Son pocos los afortunados. El número no llega ni a las cincuenta personas. El edificio ubicado en la calle Carolina 100 se convierte en un sitio privilegiado en el partido de ida de la gran final del Clausura 2013. Y pocos, muy pocos, tienen la oportunidad de observar el encuentro desde la azotea o los pisos más altos. La vista es espectacular.

Es pertinaz la lluvia en la colonia Nochebuena. Pero eso no impide que decenas de aficionados se acerquen a la entrada del edificio pidiendo, casi suplicando al portero, poder ingresar al lugar.

Pero a don Emilio Moreno nadie lo convence. La entrada al inmueble está sellada y el letrero pegado en la puerta lo dice muy claro: “El edificio cerrará sus puerta a las 9 PM, nadie puede permanecer dentro después de esa hora. Sin excepción”.

“No, no se puede subir. Son muy poquitos los que están en la azotea, apenas algunos inquilinos y amigos de mi hijo. Es muy peligroso estar arriba y sería irresponsable de mi parte que permitiera la entrada a los aficionados”, dice el señor Emilio, quien vive en la azotea, un lugar privilegiado para observar una edición más del llamado clásico joven.

Alejado de las enormes filas, la lluvia y los empujones, un puñado de aficionados agitan sus banderas azules y amarillas. Ellos no han tenido que desombolsar ni un solo peso para observar el encuentro.

“Es mentira lo que me han dicho, yo no le cobro a nadie por estar aquí o estaría lleno, este no es mi edificio, soy un trabajador. Se dijo que yo pedía dinero, pero es falso. Muchos de los trabajadores se quedaron, horas extras para poder ver el partido. Yo no tengo derecho para cobrarles porque todos pagan su alquiler”, aseguró Moreno.

En el edificio, rentado para oficinas, se pueden observar unas veinte personas en el octavo piso y unas diez más en el noveno, todos, con sus silbatos y playeras.

Pero nadie más puede pasar. Algunos lo intentan y ofrecen dinero, como don Jesús, quien argumenta que tiene que recoger unos uniformes. El truco no le funciona y don Emilio le pide que vuelva mañana (hoy).

Al portero del lugar ni siquiera le gusta el futbol. De vez en cuando, voltea a ver la televisión, pero no le entusiasma siquiera un poco.

“No, no soy muy aficionado. Si acaso lo veré un ratito. Mi esposa sí está arriba, a ella y a mí hijo sí les gusta el futbol”.

En otros edificios aledaños al estadio los vecinos están blindados. Para evitar algún acto vandálico, decenas de policías custodian las entradas. Nadie, más que los que ahí viven pueden ingresar.

“Estamos aquí desde antes de las 7 y nos iríamos después de las 12. Lo más pesado es después del juego porque a veces están encendidos los ánimos. Esperemos que todo transcurra con tranquilidad”, dice Emmanuel González, policía.

Mientras, pocos, los más afortunados, agitan sus banderas desde el edificio de Carolina 100.

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