El domingo se llevó a cabo el primer debate por la presidencia de la república. No obstante que hay tres personas postuladas, la realidad es que la atención se centró en las dos mujeres que encabezan las preferencias: Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum.

En un entorno democrático, los debates son un ejercicio positivo que abona a la transparencia y la apertura. El contraste de ideas beneficia a la ciudadanía, pues permite conocer de primera mano, la personalidad, preparación y postura de las candidaturas frente a los temas de interés público.

Desde una óptica de estrategia, los debates tienen un doble juego. Para el puntero son un riesgo que lo expone al escrutinio público. De ahí que una frase mal dicha, un mensaje mal enviado, una mueca o un gesto, pueden hacer la gran diferencia en los resultados. Por el contrario, para los opositores, es la oportunidad ideal para “pegarle” (en el buen sentido de la palabra) al puntero y contrastar sus posturas, propuestas e ideas.

Aquí el lenguaje no verbal tiene un gran peso, sobre todo a partir de los debates televisados. Ejemplo de ello es aquel histórico entre Richard Nixon y John F. Kennedy. Para quienes siguieron el debate en radio, Nixon fue el vencedor, pero para quienes lo vieron por televisión, el ganador fue Kennedy. ¿qué jugó ahí? Sin duda la apariencia física y el lenguaje no verbal de JFK.

En ese contexto, algunos analistas han comentado que el debate del domingo fue “acartonado” y seco. La verdad es que sí. Después de las experiencias de procesos anteriores, el formato no fue el más idóneo, empezando por la postura de las candidaturas que todo el tiempo estuvieron sentadas. Además, la interrupción constante con preguntas genéricas, sin permitir el diálogo entre las partes, no permitió entrar al fondo de los temas ni tampoco generar el contraste que esperaba la gente. Al final, todo fue un cóctel de propuestas sin nada concreto a destacar.

No obstante, algo interesante que analizar fue la postura de la candidata oficial, quien mantuvo un semblante rígido, serio y distante. Es cierto, no cayó en “provocaciones”, pero tampoco mostró emociones. El formato le ayudó mucho. Con apuntes y la comodidad de un escritorio, es claro que se sintió como pez en el agua. Caso contrario a Xóchitl, cuya personalidad es extrovertida, dinámica y libre. En varias ocasiones se le vio con la intención de levantarse y hacer un debate abierto, como debe de ser, lástima que el formato no se lo permitió. Hubiera sido una gran oportunidad ver a ambas candidatas desenvolverse plenamente ¿no lo cree?

Lo que sí llamó mucho la atención, fue la absoluta seriedad con que la candidata oficial se condujo frente a preguntas delicadas que la involucraban, como las tragedias del colegio Rébsamen y la línea 12 del metro.

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