Una experiencia insólita, que no ocurre todos los días, es asistir al entierro de seres humanos de quienes se desconoce casi todo: nombre, nacionalidad, edad y ocupación.

El jueves 25 abril de 2024, las autoridades y pobladores de la ciudad de Belem, en la costa amazónica de Brasil, sepultaron a nueve migrantes africanos que semanas antes, quizá procedentes de Mali y Mauritania, se embarcaron en una patera para llegar a las islas Canarias.

El sueño que impulsa a los migrantes a subir a un barco, cruzar fronteras, caminar con la punzada del hambre torturando sus vísceras y dormir sin techo, es lograr un cambio de vida, salir de la pobreza, huir de la violencia.

Es posible que unos cuarenta migrantes hayan salido de las costas africanas en la patera que perdió el rumbo, continuando a la deriva por 4,800 kilómetros hasta que llegó a Brasil con los cuerpos de quienes murieron después de sus compatriotas, cuyos cadáveres tiraron al mar. La ACNUR, agencia de la ONU para los refugiados, se hizo cargo de las gestiones funerarias con las autoridades brasileñas.

Ante la enorme cantidad de migrantes que recorren el mundo con su país en el corazón y su idioma en los labios, con frecuencia se olvida uno de que todos descendemos de hombres y mujeres que un día salieron de casa con lo indispensable y que muchos pasaron el trago amargo de la discriminación por el color de su piel, una etiqueta invisible que los vuelve indeseables.

Hace siglos, los africanos migraban a nuestro continente contra su voluntad. Parientes de los antepasados de los migrantes actuales eran secuestrados, encadenados, metidos a la fuerza en barcos, traídos a América, vendidos como esclavos. A lo largo de generaciones, su raza se mezcló con las razas nativas y dieron a luz a niños americanos.

Federico Guzmán Rubio, en un ensayo sobre migración publicado en Letras Libres, dice: “Latinoamérica también se mueve, ya sea como un latido o como un estremecimiento [...] los latinoamericanos más bien migran, se refugian, se exilian, son desplazados, persiguen y son perseguidos, huyen”.

Según el Reporte 2023 del Banco Mundial, 184 millones de personas (2.3 % de la humanidad) viven en lugares diferentes al país donde nacieron, y de ellos la mitad vive en lugares pobres o de ingresos medios. Muchos organismos proponen esquemas de adaptación de los migrantes a sus nuevas patrias, donde con frecuencia se requiere de profesionales capacitados en las áreas que los migrantes dominan.

Las naciones más desarrolladas, con una población que envejece, necesitan médicos, enfermeros y cuidadores. Por la demanda debida a la expansión de la tecnología digital, se requieren expertos en informática. Los farmacéuticos y bioquímicos no tienen problemas para encontrar trabajo. Los migrantes que tienen estas capacidades serán recibidos con más éxito en otra nación.

El planeta es de todos. Las fronteras fueron definidas por monarcas y líderes religiosos. Sin embargo, la gente las traspasa y crea sus propios caminos.

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