Aquí vive el presidente, pero el que manda vive enfrente.

-Letrero que apareció en las bardas de Chapultepec en los días del Maximato.

¿Tantos años de bregar por territorios inhóspitos, de recorrer el país para construir prácticamente de la nada un movimiento formidable que hoy detenta la Presidencia de la República, 23 gubernaturas y muchos otros espacios de poder, para que, tras seis años efímeros entregar el poder sin haber cimentado la 4T?

En un sistema político como el mexicano, que le otorga al titular del Ejecutivo tanto poder, dejar la Presidencia es una forma de morir, pero hay modos de resistirse a la muerte: el primero —como lo hicieron Santa Anna, don Porfirio y Juárez—, no dejando de ser, reeligiéndose una y otra vez; el segundo, como Plutarco Elías Calles, erigiéndose en el poder tras el trono. En esa ruta vamos.

Las señales premonitorias

La construcción de un Maximato en pleno siglo XXI requirió de varios pasos: escoger como sucesora a quien reunía tres condiciones: 1) todo se lo debía, 2) carecía de un grupo propio y 3) le profesaba una lealtad perruna. Por otra parte, cercarla: decidió a los nueve candidatos a las gubernaturas que se disputarán el año próximo; será él quien defina a los aspirantes de Morena al Congreso de la Unión (desde ahora ya les impuso a sus coordinadores parlamentarios); decidirá el reemplazo del ministro Zaldívar y también los nombramientos clave de su gabinete... Y por si en algún momento Claudia tuviera la chifladura de sacudirse la tutela, le esgrimiría la revocación del mandato.

La fragilidad de Claudia se desnudó en el evento que se realizaría en el Estadio Azul y que tuvo que suspenderse ante el vacío que le hizo la militancia; unos días más tarde, durante el segundo intento por mostrar músculo en la Arena México, se exhibió su pobre liderazgo: ante sus llamados a la unidad, la gente le respondía: “¡Clara ya ganó!”

Si algunos leyeron la postulación de Omar García Harfuch como una señal de que Sheinbaum ya detentaba el “bastón de mando”, la rebelión de los “duros”, —orquestada desde Palacio Nacional por Jesús Ramírez Cuevas—, le envió un mensaje áspero: “no se te olvide que soy yo el que manda”.

Abelardo L. Rodríguez, el enriquecido general de Guaymas, representó durante el Maximato el grado máximo de abyección. El mismo día de su toma de protesta se trasladó a Cuernavaca, a la hacienda Las Palmas, para rendirle honores al Jefe Máximo.

Como Calles, Andrés Manuel le exigirá sumisión a su sucesora que no es sino una “corcholata” que, de ganar la elección presidencial, estará acorralada por los “puros” en el Congreso, por los gobernadores morenistas, por los periodistas e intelectuales orgánicos, por las milicias obradoristas y por los altos mandos de las fuerzas armadas que le deben poder, negocios y lealtad a quien es todavía su comandante supremo.

Lo único que falta para que se concrete este sombrío vaticinio es que Sheinbaum gane la elección presidencial. De ese tamaño es lo que está en juego.

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