“Entréganos a Barrabás. No queremos a Jesús”, pide la muchedumbre. Poncio Pilatos pide un poco de agua para lavarse las manos por la sangre de Jesús, a quien se sentencia a muerte en la cruz, mientras miles de personas observan en las calles de La Cañada, que se transforma en la Jerusalén de hace casi dos mil años, la Pasión de Cristo.

El acusado es observado por miles de personas, que escuchan la sentencia de muerte que será por crucifixión, castigo que se les impone a los ladrones y sediciosos en el imperio romano. Castigo terrible, de una agonía lenta y dolorosa para los sentenciados.

El sol cae a plomo en La Cañada.

El Nazareno avanza lentamente por la calle principal, que se ha convertido en la vía dolorosa por algunas horas. Los centuriones romanos castigan con los flagra la espalda de Jesús. Hay un rictus de dolor en el rostro del condenado a muerte por hacerse llamar el rey de los judíos.

A su paso se esconden las caguamas, las micheladas y las cervezas que se compran previamente para aplacar la sed en los diferentes puestos que las venden en Viernes Santo.

Los vendedores de antojitos, como guajolotes, enchiladas, mojarras, filetes de pescado, papas, entre otros productos, hacen silencio al paso del Nazareno. Dejan de ofrecer sus productos a gritos. Respetan el momento.

Desde la azoteas de las casas ubicadas sobre la avenida Emiliano Zapata los moradores tienen palco de lujo para ver pasar a Jesús de Nazaret. Bajo carpas, sentados en sillas de jardín, cerveza en mano, ver pasar al Hijo de Hombre, quien se despide de su madre, María, que sale a su encuentro.

El Nazareno luce agotado.

La mañana fue tortuosa para él. Temprano, fue llevado al Sanedrín, que se montó en la Plaza San Pedro. Ahí los sacerdotes lo increparon, maltrataron y calificaron de “loco”, por decir que él reconstruiría en tres días el templo que ellos destruirían.

Alrededor del Sanedrín se reúnen cientos de personas que acuden a ver el juicio de Jesús de Nazaret, quien es llevado atado de las manos ante los sacerdotes que lo acusan de blasfemar, de ser un hechicero por hacer milagros, como devolver la vista a los ciegos, de resucitar a su amigo Lázaro y de expulsar demonios.

El acusado no responde. El silencio que guarda sólo se rompe con un grito de un vendedor que dice “bolis”, de un vendedor ambulante, quien es invitado por los organizadores a guardar silencio, o será desalojado del lugar.

El joven vendedor se retira, pero no pasa mucho tiempo para que otro comerciante grite, ahora de “paletas, lleve sus paletas”, interrumpa el momento solemne.

La representación de la Pasión de Cristo es aprovechada por muchos para vender de todo. Desde las micheladas, muy populares entre los asistentes que, con el pretexto del calor, las buscan, hasta los sombreros y sombrillas. Éste último producto, prohibido por los organizadores, para no estorbar la visibilidad de todos los asistentes del lugar.

Los puestos de comida abren desde temprano.

Mucho antes de que comience la Pasión de Cristo. Es buen momento para muchos de desayunar o almorzar algo previo al recorrido de la vía dolorosa, ya que hay gente que gusta de seguir a Jesús a lo largo de su recorrido.

El Nazareno es llevado al palacio de Poncio Pilatos. Antes, una vendedora de pan, cuya pieza cuesta dos denarios, es robada por tres pillos, quienes son rápidamente sometidos por los centuriones romanos que los golpean despiadadamente.

Una niña, de unos cuatro años, al contemplar la escena se asusta y se abraza a la pierna de su padre, quien le dice que es sólo una representación, que no los golpean de verdad.

Luego, Jesús es interrogado por Pilatos, quien no encuentra culpa en él. Lo manda azotar, pero la muchedumbre pide pena de muerte. La sentencia se cumple. A Jesús le presentan la cruz en la que morirá, que tendrá que cargar hasta la cima del monte donde morirá.

La gente se arremolina alrededor del Nazareno que es escoltado por los centuriones romanos que lo flagelan e insultan en el camino. Cuando ven que no puede más, le piden a un hombre, Simón de Cirene, que ayuda a Jesús con la cruz.

El rostro de algunos de los asistentes se torna triste. Algunos, como una joven de no más de 30 años, de piel clara, llora al paso del maltrecho Jesús, quien les piden a las mujeres de Jerusalén no llorar por él.

Ya Jesús se encontró con su madre, quien llora ante la presencia de su hijo que es conducido a la muerte. Luego, pasa a un costado del árbol donde el traidor, Judas, el Iscariote, arrepentido de vender a su maestro, se quitó la vida.

El ascenso al cerro del Bautisterio, convertido este Viernes Santo en el Gólgota, es lento. Las fuerzas abandonan, la boca se seca con el polvo que se desprende de la tierra roja del camino. Las piedras lastiman las plantas de los pies que llevan sandalias. Un centurión y un sumo sacerdote, al llegar a la cima piden ayuda de los cuerpos de seguridad. Son atendidos por elementos de bomberos y de Protección Civil de El Marqués. El esfuerzo y las emociones han hecho mella en sus cuerpos.

Jesús es subido a la cruz, dice sus últimas palabras y expira. Son las 15:32 horas cuando el Nazareno muere en la cruz. Fue acompañado por alrededor de 20 mil personas, desde su juicio hasta su crucifixión.

Los asistentes comienzan el descenso del cerro. Lo hacen lentamente, muchos en silencio, mientras a los costados del camino los mercaderes ofrecen bebidas y alimentos para la muchedumbre que ahora busca donde continuar con el Viernes Santo.

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