El hombre se encontraba inmerso en su lectura. No había muchos estudiantes en ese momento, en la biblioteca universitaria donde laboraba. No era un trabajo digno de un filósofo, pero le permitía pagar las cuentas, así como leer y escribir en sus ratos libres, eso pensó hace 25 años y se quedó.

Estaba escribiendo un cuento, cuando una joven de rostro bello y delicado se le acercó preguntándole por un libro llamado La otra verdad, de autor anónimo. Él explicó que no lo tenían. Ella bajó la cabeza. Entonces el bibliotecario dijo:

—Tengo un amigo que lo tiene, si vienes mañana te lo puedo prestar.

—De veras, muchas gracias.

—Espera, ¿cómo te llamas? —preguntó él.

—Evangelina —respondió ella,alejándose.

A partir de ese momento su mente sólo fue ocupada por el rostro y el nombre de aquella joven, a quien le doblaba la edad. Nunca se había enamorado, hasta ahora y se avergonzó de sí mismo cuando su premisa de que “el amor a primera vista no existe” se vino abajo.

Salió del trabajo y se dirigió a un local de libros usados para preguntar por el libro, pensaba en ella, mientras esperaba a que le encargado buscara el título solicitado. No lo tenían.

De regreso a casa se atormentaba imaginando la expresión de la muchacha, cuando le dijera que no había conseguido el libro, pero más le aterraba la reacción de ella, cuando supiera que se llamaba Aniv de la Rev.

Una vez en su hogar, lo primero que hizo fue mirarse al espejo. Vio su rostro pálido y sus ojos cansados tras esos lentes gruesos. Su extrema delgadez y ese cabello descuidado. Y supo que físicamente no tenía oportunidad.

Al día siguiente el filósofo caminaba triste con los ojos puestos en el suelo, cuando encontró el objeto buscado en un puesto ambulante. Se lo vendieron por 200 pesos

Al día siguiente llegó la joven con la esperanza de obtener el libro deseado. Aniv la esperaba impaciente y al verla no pudo ocultar su inmensa alegría.

—Éste es, lo escribió mi padre, gracias, lo he buscado por años ¿crees que tu amigo quiera vendérmelo? —preguntó.

—Claro que sí.

—Bueno, me despido y mañana traigo el dinero.

Cuando ella preguntó su nombre, Aniv de la Rev no se atrevió a decírselo, inventó uno: “Anibal”.

Esa noche no pudo dormir pensando en ella y recordando su infancia. El rostro de su madre, su dulzura, los días que le leía cuentos. El temperamento extremo de su padre que le obligaba a jugar futbol o practicar box y que se empeño en ponerle ese nombre en su infinita ignorancia, hasta que un día su madre lo salvó al divorciarse de él.

Tampoco podía olvidar las burlas de sus compañeros de salón, cuando escucharon por primera vez cómo se llamaba y empezaron a corear: “Ani, Ani, Ani”, ante la sonrisa contenida de su maestra que no hizo nada para detenerlos. Ninguna chica quiso salir con él por culpa de su nombre.

Al día siguiente pasó toda la mañana mirando hacia la puerta, con la esperanza de volverle a ver. Ella llegó cerca de las 12.

—Hola, buen día Anibal, ¿cuánto va a ser por el libro?

—100 pesos —contestó él.

Ella le dio el dinero, volvió a agradecerle y cuando estaba a punto de irse, Aniv tomó valor y la invitó a tomar un café. Evangelina no quiso rechazarlo, se sintió comprometida y aceptó.

Fueron a una cafetería cercana, donde él siempre desayunaba.

—¿Viene mucho aquí, Anibal? —preguntó Evangelina.

—Lo suficiente.

—Yo nunca había venido.

Una vez que les trajeron su orden, ambos comieron en silencio: Cuando terminaron, con todo el valor del universo la invitó al cine. Ella le dijo:

—No sabe cuánto agradezco que pusiera en mis manos el libro de mi padre, pero no puedo salir con usted.

Si todos hubieran guardado silencio en ese momento, se hubiera escuchado como el corazón de Aniv se rompía en pequeños pedazos disparejos. El filósofo intentó reponerse y dijo:

—Evangelina, sólo quiero que seamos amigos.

—Eso estaría muy bien, usted me recuerda a mi padre.

Los pedazos del corazón de Aniv volvieron a romperse, transformándose en granos rojizos. Reunió fuerzas y preguntó:

—¿Te gustaría ir al teatro?

—Me encanta el teatro, mañana nos vemos.

“Hasta mañana amor mío”, pensó él y se alejó con una sonrisa triunfante. Al llegar a su casa, decidió planear la estrategia para conquistarla. Empezó a leer El arte de la guerra.

Se vieron por la noche y una vez que terminó la obra, invitó a Evangelina a cenar.

Fueron a un lugar más bonito y elegante que la cafetería frecuentada por Aniv. Estaban viendo el menú, cuando un hombre apuesto y fantoche se acercó a su mesa.

—Buenas noches Aniv, cuánto tiempo sin verme.

—Buenas noches Marcelo —contestó Aniv.

—Y ella, ¿quién es, no me la presentas? ¿Acaso es tu hija?

El filósofo se puso nervioso y cuando iba a contestar Evangelina lo interrumpió.

—Soy su novia, me llamó Evangelina.

—No puedo creerlo, nuestro Ani por fin encontró quien no se avergonzara de su nombre.

—Creo que su nombre es muy bonito —contestó Evangelina.

—Si tú lo crees, por mí está bien, los dejo me están esperando —respondió el hombre molesto.

Al salir del restaurante caminaron sin hablar buscando un taxi. Aniv no pudo más y le confesó que su nombre no era Anibal, sino Aniv de la Rev.

—Eso no me importa, los nombres no definen quienes somos, son nuestras acciones —respondió la chica.

—Gracias por hacerte pasar por mi novia.

—Alguien como usted, no debería ser molestado por tipos como ese y a causa de su nombre.

—No te preocupes, ya me acostumbré.

—Sabe, si tan solo fuéramos de la misma edad, quizá yo.

—¿Qué Evangelina?

Ella no alcanzó a contestar porque de pronto, un tipo drogado se les acercó pidiéndoles dinero. Ellos le dieron todo lo que llevaban consigo, pero el hombre quiso besar a Evangelina, Aniv se lo impidió. El sujeto sacó un cuchillo y lo encajó en el ya roto corazón de Aniv de la Rev, ante el horror de ella.

El funeral fue de lo más triste y concurrido. Asistieron muchos estudiantes y maestros que conocían al bibliotecario. Nadie sabía cómo se llamaba hasta ese momento, ya que siempre lo había ocultado. A nadie le importó, había muerto un hombre decente, íntegro y trabajador defendiendo a una mujer Eso sí importaba.

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