La gimnasia artística femenil es una baraja de cuatro sotas. El azar, esa ruleta de los dedos de Dios, muchas veces juega su papel para sacar la carta ganadora, aunque en la tragedia olímpica ganar una partida no significa embolsarse el éxito en el póker de la existencia.

La victoria y la debacle carecen de género.

La Unión Soviética arribó en Múnich 72 con uno de los mejores equipos de la historia, un elenco que comenzaría a reducir significativamente la edad de las futuras campeonas olímpicas. Cuatro años antes, en México 68, la checa Vera Caslavska se hizo de su segunda medalla de oro en el All-around a los 26 años.

La URSS mandó a Baviera a Olga Korbut, quien tenía 17 años; a Lyudmila Turischeva, de 20; a Tamara Lazakovich, de 18; a Lybov Burda, de 19 y a Elvira Saadi de 20. Las cinco lograron clasificarse entre las primeras ocho de la prueba general. En Montreal 76, la rumana Nadia Comaneci sería campeona olímpica a los 14 años y en Barcelona 92 Tatiana Gutsu a los 16. La “Era Bonsai”, como la llamó la prensa internacional.

Aquella juventud soviética del 72 arrojó dos naipes nuevos en el drama del deporte.

La bielorrusa Olga Korbut (pequeña en talla y peso) era la favorita del público para ganar la medalla de oro, a pesar de que Turischeva y la alemana oriental Kain Janz habían tenido mejores puntuaciones en los Mundiales anteriores.

En Munich, Korbut experimentaba su primera gran competencia internacional. Tenía, lo que se dice, carisma. Años después, en su biografía, contaría lo que vivió como la primera gimnasta adolescente de fama internacional: “Un día no era nadie y al siguiente era una estrella. Fue mucho más de lo que pude soportar”.

Olga terminó séptima en el all-around, después de presentar una deficiente evolución en las barras asimétricas, en la que cuatro años más tarde Nadia Comaneci lograría el primer diez en la historia de la gimnasia.

Ya en las pruebas por aparatos, con la libertad que suele acompañar a la derrota, Korbut ganó los oros de la viga y del piso; se hizo de plata de las barras asimétricas y terminó quinta en el salto. De alguna manera, Olga fue el primer aviso de la intensa popularidad que tendrían las gimnastas siguientes. A pesar de no ganar el oro olímpico, recibió mensajes de felicitación por su gracia en casi todos los idiomas. Y fue recibida en su tierra como una heroína local. Hasta hoy, las generaciones que la vieron participar recuerdan a la pequeña Olga Korbut, la que nunca fue campeona en las Magnas Justas. Cuatro años más tarde, en Montreal 76, se atravesó en su destino la gran travesura del arte: Nadia Comanceci.

Tamara Lazakovich ganó la medalla de bronce en aquella prueba por equipos. Como el resto de sus compañeras, Tamara llevaba el frenesí de la Guerra Fría en la maleta deportiva.

Nacida en Kaliningrado en 1954 (un año después de la muerte de Stalin), pronto se dio cuenta que llevaba al fantasma nocturno dentro de la entraña. Olga Korbut fue de las primeras camaradas en darse cuenta que Lazakovich estaba perdiendo la rutina contra su lado oscuro. Cuando le preguntaron una vez si era suya la botella de champaña que se encontraba en su maleta, Tamara respondió, tajante, que no. Que no tenía idea cómo había llegado allí.

Lo cierto es que Tamara, desolada y frustrada, encontró en el alcohol el camino al desastre.

Algunos sostienen que el fracaso en Múnich se convirtió en su gran pretexto para beber; otros aseguran que desde antes del retiro su trágico destino ya estaba cumpliéndose.

Mientras se desmoronaba la Unión Soviética, a mediados de los ochenta, Tamara fue acusada de robo en Minsk, la capital de Bielorrusia. Presa, y sin recibir carta alguna, murió en noviembre de 1992. Tenía 38 años.

En aquel año, ya no existía la URSS…

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