S us historias son diferentes pero tienen el mismo fondo y el mismo dolor. Dos madres que no saben nada de sus hijos desaparecidos, uno hace 10 años y otro cumplirá tres en septiembre. En ambas persiste el mismo objetivo: encontrar a sus vástagos y no dejar de luchar en su propósito. Tienen un dicho entre ellas y otras madres: “Te seguiré buscando mientras no te entierre. Te seguiré buscando”.

Petra Sara Hernández Alcántara, madre de Juan González Hernández, quien el pasado 15 de junio cumplió 10 años desaparecido, cuando contaba con 38 años de edad, quien compartía un lote de autos usados en la comunidad de Los Ángeles, en los límites de Querétaro y Guanajuato, por la carretera libre a Celaya.

La boca se seca, el gesto se endurece y los ojos se humedecen conforme recuerda ese día de hace un década: “Desaparece en la tarde del 15 de junio. Estaba en el lote de carros. Llegan unas personas a buscarlo en el día, entre tres y cuatro personas, hombres. No lo encuentran y el velador y otro compañero de Juan le dijeron que habían ido a buscar unas personas. A la siguiente vez que llegaron a buscarlo, enseguida llegó Juan. Empieza a platicar con estas personas, pues una de ellas era conocida de él, y un hombre mayor se va en su camioneta, mi hijo en su carro con otra persona y otras dos personas en otro carro y parten rumbo a Querétaro y es lo último que se sabe de él”.

Apunta que la entonces Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) tomó los datos del vehículo de Juan de manera incorrecta, pues en un inicio se hizo la denuncia como robo de automóvil. Este error lo notaron cuando solicitaron copia del expediente y vieron que el color y modelo del coche eran erróneos.

Apunta que a los ocho días de la desaparición de su hijo, la esposa de éste recibió una llamada donde le notificaban que estaba secuestrado y pedían rescate por él. La nuera de Sara pidió una prueba de vida, pero a cambio recibió insultos y la exigencia de entregar el dinero por el rescate de Juan. Esa fue la única llamada que se tuvo, no volvieron a insistir. Indagando el número del que se hizo la llamada para pedir rescate, lograron ubicarlo como el de un estacionamiento en la ciudad de Matamoros, Tamaulipas.

“La persona que fue por Juan al lote, nosotros sospechamos de él porque tuvo un altercado y tuvieron fricciones. Nosotros intuimos que él fue”, subraya y recuerda que entregaron a las autoridades recortes de notas informativas que señalan a este hombre como sospechoso de otros delitos. Hasta entonces, dos años de la desaparición.

Al ver que a nivel local las autoridades no mostraban señales de avances en las investigaciones, Sara decidió enviarle una carta al entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa, quien iniciaba su mandato, para pedir una cita y la apoyara, pero al poco tiempo las copias de esa misiva estaban en poder de las autoridades locales.

“Fuimos acosados, intimidados, no podíamos salir porque la vigilancia era férrea. Optamos por irnos un tiempo. Nos salimos de la casa donde vivíamos, nos cambiamos de domicilio, nos fuimos del país por cuatro años, esperando que se calmara”, abunda.

Agrega que cuando se van, en 2008, encuentran una fosa clandestina con tres cuerpos (dos adultos y un menor) en Loma Linda, en un terreno de un sujeto identificado como Faustino Alcántara Pérez, actualmente preso por secuestro y homicidio, por lo que pidió que se le hicieran pruebas de ADN, para cotejar la información genética con los cuerpos localizados. Los análisis tardaron dos años en entregarse y se corroboró que ningún de los cuerpos hallados era de Juan.

Incluso, señala que las autoridades de esos años cuestionaron las actividades y honorabilidad de Juan, al sospechar que estaba relacionado con actividades ilícitas. Argumenta que antes de sospechar de su vástago deberían buscarlo y localizarlo, para después ser juzgado y, en caso de ser culpable, que sea encarcelado.

Molesta con las insinuaciones del personal de la entonces Procuraduría General de Justicia, Sara les dijo que sería “la piedra en el zapato de la procuraduría. Así pasen 20 años o 50 años. Mientras Dios me dé licencia, aquí voy a estar. Porque si mi hijo no aparece, voy a seguir y voy a seguir como cuchillito de palo”.

“Estamos dentro de la asociación Desaparecidos Justicia y estamos 33 familias, buscando a 22 chicos, y cuando hemos encontrado, porque somos el grupo, a tres personas, es para mí una esperanza encontrar al mio”, recalca.

Al momento de la desaparición de Juan, sus hija tenían cuatro años y sus dos mellizos un año cuatro meses.

La voz de Sara, dura, enérgica, fuerte, se quiebra cuando dice que esta experiencia le cambió la vida a toda la familia, ya que su esposo enfermó de diabetes. Física y emocionalmente afecta a todos los miembros.

