Muy temprano, un camioncito con logos de la Sedesol ha cruzado los sembradíos de Huimilpan, para llegar a las afueras de un galerón con techo de lámina, dentro del cual se congregan unas 400 personas; especialmente ancianos y de mujeres campesinas, quienes han sido convocadas para un acto público del Programa de Empleo Temporal de la dependencia.

La camioneta es una de las 295 tiendas móviles que Diconsa envía a comunidades del país como parte de la Cruzada contra el Hambre.

Dentro de la caja del vehículo, puertas traseras abiertas y una escalerilla para subir, se aprecian dos anaqueles provistos de abarrotes. Son alimentos que en la publicidad impresa sobre la carrocería se describen como: “Sano, variado y suficiente: un apoyo que ayuda a la gente”.

Hay latas de atún y de sardina, aceite de soya, sopas de pasta, harina, galletas, leche de la marca Liconsa en varias presentaciones, papel sanitario y detergentes.

Una cartelera anuncia los precios de venta, mismos que, a decir del encargado, son hasta un 40 % más económicos que en las tiendas de abarrotes de los pueblos.

Todo marcharía sobre ruedas, salvo por un detalle: el chofer-tendero se aburre, por falta de personas interesadas o con dinero.

Durante las dos horas que dura el encuentro, no llegan a ser diez los que compran algo y, en todo caso, galletas y lechitas para niño.

La venta del día: “Unos 370 pesos”, dice el empleado, quien no se engancha en una conversación sobre temas de pobreza en el país.

Concluido el acto, al que asisten un subsecretario federal, un representante del gobernador y una alcaldesa, el aparador móvil cierra sus puertas y se enfila hacia la autopista.

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