Varias veces me ha salvado Joan Fontcuberta, contaré sólo algunos puntos decisivos.

Cuando cursaba la universidad, por ahí de 1993, interesada en el sentido de la imagen fotográfica y las posibilidades de construir un discurso desde el diseño, encontré un libro que me hizo descubrir el mundo que se aloja dentro de la fotografía: “Foto-diseño”, una publicación de 1990, con tapa dura, cubierta de tela, pesada, y que formaba parte de la Enciclopedia del Diseño. Capítulos como ‘El fotógrafo como diseñador’ o ‘Creación fotográfica y métodos fotografísticos’ me dieron la confianza de que mi inquietud por indagar en las entrañas de este medio no estaba fuera de lugar, siendo estudiante de diseño gráfico; es más, fue fundamental para sustentar el proyecto de investigación de mi tesis de licenciatura. Desde que leí esos textos, Fontcuberta se convirtió en un personaje mágico para mí. Resolvía las dudas que tenía y me hacía formular otros cuestionamientos. Y esa dinámica, al día de hoy, permanece.

Ese primer acercamiento a su obra fue precisamente una inmersión en la naturaleza de la fotografía. Y digo ‘naturaleza’, en su acepción más amplia, como ese principio que engendra el desarrollo y plenitud del ser. Fontcuberta es un cuestionador incesante de la imagen fotográfica, lo mismo analiza su historia que las prácticas más contemporáneas y cotidianas, pero también participa de este fenómeno como creador artístico, curador de exposiciones, docente y ensayista. Un perfil notable, completo y abrumador, pero que, como ocurre con la mayoría de las grandes personas, habita en la humildad y la generosidad, fundamentales en el arte y en la ciencia.

Entre tanto, seguí con el estudio y aplicación práctica de la funcionalidad de la imagen. Todo iba bien, fascinada, pasé de la fotografía analógica a la digital, el trabajo fue más fácil y las posibilidades creativas múltiples, no volví la vista para ver lo que quedaba atrás. Pero en algún momento —no sé  identificar cuándo—, me sentí en la orfandad. La fotografía había dejado de ser lo que era. Algo semejante a lo que se experimenta en el paso de la niñez a la adolescencia: el juego que solía ser el más divertido dejaba de tener sentido. En el plano personal, me parecía ficticio ‘salir a hacer fotografías’, al viajar prefería vivir la experiencia del momento en toda su magnitud, sin distraerme en registros fotográficos. En el profesional, creía que la función de la fotografía no se debía reducir a transmitir un mensaje a manera de intercambio.

La mirada de Joan Fontcuberta
La mirada de Joan Fontcuberta

No logré hacer consciente mi desasimiento de la fotografía hasta que me topé con el concepto ‘postfotografía’. Una vez más aparecía Fontcuberta para salvarme.

Entendí que aquella orfandad, que las dudas y preocupaciones a las que me enfrentaba, eran resultado de una transformación trascendental que no se originaba en mí, más bien, mi experiencia se sumaba al acontecer de la fotografía en la era digital; por decirlo de algún modo, se producía un renacimiento de la fotografía. Comprendí que ese desasosiego era provocado por un fenómeno un tanto ajeno, que modificaba las condiciones, no sólo las mías, sino las de todos, incluso de aquellos que estaban distantes de la fotografía.

Aunque había seguido sus escritos con un interés creciente y había asistido a varias de sus conferencias en Barcelona, fue hasta 2013 que lo conocí en persona. En ese tiempo realizaba la tesis doctoral y —como es común en trabajos de investigación—, pasaba por un periodo oscuro y solitario, en el que  había perdido el rumbo y la certidumbre. Me hallaba estancada, sin poder avanzar. Me enteré de un taller intensivo que Fontcuberta impartiría en Menorca, cuatro días enteros, desde el amanecer hasta el anochecer, limitado a 15 participantes. No dudé en emprender el viaje: Querétaro-Ciudad de México-Barcelona-Menorca, sentía la seguridad de que como antes había pasado con sus textos, una charla con él me iluminaría. Y así fue. Un taller espléndido, en el que además tuvimos tiempo para conversar de manera individual sobre proyectos propios. El resultado fue el esperado, movió el timón, el trabajo retomó la dirección y la fuerza, y me recomendó al tutor idóneo para acompañarme en la tarea. Volví a México y seguí con la investigación hasta que llegó a buen puerto.

Unos meses después de aquel taller, le entregaron el Premio Hasselblad, además de destacar su trayectoria profesional, reconocieron otros aspectos, como su carácter desafiante en la búsqueda de conocimiento, su originalidad, alegría, humor, saludable desconfianza de la realidad visible e invisible y su capacidad para invitar a pensar de modo visual.

El talante suspicaz de Fontcuberta abre la posibilidad de pensarnos y comprendernos en el mundo a partir de lo visual. Una conciencia libre y crítica que pone en constante duda la veracidad de la imagen fotográfica. Un genio que aparece cuando la confusión nos embarga por completo. 
La mirada de Joan Fontcuberta enriquece las miradas.

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