¿Se vale comparar las (pre) campañas de Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez y, sin más, sacar conclusiones atropelladas? Más allá del manejo embustero de “este arroz ya se coció”, hay un ingrediente en el análisis que no puede ignorarse: la candidatura de Sheinbaum fue construida desde el vértice del poder con años de anticipación. Claudia fue escogida por el Gran Elector para representar a Morena en la elección presidencial porque reunía todas las condiciones exigibles: su devoción al líder, la garantía de continuidad del proyecto, la protección para cuando haya perdido el blindaje de la institución presidencial, su carencia de capital político...

Andrés Manuel lo dijo de todas las maneras posibles: “¡Es ella!” y, desde entonces, Claudia empezó a procesar lo que vendría. Gobernó más de cuatro años la capital de la República, con la visibilidad que esto implica; al amparo de gobernadores morenistas acudió a distintas ciudades para dar conferencias “magistrales” sobre el buen gobierno (la de Morelia se frustró por el accidente en la línea 12 del Metro, epítome del “buen gobierno”); un financiamiento clandestino le permitió desplegar anuncios espectaculares e ilegales por todos los rumbos del país y, para concluir, tiene a su disposición todos los recursos del Estado. Lo extraño habría sido que no tuviera un alto nivel de conocimiento y aprobación.

Mientras tanto, en la acera de enfrente, Xóchitl no tenía en su radar la candidatura presidencial, su trabajo se centraba en la Ciudad de México; seguramente tiene una radiografía de la capital, sus problemas y su potencial y habría pensado hasta el lema de su campaña y la integración de su equipo. Pero, la ausencia de opciones verdaderas en la oposición y los traspiés del presidente López Obrador la ubicaron, repentinamente, en la carrera presidencial. En esta aventura había que empezar de cero o casi.

Pero lo hecho hasta ahora es una proeza: se impuso sobre los aspirantes escogidos por las dirigencias de los partidos y logró convencerlos de que su trayectoria de vida, su frescura y su arrastre la convertían en la pieza que hacía falta para darle esperanza a una sociedad lastimada.

Su agilidad mental le ha permitido responder pronto y bien a las injurias del presidente. Por otra parte, la experiencia internacional nos dice que, crecientemente, los electores votan menos por los partidos y sus programas y más por los candidatos que hacen clic con ellos (la elección de Mikel es el ejemplo más reciente). En el tête a tête de las candidatas y de sus respectivos equipos, la superioridad de Xóchitl es manifiesta.

¿Una vez que recibió la voz de arranque debería haber salido a lo tarugo para alcanzar visibilidad y tropezarse? ¿Es extraño que una ingeniera metida a la política se haya dado tiempo para planear su campaña?

Otro dato: detrás del supuesto estancamiento de su (pre) campaña, están las presiones lanzadas desde Palacio Nacional para que los medios le bajen a la cobertura a sus actos aunque —como pueda constatarse en las redes sociales—, la conexión que logra con sus audiencias es extraordinaria. Le tienen mucho miedo y ellos saben por qué.

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