Que no se ofenda nadie, ninguna, pero tengo que reconocer que me gustan feas y a muchas de ellas las admiro.

Feas como Courtney Love, quien acaba de decir que no se espanten, que el sexo es tan relevante como practicar zumba por las mañanas y no más. La misma Love fue quien dijo alguna vez que aprendió a ser buena en la cama, por eso, por ser fea precisamente.

Courtney, la viuda negra del rock, acusada sin justicia de haber sido el motivo por el cual Kurt Cobain se vació una escopeta en la boca.

Porque en esto de ser mujer hoy en día, no hay nada más terrible que ser fea y supuestamente mala, y además escandalosa y atrevida, como Love.

Pero no me gustan tan feas como lo fue Frida Kahlo, tampoco es para tanto. Porque la mayor desgracia y fortuna de Frida no fueron sus dolencias físicas y emocionales, fue su fealdad. Su aportación no fueron solamente sus cuadros, llenos de color, de corazones sangrantes, sus autosretratos y su humor negro y sus frases de doble sentido. La mayor obra de Frida fue Frida, la mujer que no se depilaba el bigote ni las cejas, porque no le daba la gana. Que fumaba puro y tomaba mezcal y mentaba madres, porque le daba la gana.

Frida, la que sedujo a Sergei Eisenstein sin saber que era homosexual, y a León Trotski, sin saber que era casado y fiel, a su mujer y a la revolución rusa.

Mujeres feas y luminosas como Janis Joplins, la bruja blanca del blues, la misma que alguna vez dijo que le gustaban mucho los hombres, pero no los feos como Leonard Cohen –aunque sólo por tratarse de él, un poeta, haría una excepción-. Janis, que realmente no era fea, pero se sentía extremadamente fea, y era tanto su dolor que lo dejó plasmado en un blues y en cada botella de whisky que se tomó y fueron muchas.

Mujeres que no eran tan feas, pero sí tenian maridos extremadamente feos, como Simone de Beauvoir y Jean Paul-Sartre. Ella, quien en privado, presumía de tener uno de los cuerpos más bellos que jamás tuvo una feminista francesa.

Feas y misteriosas como Yoko Ono. Porque fue ella, y no John Lennon, quien dijo que el mundo sería otro si hacíamos el amor y no la guerra. Fue ella la que creo ese maravilloso happening de vivir en la cama y en pelotas, para alcanzar la felicidad terrenal.

Mujeres no feas, sino todo lo contrario, como Pita Amor, de quien ya casi nadie se acuerda. Poeta, escritora y musa de intelectuales. Bella entre todas las bellas, que terminó sus días enloquecida, caminado en las calles, regalando poemas e insultando a muchas. “A un lado hijas de famulla”, les decía. Pita Amor, quien terminó regalando poemas como flores y a ella nadie le regaló siquiera un piropo.

No tan feas como Tina Modotti, italiana y comunista, fotógrafa y revolucionaria. Mujer que se atrevió a ser retratada por su pareja, Edward Weston, como Dios la trajo al mundo: sola y desnuda.

Un desnudo panorámico que ilustró por varios años las calles de la colonia Roma, en la ciudad de México, postrada en una azotea cualquiera, luciendo su sexo y su cuerpo, como una bella espiga de trigo, estilizada bajo el sol. Tina, la Tinísima, ya no está en las calles de la colonia Roma, alguien la quitó y puso en su lugar un anuncio de cervezas y cigarros.

Feas y en el anonimato como la esposa de Alfred Hitchcock, Alma Reville, que hacía que su marido regresara a su casa, a tomar té y comer sopa caliente, todos los días y sin falta, luego de hacer películas que hacía temblar de miedo y suspenso a cualquiera.

Mujeres poco agraciadas y sin ningún reconocimiento, como Tabitha King, pareja del escritor Stephen King, quien ha dicho muchas veces que sin su mujer no hubiera abandonado las drogas ni escribir tantas novelas exitosas.

Me gustan feas y las admiro, porque son ellas las que aprenden pronto que el mundo no les pertenece, que se lo tienen que ganar. FIN.

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