de los encarcelados, de los inocentes y de los culpables; de hacer un manifiesto de la mirada para decir como Galeano: ‘Aquí estamos los nadies’”, asevera.

Un luchador fuera del ring

 “Es un recuerdo de infancia y un símbolo de lucha”, menciona el Sr. Click cuando se le cuestiona acerca de la razón que lo llevó a ocultar su rostro detrás de una máscara, en la que destaca el bordado de dos cámaras a sus costados, y un par de flashazos que enmarcan una mirada profunda de color marrón.

“Un día mi madre logró juntar algunas moneditas para llevarnos a mis hermanos y mí a la lucha libre. Recuerdo que cuando vi a los luchadores con sus máscaras y cómo el rudo le ganaba al técnico, yo sonreí, y pensé emocionado: ‘ellos pueden ayudarnos a que ya no maten a los señores y a que ya no violen a las mujeres’. Los miraba como superhéroes”, narra el también fundador del Encuentro Fotográfico México, que a través de los años, ha logrado reunir a diversas lentes solidarias de todo el país.

Con base en su pasado, e inspirado en el movimiento zapatista, poco antes de cumplir 40 años decidió ponerse la máscara y convertir a la fotografía en una herramienta para el cambio, a través de talleres que han sido organizados a lo largo y ancho del país, desde San Quitín, Baja California, hasta Cancún, Yucatán.

“Yo soy una persona sin una formación académica, ‘y de ninguna otra’, como dirá un amigo (risas). Todo lo he aprendido de frases y de lo que entra por mis ojos. En el zapatismo, por ejemplo, encontré respuestas a través de frases trascendentales como la dicha por el subcomandante Marcos: ‘tuvimos que taparnos el rostro para poder ser vistos’”, manifiesta el Sr. Click, quien más allá de querer ser visto a través de la máscara, busca que los proyectos de la Casa Click se visibilicen, con el objetivo de que la población conozca que en Puebla, hay un lugar para la mirada".

bft

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