Flor Tinoco Sequeiros ha recorrido el mundo gracias a la danza contemporánea. Aunque nació en la Ciudad de México, a los 14 años llegó a vivir con su mamá, Lourdes Sequeiros, a Querétaro, donde comenzó su formación como bailarina profesional en el Centro Nacional de la Danza Contemporánea de Guillermina Bravo por cuatro años, y donde en su último año de estancia, el primero de la carrera profesional, tuvo la oportunidad de formar parte del Ballet Nacional, con el que se presentó en varios puntos del país.

Sin embargo, la inquietud de conocer otros estilos y técnicas hizo que se aventurara a viajar, primero a Barcelona, España, donde se graduó como bailarina profesional; después, durante un año formó parte de una compañía de danza dentro de un crucero por algunos puntos de Europa y Sudamérica, hasta finalmente instalarse en Italia, donde encontró el amor, creó su propia compañía de danza, y además optó por compartir su conocimiento al  dar clases a nuevas generaciones.

Convicción desde pequeña

Aunque Flor está por celebrar su cumpleaños número 30, la inquietud por la danza se hizo evidente a muy temprana edad. Desde los seis años estudió ballet clásico, técnica que le sirvió como una importante base, pero al ver un día una presentación de danza contemporánea supo desde ese momento a lo que quería dedicarse. “Le dije a mi mamá que yo quería hacer eso, pues me llamó mucho la atención esta danza con pies descalzos, así que desde ahí supe que esto quería”, recordó en plática exclusiva con EL UNIVERSAL Querétaro.

Tras su formación clásica en una academia privada de Reyna Pérez, su mamá, todavía en la Ciudad de México, buscó opciones para su hija donde pudiera conocer y desarrollar la danza contemporánea, algo que encontró en las inmediaciones de la Zona Rosa. “Ahí estudié con Jesús Romero, un maestro que bailó con el Ballet Nacional de México y me cayó muy bien. Con él empecé a estudiar la técnica Graham y después vi una función del Ballet Nacional de México en el Centro Nacional de las Artes y conocí a la maestra Guillermina Bravo, y me acerqué a preguntarle dónde estaba su escuela. Le dije que me había encantado su compañía y ella en persona me dio los datos de su escuela”.

Con 14 años, Flor estaba por terminar la secundaria y se trasladó a Querétaro para las audiciones para ingresar al Centro Nacional de la Danza Contemporánea, donde fue aceptada. “Ahí estudié tres años del bachillerato con danza, más uno de la carrera de bailarina profesional, pero me empezaron a dar ganas de irme a Europa, ya que comencé a ver videos de presentaciones de allá, estilos diferentes, y aquí la técnica de entrenamiento era siempre la misma; yo todavía tomaba clases de ballet, pues me esforzaba por seguir teniendo la línea clásica, muy importante para la estética del movimiento que quería lograr”.

Esa inquietud hizo que Flor, a sus 18 años, diera el salto continental. “Encontré un Conservatorio en Barcelona, España, y también me fui para allá a hacer la audición, pues quería terminar la carrera de bailarina profesional ahí, y sí me aceptaron. Pude graduarme aprendiendo otras técnicas y aparte me validaron los cuatro años que hice en Querétaro, pero después de eso no sabía qué hacer”, compartió.

Discriminación a la europea

La idea de regresarse a México rondó por la cabeza de Flor, pues se encontró con algo que no esperaba: la discriminación. “Ser mexicano en el extranjero es muy difícil, sobre todo en Europa ser latinoamericano en general es muy complicado, porque las oportunidades de trabajo son muy reducidas y si no tienes tus papeles de trabajo como bailarín y maestro de danza es muy difícil, y aparte en ese momento yo no quería dar clases, tenía 21 años al salir del Conservatorio, y quería bailar y bailar, pero se me empezó a dificultar mucho el papeleo para obtener mis documentos para trabajar y la visa de estudiante se caducó, por lo que dije ‘ya, bye’”, detalló la bailarina, quien cada dos años visita su país natal.

Mientras preparaba su regreso a México, cansada de hacer audiciones “en las que la mayoría de las veces no quedas porque, como dicen ellos, eres sudamericano, para ellos es igual, no tienes papeles, no eres europeo, por lo que ahí sí viví un poco de racismo y me deprimí mucho”.

Pero Flor encontró en internet una audición para un barco. “Dije, ‘¿por qué no? Ahí no necesito papeles’”. Fue seleccionada. “Me aceptaron luego luego, ya que el coreógrafo era venezolano. En el elenco había dos mexicanos, una argentina y rusos, fue muy divertido y todos con un nivel muy alto. La verdad es algo que no esperaba, pues yo iba en plan de cotorreo”, relató.

En esa compañía marítima complementó su técnica con elementos que nada tenían que ver con el estilo clásico o contemporáneo. “El coreógrafo trabaja rapidísimo, algo súper comercial, y aunque nunca me vi haciendo eso, de todo se aprende; yo aprendí a cambiar vestuario en 30 segundos, y además todos los días están sobre el escenario, y pues le había pedido a la vida bailar, así que esa era una oportunidad: dos funciones al día y era cansado, así viví un año en el barco que iba por las islas griegas, pasaba por Italia y también me fui a Brasil, Argentina y Uruguay porque quería conocer Sudamérica, pero me regresé a Italia porque ahí desde que comenzó mi contrato había conocido a quien es mi esposo, Eddie Zorzi”.

