Hace un par de días acordamos mi amiga Ana y yo vernos para escribir un par de textos, ella es mamá de dos niños pequeños y esposa, pero antes de todo eso, ella es mujer, una mujer bella, llena de ternura y talentos que poco a poco va descubriendo. Platicamos y nerviosa me dijo que tenía mucho que no escribía, pero que algo dentro de ella no la dejaba tranquila, necesitaba salir, necesitaba tomar su lugar: ¡El arte! El alma artista siempre está latente a pesar de nuestras actividades comunes.

Mi idea original era escribir algo referente al feminismo, tengo más de 15 días dándole vuelta a un texto de Alma Murillo llamado “Masculino el Hermoso”, en el que hace referencia a la raíz etimológica de las palabras y a un comentario que hizo Santiago Muñoz Machado (director actual de la RAE), cito: “Tenemos una lengua hermosa y precisa. ¿Por qué estropearla con el lenguaje inclusivo?” SÍ dijo estropearla. Después argumenta sobre si en la palabra todos cabemos todas y mientras leía, afirmé con la cabeza, pero ¿acaso en la palabra todas caben todos? No, el varón no se identifica con la letra A, pero a la mujer se le ha impuesto la letra O como identidad obligada. En fin, ya tenía un par de ideas para comenzar nuestro ensayo compartido, pero afortunadamente las letras hicieron su voluntad y ella escribió un texto que comparto a continuación:

“La sombra amada”

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Mi sentido de responsabilidad lo alimentó, pero aún el brillo de los ojos, no regresó a mi mirada.

Me llevó de vacaciones y, por momentos, me perdía en ese mar en el que anhelaba perderme y fundirme en cada atardecer con la puesta de sol.

De regreso del viaje volví a navegar entre la ira y la depresión.

Él era muy bueno conmigo, parecía tener un gran a pego por rescatar a seres vulnerables.

Llegó el día, el día en el que cambiaría nuestro destino. Él entró por la puerta, el sonido de sus pasos no era el de siempre. Tenía una caja con un ser dentro de ella y sus palabras fueron: “Ahora sí volverás a sonreír”, como si el hijo que alguna vez tuve y perdí regresara a través de esa criaturita marina. Abrí la caja; no niego la ternura que brotó de manera inesperada y sorpresiva, ternura que no sentía desde hace años.

Tuve el deseo y el anhelo de pegarlo a mi regazo. Él se sintió como un héroe, lo que no sabía era que yo no necesitaba ser salvada, lo que pedía a gritos era su abrazo y su deseo. Entendía que él me veía como su protectora y aunque yo amaba a ese niño bueno que quería el reconocimiento de su mamá ante una buena acción, ¡no podía hacerle sentir tal cosa! Soy su mujer, no su madre. Sus intenciones eran las mejores, pero no era la forma.

Mi ser extraño, mi ser y mi regalo comenzaron a crecer. Tal cambio generó en mí un amor erótico que estaba hundido en el recuerdo de mi adolescencia, aquellos aromas y dulces roses que descubres entre tus delgadas piernas. Me dejé llevar por las sensaciones y sobre todo por sus ojos, que hablaban y expresaban lo que después de tantas palabras y silencios vividos, no había escuchado jamás.

Cuando Él llegaba del trabajo, ahora veía a una mujer con la energía y vitalidad que se había difuminado desde aquel suceso que me despojó de la vida y me arrancó las entrañas. Aquel ser me llevó a recordar el erotismo resquebrajado que mantenía como un profundo secreto, hizo resurgir el motor del enamoramiento al cual le tenía miedo y un par de pensamientos perversos, demoniaco.

Mi ser o “La sombra”, como él le decía, un día terminó por consumirme, me envolvió en un hoy negro en el espacio, para nunca más volver>>

Una mujer antes de que ser profesionista, hija, abuela, esposa, novia, hermana, amante, amiga, madre, es mujer. Hemos dejado muchas veces nuestra femineidad y nuestros deseos de lado para poder encajar, cumplir, satisfacer y complacer a los demás. El texto de Ana indica a una mujer que perdió un bebé deseado por ambos padres, el personaje entra en depresión y su marido para “distraerla” de aquel dolor utiliza un elemento externo para poder “curarla”, “repararla”: un pececito. Su lógica explica que un ser vivo vulnerable, pequeño puede devolv erle a su sonriente esposa, pero ¡oh sorpresa! Ella no necesita una criaturita para sanar, ella necesita a su marido, a su hombre que la llene de besos, caricias y deseo. Pero tal parece que después de perder a su bebé, él la mira como un ser frágil y el sexo no es una opción cercana siquiera.

Es curioso que hasta en el dolor una mujer tenga que comportarse de cierta forma, la forma que todos esperan. El dolor se manifiesta de maneras diversas y cada quien sabe cómo lamer sus heridas. Una mujer no es sinónimo de fragilidad, una mujer es entre muchas cosas, piel. No supongamos, hay que preguntar siempre que tengamos duda si ella o él necesita algo en específico.

Ellas, nosotras: pasión, fortaleza, deseo, arte.

 

 

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