El gol de Hirving Chuky Lozano toma por sorpresa a los alemanes, a los que juegan contra México como los que observan el partido en un bar en el centro de Querétaro. Son alumnos y maestros de una escuela de alemán, quienes disfrutan del partido contra México.

Las charolas de pretzels van de un lado a otro, mientras la cerveza comienza a circular, como el balón por el área alemana. Los chilaquiles acompañados con huevo y frijoles también hacen su presencia.

México se muestra bien en el terreno de juego, controla las acciones. Layún ingresa al área con frecuencia. Lozano hace lo propio. El gol parece inminente. Los alemanes levantan los brazos, se llevan las manos al rostro cada vez que los jugadores de verde llegan a la portería defendida por Manuel Neuer.

México hace un buen partido durante el primer tiempo. Se planta bien en la cancha, muestra orden y peligro frente a la portería alemana.

A 10 mil 654 kilómetros los gritos de “México, México” se dejan escuchar. La confianza crece entre los mexicanos, los que juegan en Moscú y los que ven desde Querétaro. A los alemanes nos les preocupa mucho aún el resultado. Saben de sus capacidades y su poderío, aunque se muestra nerviosos, los de la cancha como los del bar.

El primer tiempo termina con la ventaja para los mexicanos… llevan más cervezas para los alemanes.

El momento es aprovechado para ir al baño, pedir algo de comer o fumar un cigarrillo. Se intercambian puntos de vista del partido, mientras uno y otro bando espera lo mejor de su equipo en el complemento.

Lisa, alemana radicada en México desde hace tres años y medio, siempre en Querétaro, señala que lo que le gusta del mundial es la fiesta. Sobre el resultado, dice, le da igual que gane México o Alemania.

Mientras, Conny Dick, otra de las alemanas que radica en México desde hace seis años, dice que en la escuela de alemán donde trabaja siempre han tenido buena respuesta por parte de los alumnos de la escuela y de los profesores de la misma.

Dice que antes de Querétaro vivió dos semanas en Guadalajara.

Para el segundo tiempo los alemanes en Querétaro quieren empatar el encuentro, así que piden más cerveza, mientras que los de Moscú se lanzan la portería defendida por Memo Ochoa.

“Deutschland, Deutschland”, se comienza a escuchar en el bar, pero pronto la letra del Cielito Lindo.

Nerviosismo al tope

Alemania está sobre México. Controla las acciones en el terreno de juego. El nerviosismo aumenta entre los mexicanos, mientras que los alemanes se relajan. Su equipo domina en la cancha. Ambos técnicos mueven sus piezas. El aplauso de deja escuchar cuando entra Rafa Márquez al terreno de juego. Un aficionado al Atlas muestra con orgullo su camiseta rojinegra, equipo del cual surgió el veterano defensa mexicano.

Los minutos para los alemanes pasan rápido, para los mexicanos se arrastran. Pasa el tiempo y la selección alemana está encima de la portería defendida por Ochoa, para quien sólo hay aplausos. Se convierte en héroe con sus atajadas que dejan a salvo la portería mexicana.

El rostro de los alemanes poco a poco va de la confianza a la sorpresa. Pasan los minutos y el partido se acerca a su final. Cada llegada germana es motivo de nerviosismo por parte de la hinchada mexicana.

“No la vayan a cruzazulear”, alcanza a decir uno de los aficionados que, cerveza en mano, observa las acciones en la pantalla.

Los alemanes se ven cada vez más fríos, helados con el resultado, y aunque sonríen es más de nerviosismo y sorpresa.

Tres minutos separan a México de la gloria deportiva. Quizá uno de los resultados históricos del futbol mexicano. Vencer al campeón del mundo en un partido oficial. Derrotar a la poderosa maquinaria alemana, esa a la que Gary Lineker dijera que siempre ganaba irremediablemente.

Resignación

Los nervios son de los mexicanos. De los alemanes la resignación. Suena el silbatazo final. Todo termina para mexicanos y alemanes. Los gritos de “Sí se pudo”, “Viva México, teutones” y otras cosas.

Los alemanes apenas asimilan el golpe. Para ellos, acostumbrados a las victorias, a la gloria en el futbol, a aplastar a cuanto rival se les pone enfrente, la derrota, ante un rival como México, es nueva.

Los mexicanos, en Moscú y Querétaro se abrazan, ríen, disfrutan de la victoria ante los alemanes, el rival imposible de vencer, al que sacarle un empate es una victoria.

Los alemanes se voltean a ver, se sonríen unos a otros, aceptando la derrota mientras los mexicanos siguen gritando vítores a Ochoa, a Lozano. En la pantalla se ve a Javier Chicharito Hernández llorando de alegría. En el terreno de juego los jugadores se abrazan. En Querétaro se chocan las cervezas. Es tiempo de celebrar.

Poco a poco las aguas vuelven a la calma. Mexicanos y alemanes brindan y platican de manera animada. Se beben cervezas, se comen chilaquiles, pretzels, se habla en español y alemán.

Al final, no es más que un partido de futbol, 90 minutos que no cambian nada las diferencias económicas entre ambas naciones. No cambian en nada el destino del proceso electoral en México. 90 minutos que, en la práctica, no cambian nada, pero dan ánimo a una nación que tiene pocos motivos para festejar, para alzar los brazos, para celebrar algo, para “Viva México”.

gr

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