En las últimas tres décadas, la economía nacional se ha caracterizado por registrar muy bajas tasas de crecimiento económico. Los intentos por reactivar la economía no han logrado alcanzar el 7% del PIB anual, tasa de crecimiento que el país requiere y que el Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanza (IMEF), así como otros organismos, han señalado como necesario.

De acuerdo a las últimas estimaciones, el IMEF considera que nuestra economía alcanzará al cierre de 2014, un crecimiento de 2.5%, lo cual supera al registrado el año pasado, ubicado en 1.44%, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

Lo anterior habla de una mejor perspectiva a futuro, pero también nos dice que aún estamos alejados de lo que necesita el país. La modernización de la economía es un proceso que ha permanecido estancado, con el impacto consiguiente en la competitividad.

A principios de este mes, el Foro Económico Mundial publicó su Índice de Competitividad Global, en el cual observamos que México cayó seis posiciones con respecto a la medición de 2013-2014, al pasar del lugar 55 al 61.

Si queremos aspirar a ser una potencia global, las reformas estructurales no sólo ayudarán a que nuestra economía crezca por arriba del 7.0% anual, sino que deberán contribuir a que nuestro país avance en términos de competitividad.

Debemos trabajar fuertemente en aquellas donde este índice revela que estamos rezagados, tales como: seguridad, crimen organizado, costos comerciales por la delincuencia, ética corporativa, infraestructura tecnológica, calidad en la educación, efectos de los impuestos sobre los incentivos para invertir, eficiencia del mercado laboral, desarrollo del mercado financiero y solicitudes de patentes entre otras.

Diversos analistas han pronosticado que el país será una potencia económica y con la aprobación de las reformas estructurales se ha emprendido el camino para dejar de ser un país emergente.

En días recientes, el Banco Mundial aseguraba que la reforma energética traerá inversiones, además de que nos colocaba a la par de los países modernos, con lo cual coincidimos, pero también anotamos que las reformas ya aprobadas —incluyendo la energética— no serán por sí mismas la panacea. Su impacto y trascendencia radicará en cómo serán implementadas, razón por la cual tendremos que esperar los primeros resultados para evaluar si todo va encaminado a un crecimiento y mejores índices de competitividad.

Recordemos que aún hay temas pendientes, como la reforma hacendaria, misma que necesita estar alineada al objetivo de alcanzar mayores niveles de crecimiento y a un eficiente ejercicio del gasto público.

En este sentido, especialistas del IMEF se han acercado al Congreso para tratar de encontrar la forma de reducir el impacto recesivo de una ineficiente reforma hacendaria que hoy enmarca nuestro sistema tributario y que ha inhibido al mercado interno.

Cabe hacer notar que el bajo e irregular crecimiento de la economía no ha sido incentivo para que las empresas enfrenten una mayor competencia al no haber inversionistas potenciales atraídos por un mercado en constante crecimiento.

No debe desalentar el ánimo de que México figure como potencia a futuro, sino que debemos ser realistas y concretar los temas que aún están pendientes.

La perspectiva gubernamental de crecimiento del PIB para 2015, ubicada en 3.7%, nos dice que los beneficios de las reformas serán a mediano plazo, por ello la prioridad será mantener unas finanzas públicas sanas en lo que resta del sexenio, ya que es el pilar fundamental de la estabilidad macroeconómica de la nación.

Pensemos a futuro. Los años venideros ofrecen un nuevo panorama económico para México, pero este es condicional. Se cumplirá siempre y cuando se haga lo correcto. La buena noticia es que las bases ya han sido creadas. La actual administración ha dado muestras de alta negociación política, confiamos y necesitamos en que también sea un gran operador económico y es el momento histórico para conseguirlo.

* Presidente Nacional del IMEF /

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