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Tal vez vaya, pienso
Segundo relato: “La renovación de la vida” (Semana Santa) 

De la tierra fuimos creados y a la tierra volvemos, “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Es la sentencia que reza el sacerdote al imponer la ceniza, en el miércoles de ceniza y que marca el inicio de la cuaresma. Nos recuerda la existencia auténtica del ser humano a manera de Heidegger, el ser finito, el ser para la muerte, de lo cual y lo único que no podremos escapar; sin embargo, existe la esperanza, de acuerdo al Cristo redentor, aún después de la muerte, nos espera la vida eterna.

El suave aroma del incienso a copal, que en cada alabanza del altar, el celebrante esparce por el santuario, penetrando hasta los corazones de los feligreses que ocupan el recinto.

La Semana Mayor o Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos, pero primordialmente son de mayor trascendencia el Jueves y Viernes Santo, que continúa con el Sábado de Gloria o de Resurrección (tiempo en el que conmemoramos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor), hasta culminar con el Domingo de Pascua.

El ayuno, la oración y la reflexión es a lo que invita la cuaresma. No obstante, no pasan desapercibidas otras series de recomendaciones que nos hacían antiguamente nuestras madres, como elementos de respeto y consideración a los días santos, y que se han ido perdiendo en el tiempo, como el no bañarnos; no ver la televisión, ni escuchar la radio, pero sobre todo, abstenerse de comer carne roja todos los viernes de la cuaresma y preponderantemente, el Jueves y Viernes Santo. En el peor de los casos, el que se portaba mal al final era quemado simbólicamente con su judas, hecho de cartón, carrizo y pólvora.

Todo el ritualismo que guarda conlleva una especie de duelo que debe observar el mundo católico, por la pasión y muerte de Cristo.

El color púrpura y el color negro predominan como símbolos de luto y duelo.

El Jueves Santo, con la visita de los siete altares y la representación del lavatorio, en el que Jesús, como muestra de humildad, lava los pies a sus discípulos y ejemplifica su vocación de servir,  que es la de redimir al hombre con su muerte.

El Viernes Santo, con la escenificación de las tres caídas, la crucifixión y la Procesión del Silencio marcan el momento sublime de la celebración.

Durante las tres caídas y la crucifixión, todo el dramatismo del sufrimiento y muerte de Cristo se vuelve hiperrealista, muchas veces hasta trágico y cómico (un santo Cristo que se cae de la cruz, un Judas Iscariote, quien traicionó a su maestro por 30 monedas de plata, y que, al fingir su muerte por ahorcamiento, casi lo logra de verdad).

Ya entrada la noche, la actividad de la ciudad parece detenerse por unos momentos, el silencio expectante de la muchedumbre es patente, esperan con inquietud la Procesión del Silencio que, año con año, se celebra entre las principales arterias de las ciudades.

La tenue luz del alumbrado de las calles imprime un sentido de tragedia y de tristeza al escenario. Los tambores suenan en el silencio de la noche, marcan el paso de los distintos personajes que participaron. Al frente de la comitiva, un nazareno sangrante y cansado, de mirada vaga, encabeza de nuevo la procesión. Plañideras silenciosas, vestidas de negro y descalzas, custodian el caminar del santo Cristo. La muchedumbre se agolpa entre las calles, rememorando el camino al calvario. Unos penitentes arrastran sus cadenas y las cruces de madera terciadas al hombro, mientras otros se azotan la espalda sublimando su pena.

La esperanza de la vida, se renueva con la muerte y la resurrección.

Sobre el autor.

Cuento. Santos relatos
Cuento. Santos relatos

Oriundo de Irapuato, Guanajuato. Actualmente se incorporó  al taller “Letras a Granel”, en el  CECEQ.

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