Juan Salazar empuja el diablito con dos bloques de hielo. Los lleva al interior de un local del mercado de El Tepe, en ese tradicional barrio.

Desde hace más de 20 años, el hombre que a la fecha suma medio siglo de vida, se dedica a la venta de hielo para los locatarios del mercado, para que puedan conservar frescos los productos que ofrecen, además de que dice “una cerveza tibia sabe muy feo”.

Juan, vestido apenas con una sudadera azul marino y un pantalón, soporta, además del frío de la mañana, la temperatura del hielo en sus manos, con las cuales manipula los bloques de hielo sin ninguna protección.

La única herramienta que porta es un picahielo que usa con habilidad para cortar en rectángulos perfectos el hielo que vende a los locatarios del mercado de El Tepe. En un costado del mercado, Juan recibe los bloques de su producto que luego corta y entrega de acuerdo a las necesidades de sus clientes.

Trabajo escarchado

Mientras carga dos bloques en su diablito, Juan explica que tiene aproximadamente 20 años vendiendo hielo en El Tepe.

Dice que el hielo se lo traen de una fábrica ubicada en El Cerrito, para luego distribuirlo.

Señala que su jornada laboral es breve, pues comienza a repartir el hielo cerca de las 9:00 horas, terminando poco después de las 10:00, pues el producto no puede estar mucho tiempo a la intemperie, por obvias razones.

Sus clientes, explica, son los locales que venden pescados y mariscos, carnicerías y algunos más que requieren que sus mercancías se vendan frías.

Indica que sólo vende diariamente dos maquetas de hielo. Mientras platica, empuja el diablito hacia el interior de un local. Es una pollería, a la cual ingresa por la parte de abajo para colocar los bloques en un contenedor, donde el comerciante colocará su producto, con el propósito de conservarlo fresco y en buen estado.

Adentro del mercado se ve poco movimiento de clientes. La zona de comida es la que más actividad presenta, pues los puestos de barbacoa, consomé y tacos de guisado, son socorridos por muchos clientes y los mismos locatarios para almorzar, luego de iniciar la jornada laboral en horas de la madrugada.

Juan comenta que fue la necesidad de tener un ingreso la que lo orilló a dedicarse a vender hielo, pues al no tener otra opción, en esta actividad encontró un modo de vida, aunque en los últimos años ha dejado de ser negocio.

Señala que con la modernidad, muchos de los locatarios que le compraban han optado por adquirir refrigeradores para conservar su mercancía, por lo que sus ventas han disminuido, y sólo quedan algunos comerciantes que aún le compran todos los días.

Bien heladas

Hombre de pocas palabras, Juan agrega que en esta época, con las bajas temperaturas, las ventas de hielo disminuyen significativamente, pero siempre será necesario “para enfriar las cervezas, porque calientes saben feo”.

Luego de terminar la repartición y venta de hielo, Juan acaba su jornada laboral y se retira a su domicilio ubicado en la colonia San Pedrito Peñuelas, en donde vive solo, pues es soltero.

Las canciones de Vicente Fernández se escuchan de fondo en el mercado que vuelve a la rutina luego de semanas de actividad intensa por las fiestas decembrinas, en las que clientes de toda la capital, atraídos por los precios competitivos y calidad de las mercancía, visitan ese centro de abasto, en uno de los barrios con más tradición de la ciudad.

Luego de dejar los bloques de hielo en la pollería, Juan regresa rápidamente a la esquina donde lo esperan aún otros dos bloques de hielo y una maqueta completa para ser cortada.

Juan añade que la necesidad hace que tenga que aguantar el frío de su producto, pues entre cortarlo y cargarlo, sus ropas se humedecen, al igual que sus zapatos, condiciones incómodas tomando en cuenta las temperaturas bajas que se registran en la capital en estos días.

Precisa que siempre se ha dedicado a vender hielo, pues no ha tenido la oportunidad de trabajar en otra cosa, además de que sólo realiza su “chamba” en El Tepe, donde sus clientes fijos son 10 comerciantes, aunque si algún cliente necesita hielo, él mismo se lo puede vender.

Cada maqueta de hielo, precisa, cuesta 180 pesos, piezas que cuando hace calor se venden en mayor cantidad, por la necesidad de conservar más tiempo las mercancías.

Juan espera a un lado de su diablito a un cliente, a quien debe de llevar dos bloques de hielo.

Oficio perdido. Todavía le falta una maqueta por dividir y vender antes de que los rayos del sol hagan su trabajo y lo derritan. Sin embargo, Juan se toma su tiempo, sabe que cuenta con unos minutos extras para terminar su faena matinal.

El trabajador precisa que este tipo de hielo es sólo para enfriar mercancías y productos, pues el destinado para la elaboración de raspados se debe de comprar en bolsas y requiere de otro tratamiento, con mayores medidas de higiene.

Vendedores de hielo, como Juan, son personajes que debido a la modernidad y la entrada al mercado de comercializadoras que ofrecen sus productos al cliente final, comienzan a ser más escasos en las calles queretanas, pero mientras exista la necesidad de conservar los alimentos, “o enfriar las cervezas”, siempre se solicitarán sus servicios.

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