“Para quienes vivimos esto no es fácil superarlo, pero tratamos de hacer nuestra vida lo más normal posible, aunque no es cierto. Si los niños que estaban chiquitos, que prácticamente eran unos bebés lo sienten, nosotros que vivimos una vida con él… pero aquí estamos”, expresa. Luego hace una pausa. Una pausa larga.

Añade que en Desaparecidos Justicia se han convertido en una familia, hermanados y unidos por el dolor de no saber de sus familiares, de sus seres queridos que de un momento a otro desaparecieron sin dejar rastro.

“Nos hemos llegado a querer entre nosotros, porque, por ejemplo, cuando un chico desaparece y quedan tres o cuatro hermanitos, es también para ellos un problema y es bien difícil. Todos llegamos a padecer esto”, indica.

La mujer añade que a las autoridades les hace falta más sensibilidad ante estos casos, pues son inmutables ante el dolor de las familias y, por ende, no actúan de manera pronta para trabajar en buscar a las víctimas, a quienes catalogan como delincuentes y las chicas como “fáciles”.

Todo se desmoronó

María, mujer joven y madre soltera, habla con voz suave y muy baja. Su mirada refleja una extraña mezcla de temor y dolor. Su hijo, Bryan Cruz de León, de 19 años de edad, desapareció hace casi tres años, en el mes de septiembre de 2013.

El joven era hojalatero pintor y en su trabajo, en el municipio de Corregidora, no supieron darle razón de su paradero. Bryan “desapareció el 20 de septiembre de 2013, encontrándose en su mismo trabajo, no supieron decirnos nada. Se dejó perder mucho tiempo, porque en un inicio se niega a la idea de que no está. Quiere creer uno que salieron, que en cualquier momento van a llegar”.

Recuerda que en el taller le dijeron que no saben nada de él. Se levanta la denuncia, pero las autoridades no hicieron nada por localizarlo, mientras que los patrones ahora decían que no lo conocían. “Los investigadores dijeron que los señores [los patrones de Bryan] son personas honorables, de trabajo, que lo más probable es que haya decidido a Estados Unidos. Los investigadores siempre trataron de venderme esa idea, de que mi hijo se había ido a Estados Unidos”, añade.

Afirma que conoce a su hijo y sabe que no haría algo así, pues era un segundo padre para sus hijos, además de ser responsable de su familia, descrito por su madre como un buen muchacho y un buen amigo. Dice que buscó información con sus amigos y a través de las redes sociales, pero hasta la fecha no encuentra una pista que le dijera que hubiera decidido irse de casa.

“Estos casi tres años he estado peleando porque sea una investigación correcta, estos señores [los patrones] siguen trabajando tranquilamente, cambiaron su taller y siguen sin ser investigados. Estoy cierta que mi hijo estaba con ellos el día de su desaparición. Aquí la pregunta es: qué pasó en ese lugar, en ese momento”, abunda.

Recuerda que Bryan estaba muy contento porque su patrones le ofrecieron un aumento de sueldo, además de que le dejarían quedarse en un cuarto, como vigilante; eso lo entusiasmó, ya que tenía menos de un mes y todo parecía estar muy bien, hasta hacía planes con su mamá, pues el futuro parecía más alentador para la familia encabezada por María.

Asevera que hasta una cuarta ocasión los patrones aceptan que lo conocen, pero le dijeron que no se había puesto a trabajar. Aunque como en otros casos, no investigaban.

“Posteriormente, en diciembre, recibo la llamada de un chico que me dice que tiene información de los patrones y porqué se llevaron a Bryan. Me pide cierta cantidad, obviamente no la tenemos. Le pedimos hablar con él para tener la seguridad de que estaba con ellos”, menciona y acota que para las autoridades actuales y las pasadas las desapariciones no existen.

Tras una larga pausa, comenta que su vida cambió de manera radical con la desaparición de Bryan: “Se desmoronó todo. Es una lucha muy grande, inalcanzable, porque hay que trabajar. No tengo una casa propia, rento. Como madre soltera tengo que ver por la escuela de mis hijos, por su salud. Se nos acabó el derecho de enfermarnos, de sentirnos mal, tristes, deprimidos… no tenemos tiempo. La lucha se convierte en una guerra contra todo. Día con día hay que levantarnos contra viento y marea y seguir viendo por nuestros hijos y luchar por el que no está, por el que nos falta. Nada es igual”.

Ambas mujeres terminar de platicar sus historias y experiencia. Se retiran con la esperanza de encontrar a sus hijos, de ayudar a quienes tienen un familiar ausente y con la fe en que se puede lograr hallar a sus familiares.

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