Ricardo llegó a Querétaro a los 16 años después de dejar Honduras donde “moría de hambre”. Acompañado de un primo, soportó tres días de camino sin comer, en un intento por llegar a Estados Unidos.

Hoy a sus 32 años de edad, es activista y construye su casa poco a poco en Tequisquiapan. Realiza los trámites para regularizar su situación migratoria y dar su apellido a sus dos hijos.

Casi no extraña Honduras, pero sí a su familia. Nació el 22 de febrero de 1984 y su idea era llegar a Estados Unidos. Como el resto de los migrantes con los que viajaba aspiraba a lograr el sueño de tener un empleo; darle una mejor vida a sus hermanos y a su mamá que se quedaron en su pueblo.

En Honduras “moría de hambre”. Lo dice así, en seco, sin pena. Pero cree que la misma situación se vive en toda Centroamérica, porque hay mucha pobreza.

“La situación económica es muy triste, somos tres hermanos y mi mamá sigue en Honduras. A mi papá casi no lo conocí, lo vi unas dos o tres veces, pero para sobrevivir tienes que arriesgarlo todo, dejarlo todo, dejar lo que tienes por el sueño americano, a ver cómo te va, porque te estás muriendo de hambre”, relata.

En su esfuerzo por conseguir una mejor vida, Ricardo, a sus 16 años, se animó a hacer el viaje con un primo con el que creció y al que considera casi un hermano. Él es dos años más joven que Ricardo y sí llegó a Estados Unidos. “Ahí estaría yo si no me hubiera quedado aquí”, agrega.

En el camino los dos jóvenes vieron muchas cosas que a no quiere recordar. “Asaltantes, violadores, secuestradores, asesinos. Eso es cierto. Me tocó vivir y ver muchas cosas también, hasta que llegué a Tequisquiapan, hace ya más de 15 años, ya no me quise ir”, señala.

La “compañía” de algunas de esas personas no le hizo renunciar al viaje. El cansancio tampoco, pero el hambre lo hizo ceder. “Tenía como tres días de no comer, me iba muriendo de hambre, vi a Don Martín (de la Estancia del Migrante) que estaba con su familia dando de comer y yo tenía tres días de no comer, ya no podía”.

El tren no se detuvo, “iba recio” y Ricardo no tenía idea de dónde podía pararse, temía pasar un día más sin comer, porque le habían dicho que el tren podía parar dos o tres días después, “no tenía idea de por dónde”.

“Eso pensé yo, que si seguía en el tren y no paraba pues sí me iba a morir de hambre, así que me aventé, me tallé toda la cara, el brazo, pero tenían comida todavía. Me dieron de comer, me dieron ropa, zapatos, medicina, hasta una tarjeta, me acuerdo, para que avisara a mi país, a mi familia, de dónde estaba y que estaba bien”, dice Ricardo.

Mientras se recuperaba de los “tallones”, en Tequisquiapan consiguió trabajo y empezó a combinar esos empleos temporales con el trabajo de brindarle ayuda a otros migrantes en la vía del tren, para darles de comer. Ahí se enamoró. Conoció a una mujer involucrada en la defensa de los migrantes “y nos fuimos conociendo”.

“En una fiesta a la que me llevaron, bailamos, platicamos, se empezó a dar una historia muy bonita. Movimos muchísimas cosas para podernos casar, pero eran muchísimos requisitos, tuve que llevármela a Honduras, para casarnos allá, estuvimos ocho meses, nos casamos, regresamos y ahorita ya tenemos dos niños, uno de ocho y otro de cuatro años”, agrega.

Casado en Honduras con una mexicana y con sus dos hijos que nacieron en Tequisquapan, todavía no se arregla su situación migratoria. Es más, sus hijos ni siquiera llevan sus apellidos porque en el registro civil del municipio no saben cómo hacer los trámites necesarios.

“No están reconocidos con mis apellidos porque en la presidencia municipal no saben hacer ese tipo de papeleo, no tienen experiencia en nada y prefirieron dejarlos así nada más con los apellidos de ella y por eso ya me estoy moviendo, primero dios ya casi, ya casi”, agrega con esperanza.

Sabe que mucha gente no ve bien a los migrantes. Pero quiere que la gente entienda que no son delincuentes, ni ladrones ni secuestradores, solo son personas que buscan una mejor calidad de vida, que quieren llevar alimentos a sus casas y no encuentran una oportunidad en sus países de origen.

A los que no los quieren, solo les pide respeto para los migrantes y para quienes los ayudan. En el último de los casos, “si no ayudan, que no molesten”, que dejen a los activistas y defensores de derechos humanos que hagan su trabajo solidario.

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