Italia y la necesidad creativa

Flor Tinoco reconoció que le ganó el amor y decidió instalarse en Italia, en la provincia de Treviso, donde comenzó la búsqueda de compañías para seguir haciendo lo que tanto le apasiona, bailar.

“Estuve en tres compañías donde me tenía que mover una hora en coche para llegar al ensayo y nadie pagaba el ensayo, lo mismo que pasa aquí en México, pero allá no he tenido una experiencia profesional como la tuve con el Ballet Nacional, donde tenías un salario y todo. Allá te pagan el show y te explotan con los ensayos, pero hice muy buenas experiencias, conocí gente muy bonita en el camino y empecé a sentir dentro de mí esa necesidad de crear, hacer coreografía y seguir bailando”.

Esa necesidad hizo que Flor emprendiera un nuevo reto que inició en 2015, con la creación de su propia compañía de danza contemporánea, Intersezioni Danza. “La hice con algunos bailarines de la zona, conseguí un espacio y ahí nos juntamos a ensayar nuestros proyectos coreográficos y nos ha ido bien, no me quejo, aunque todavía no hemos salido de ahí, pero algún día lo haremos, con perseverancia. Al momento somos de dos a cuatro bailarines, máximo cinco, y me gusta trabajar así con pocas personas de confianza, que tengan buen nivel y a los que pueda transmitirles lo que yo quiero transmitirle al público”.

Su grupo de danza también le permitió reconocer otra arista de su profesión: dar clases y compartir su conocimiento, como una forma de generar otros ingresos. “Sólo bailar no deja”, afirmó. “Le he agarrado mucho gusto a dar clases, tengo muchísimas alumnas y eso me gusta, pues me da bastante experiencia coreográfica, el trabajar con tantas alumnas en escena y es algo muy bonito que no pensé que llevaría a cabo”, agregó la coreógrafa que trabaja en tres estudios de danza.

Improvisación, papel central

Luego de conocer varias técnicas en Europa, diferentes a las que enseñan en México, la joven entendió que la improvisación se convertiría en el futuro de su pasión, la danza contemporánea. “El que un bailarín tenga todas las herramientas de su cuerpo y sea capaz de escuchar a su cuerpo con tanto detalle para poder transmitir lo que está sintiendo en ese momento es algo fundamental y eso lo aprendí en Europa.

“Aquí en México hacía lo que me decían, era un robot, y desde mi punto de vista didáctico ahora como maestra de contemporáneo reconocí que es muy importante la improvisación”, consideró.

Aunque experimentó complicaciones en su desarrollo académico en Europa, supo que no se equivocó al perseguir sus ideales artísticos. “He desarrollado mi propio estilo con técnicas mixtas, no me he casado con ninguna, aunque la base clásica la exijo a mis alumnas, y si no la tienen hay que dedicar un poco de tiempo a corregir detalles fundamentales”. Actualmente desarrolla la técnica Gaga de improvisación y se mantiene en constante actualización.

Trust, proyecto para generar conciencia

En todos los puntos del mundo se escuchan noticias de violencia y por esa razón Flor creó un proyecto con el que busca crear conciencia a través del cuerpo de dos bailarinas. “Estoy tratando de mover un proyecto llamado Trust, en el que somos sólo dos bailarinas en escena, pero no puede ser en cualquier lugar y no es apto para niños por la temática que es muy fuerte, pues nació porque estoy cansada de encender la televisión y escuchar noticias de que un fulano mató a su esposa e hijos, que alguien se suicidó o que hubo un atentado terrorista y nos preguntámos por qué vivimos un mundo así, y mi conclusión como artista es que hay una falta de confianza en general y por eso se llama Trust, donde plasmo primero el origen de todos estos males, que es el odio, después el regreso a los orígenes y termina con una utopía sobre la confianza y lo que pudieramos ser”.

Este año su visita a México y Querétaro fue gracias a que asistirá a una boda de una amiga, pero las malas noticias hacen que Flor reconozca que le duele ver así a su país y cómo se refleja en el extranjero. “Amo a mi país como sea, pero sí creo que se pueden mejorar muchas cosas”, resaltó la joven. Son un par de semanas las que le restan aquí antes de su regreso a Europa, días en los que aprovechará para conocer Los Cabos, Baja California, luego de varios años de no visitar una playa con su mamá, y luego también pisará la Ciudad de México para saludar a amigos y familia antes de subir a su avión que la llevará a Italia.

Y para los jóvenes, hombres o mujeres, que deseen perseguir el sueño de ser bailarines profesionales, compartió que es necesaria “una gran disciplina, respeto por lo que hagas; antes de una presentación cero fiestas y una gran concentración, así como entrenar todos los días con la intención de mejorar. Pero esto es algo que no me pesa, la danza es mi vida y es lo máximo esperar los fines de semana para bailar”.

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