Relajarse es un reto en un mundo tan cambiante y tan dinámico. De hecho, la incertidumbre es uno de los factores de mayor estrés. En el fondo el estrés es miedo a perder la estabilidad personal, que en sí mismo, es un círculo vicioso, ya que uno comienza a estresarse temiendo un desequilibrio, cuando de hecho ya comenzó con el simple pensamiento.

Y el miedo, es el enemigo número uno de nuestras sociedades violentadas.

Aprender a controlar el miedo, no sólo generará sociedades más pacíficas, sino mejor calidad de vida en los ciudadanos.

El estrés tiene su origen en una “mentalidad desbocada”. Cuando uno da rienda suelta al pensamiento cargado de fantasías catastróficas comienza una oleada de neurotransmisores a circular por la sangre generando estados que van de la alerta a la ansiedad.

Si a este pensamiento se le agrega la imaginación, el poder desencadenante es más rápido y más fuerte. Y es que el cerebro trabaja perceptualmente mejor con imágenes, ya que éstas generan sinapsis cerebrales con mayor facilidad emulando la imagen pensada. Si quisiéramos comenzar a sentir frío es fácil si imaginamos un manto de hielo, lo acompañamos con ideas verbalizadas con una atención focalizada y constante. Hay experimentos en los que puedes tomar un termómetro mientras reproduces constantemente estas escenas. Es decir, el cerebro no reconoce entre realidad y fantasía; los efectos en la química orgánica pueden ser los mismos.

La homeóstasis es la capacidad de autorregulación corporal que se da con mayor facilidad si hay momentos de tranquilidad y relajación. El momento clave es el sueño, (antes y después) aunque la atención en situaciones agradables y su misma recreación, genera descargas de neurotransmisores que provocan bienestar. Los requisitos básicos para esto último son tres: atención, relajación y pensamientos agradables.

Algunos neurotransmisores facilitadores de la autorregulación, también llamados hormonas de la felicidad, son químicos que, justamente favorecen las conexiones cerebrales y que, cuando “se conectan”, generan en automático estados de ánimo. Estos se pueden “invocar” si uno hace conexión entre una imagen y palabras que emulen o refuercen una realidad que no existe, pero que el cerebro puede reconocer como tal.

En el ejemplo en el que alguien dice: “imagina un vaso de jícama, observa que le estamos poniendo limón… sal… chile… Y ve cómo se va escurriendo a lo largo del vaso de plástico transparente…” Comienzas a salivar. Así funciona. Una imagen acarrea una conexión límbica que activa sensaciones corporales que preparan al organismo para la acción; en este caso digestiva.

El problema para generar estos estados es comúnmente la falta de concentración o enfoque y la preparación organísmica para recibir la experiencia, como es la relajación.

Los químicos generados por estados de bienestar son: la dopamina, responsable del placer y la motivación, la serotonina, que genera estados de bienestar y la endorfina que produce sensaciones de felicidad. Son también llamados opiáceos naturales, ya que su efecto es similar al de las drogas.

Por el contrario, las hormonas estresantes son la adrenalina, que tiene una función defensiva y de instinto de supervivencia; acelera la presión sanguínea y prepara para el ataque o la huida, activa el sistema musculo-esquelético y provee de fuerza y fortaleza al cuerpo. Una descarga de adrenalina ha provocado que personas en apariencia débiles puedan sacar una fuerza inexplicable, como una madre que salva a su hijo del peligro. Esto, en esencia es un estado de alerta que manda la atención a lo exterior y provoca que la sangre se concentre en la periferia organísmica.

Efecto similar sucede con el cortisol causante de una elevación de glucosa en el organismo, como fuente energética para responder ante la amenaza externa. La secreción de esta sustancia provoca una suspensión de los procesos homeostáticos; es decir el cuerpo deja de repararse, recuperarse y renovarse, generando estados de alerta. Esto es un proceso natural de sobrevivencia y protección que cumple su función primaria; el problema es cuando esta acción se vuelve recurrente, ya que se hace crónica y se “programa” al organismo para reaccionar de manera aguda ante la menor señal de peligro.

Las señales inequívocas de alteración homeóstatica son: falta de sentido del humor, irritabilidad, cansancio permanente, cefalea, palpitaciones, hipertensión, falta de apetito, problemas digestivos, dolores o calambres musculares, entre otros muchos efectos secundarios del estrés.

Acostumbrar al cuerpo a este estado de alerta va degenerando rápidamente el sistema psicofisiológico y se está en un círculo vicioso de pensamiento, emoción y sensación de tensión y ansiedad prolongados que pueden generar estados neuróticos (que, en definición genérica son alteraciones sensoriales y motoras provocadas por una falta de conciencia de la realidad).

¿Cuál es el remedio básico de esto? La toma de conciencia.

Generar un estado de bienestar tiene una fórmula sencilla:

Atención en aspectos agradables.

Provocar imágenes relajantes.

Respiración lenta y profunda.

Conciencia sensorial y emocional.

El problema radica en que la programación estresante dificulta la atención, la hace más evasiva y provoca que se dificulte la concentración y que haya pensamiento disperso.

El subconsciente se alimenta de imágenes e ideas preconcebidas (llamadas introyectos) que rigen la actitud y la conducta sin que se dé uno cuenta. Si la tendencia es hacia la “prevención” y el autocuidado, basados en la suposición de peligro constante (la idea de la maldad, por ejemplo), el resultado es la asociación de imágenes estresantes y la atención inconsciente y desbordada por información estresante. Aquí sería necesaria la resignificación o reinterpretación de la realidad. “La gente no es mala, es inconsciente” (p.ej.) Aquí interviene un proceso de sistematización de resignificados positivos para realimentar al subconsciente y hacerlo reaprender. De ahí entonces que, procesos mentales como la filosofía ayudan a reaprender conceptos, o como algunas técnicas psicológicas que desarrollan la emocionalidad sana.

En muchas culturas y disciplinas la respiración es clave, ya que coadyuva a la consciencia sensorial, prefacio de darse cuenta de cómo se siente.

Cuando la persona es consciente de sus sentimientos adquiere mayor capacidad para identificar sus necesidades homeostáticas.

El estado relajado es la puerta de entrada a la homeostasis, por lo que se tiene una mayor sensación de salud física, la consciencia emocional permite disfrutar de mayor tiempo e intensidad de estados de plenitud, se puede tener mayor capacidad de aprendizaje y mejores relaciones humanas. En pocas palabras, mayor calidad de vida.

En conclusión si se reaprende a generar estados de relajación, induciendo la respiración profunda, acompañado de imágenes agradables a los sentidos que favorezcan un estado de bienestar para acostumbrar al organismo a una secreción de neurotransmisores que faciliten los procesos homeostáticos y favorecer el desarrollo de la plenitud de las capacidades intelectuales y emocionales.

Aprender esto desde pequeño, no sólo puede salvarle la vida, sino darle mayor calidad a su tiempo.

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